En el periódico ABC del día 4 de febrero de 1962, Antonio Díaz-Cañabate escribe esta bonita anécdota sobre el grandioso matador de toros Salvador Sánchez, Frascuelo.
El toro "Finito"
Mañanita del 4 de mayo de 1878. Por los prados de la dehesa de La Muñoza, a orillas del Jarama corren caballos y toros. Se está celebrando el apartado de una corrida que se lidiará en la plaza de Madrid a los dos días. Uno de los caballistas es Frascuelo. El famoso torero viste con primor, con lujo. Relucen brillantes en la pechera de su camisola rizada. Se toca con calañés que acentúa el color cetrino de su rostro. La corrida pertenece al ganadero don Juan Antonio Adalid. Un toro de nombre "Finito", muestra desde los primeros momentos de la operación su díscolo carácter. Se niega a seguir a los bueyes. Se encampana con aire de reto cuando se le enfrenta un vaquero. Frascuelo grita como antes gritaban los matadores en el ruedo, cuando no existían las madrigueras de los burladeros. "¡Dejarme solo con él!" Se retiran los mayorales, Frascuelo monta un soberbio caballo tordo, vivo, ligero, obediente al mando del jinete. Va armado de un garrochón de buen palo de majagua. Pasito a paso se acerca al toro. "¡Mira, toro; eh, toro; toro, eh!" "Finito" cabecea desafiante. No se mueve. Espera los acontecimientos. Frascuelo, como caballero cabal, comunica al caballo su arrojo. Ya está a unos pasos del toro. Alarga la garrocha y su punta le toca en el hocico. Como una centella se arranca el toro. Frascuelo lo tenía previsto. ¡Prados de la Muñoza, cielo de Castilla, vosotros vísteis el portento de la gallardía con que el torero a caballo quebró la arremetida del toro, que ya creía segura su presa! Su furiosa cornada se perdió en el aire. Se revolvió en un palmo de terreno, cerró contra el caballo, que le esperaba tenso, pronto a salir al galope hacia el rodeo. Allá van en precipitada carrera, pero el toro no se detiene atraído por el imán del cencerro de los cabestros. Sigue en persecución del caballo. Un caballo corre más que un toro, pero "Finito" era más veloz que el tordo de Frascuelo. Este se ve apurado, siente que el toro va a darle alcance de un momento a otro. Está cerca del río. En él ve su salvación. Y no lo duda. Entra en el poco caudaloso Jarama. Y el toro detrás. El obstáculo de la corriente casi inmoviliza al caballo. A "Finito" no le intimida el agua. En su ojos relumbra la seguridad de su triunfo. Y en un esfuerzo, que pudiéramos decir sobre-animal, cornea al caballo en el vientre y lo derriba. Y menos mal que Frascuelo sale despedido por las orejas y puede perderse aguas adentro del río. "Finito" lo desprecia, retrocede y, fatigado por su hazaña, se entrega a los vaqueros, que se hacen con él. Frascuelo llega a la orilla hecho una lástima. Su calañés navega Jarama abajo. Uno de los brillantes de su camisola descansó en el légamo como un lucero caído. Se dirige Salvador al mayoral de Adalid y rabioso le dice: "Ese "malange", el "Finito" ése, que me lo echen en primer lugar". Y "Finito" como casi todos los toros revoltosos en el campo, salió manso en el ruedo. No le valió su mansedumbre. Rodó, muerto, de un volapié frascuelino. El volapié que, según confesión de Frascuelo, había propinado en toda su vida torera con más coraje, con más ansias de matar.
Antonio Díaz-Cañabate.