viernes, 29 de marzo de 2013

Toreros comentaristas

  Es habitual escuchar quejas por parte de espectadores y aficionados cuando ven un festejo taurino televisado, frustrados con los comentarios que emplean los toreros, ya sea por el vocabulario que usan, o la particular valoración que hacen del toro, la lidia, la faena de muleta, etc. Sobre este asunto, me resultó muy clarificador el texto de Uno al Sesgo (Tomás Orts Ramos, 1886-1939) que a continuación transcribo y, en cierto modo, creo que da respuesta a alguna de estas quejas. El paso del tiempo no ha sido en vano, percibiéndose cierto desfase en algunos aspectos, pero la idea que Uno al Sesgo expone pienso que aún sigue vigente. Dos formas distintas de ver toros y valorar los pormenores de la lidia, divergentes, pero también complementarias.
 
 
 El torero y el que ve los toros con ojos de torero, no hay más remedio que repetirlo, da la máxima importancia a detalles y formas de ejecución de las suertes que el no profesional, el simple aficionado espectador, es muy difícil que aprecie, aun conociendo teóricamente y de memoria en qué consisten. El entusiasmo, la emoción, que le haga experimentar un determinado lance, por su belleza, por su gallardía, por su elegancia, por lo que haya puesto de personal, y por lo tanto de nuevo e imprevisto, el diestro que lo realiza, distraerá su atención hasta el punto de olvidar en qué terreno, con qué ventaja o desventaja, etc., se ha llevado a cabo. El profesional, por el contrario, eso es lo que tendrá en cuenta; y sobre nuestro entusiasmo verterá un jarro de agua fría, haciéndonos saber que aquello hubiera tenido mérito un poco más fuera del tercio, bajando otro poco más el capote, adelantando la pierna contraria, etc., también. Total, que el aficionado espectador que estaba la mar de contento con el buen rato que el tal torero le había dado, so pena de confesar su ignorancia, ha de renunciar a la impresión recibida y trocarla por la ajena.

  En tauromaquia, como en todo, el profesional es un mal crítico. Por mucho que sea su desinterés, por grande que sea su deseo de objetivar, por esfuerzos que haga para abandonar su punto de vista técnico, verá y juzgará siempre como profesional; y su mayor conocimiento de los secretos del arte, de las facilidades y dificultades que en la práctica ofrece aquél, serán el mayor inconveniente para que tome en consideración efectos y resultados que para el espectador son importantísimos.

  Uno es el arte de guisar y otro el de comer; no es lo mismo ser sastre que saber vestir.

  Para un torero, por ejemplo, será el mejor aquel que practique el arte en forma que más se parezca a la suya de practicarlo o por lo menos aquella que él hubiera deseado poseer, dentro de sus posibilidades. De ahí que vaya, en ocasiones, su admiración hacia diestros que el aficionado ha considerado como medianías. Y es que esas medianías, tales desde el punto de vista suyo, por su carencia de personalidad, de elegancia, de estilo propio, de todo, lo que, en una palabra, impresiona al espectador, reúnen en cambio las cualidades que, desde el punto de vista del torero, son más apreciables, como por ejemplo la valentía, el conocimiento de la lidia, la aplicación estricta de las reglas establecidas en la ejecución de las suertes, o lo que en suma pudiéramos llamar el dominio del oficio, que en éste, como en todos, sólo el que lo ejerce sabe las dificultades que encierra conseguirlo, y por lo tanto está justificada su admiración. Pero no es ése el caso del espectador.
  No es esto negar que un torero pueda ser al mismo tiempo un buen aficionado en el sentido que venimos dando a esta frase, ni tampoco que sea desdeñable en todo su opinión, pues aun en el supuesto de que ésta se base siempre en la técnica, el conocimiento de ella, en cierta medida, sin perder nunca el carácter de generalidades, es muy útil al espectador y puede servirle de ilustración.
 
  Lo que yo trato de evitar con los reparos expuestos es que un exceso de técnica perturbe al aficionado, lo desoriente, lo desconcierte, acabando por no saber qué es lo que le gusta o qué es lo que le debe de gustar o no gustar.
  Téngase presente que el arte de torear es empírico por excelencia, y por lo mismo que, para un torero, las reglas son las que él practica o las que ha visto practicar, y todo lo que no se ejecute de conformidad con ellas no es torear. Y, sin embargo, llevo años repitiéndolo: toreando como no se puede torear, haciéndole al toro lo que no se le puede hacer, pisando terrenos que se decían vedados, la tauromaquia ha llegado a ser una fiesta arrogante y bella, que en la actualidad disfrutamos.
  Si a la crítica profesional nos hubiésemos atenido, poco, muy poco, habrían variado las normas tauromáquicas; y hoy nos encontraríamos a muy corta distancia del toreo de hace un siglo.
  ¿No puede decirse lo mismo de otras artes?
  Pues bien, y para resumir, sin desconocer, y menos aun negar, como un poco más arriba se dice, que el criterio del torero puede ser de utilidad al del espectador, no hay que perder nunca de vista que en mucho han de ser antagónicos forzosamente, por el diferente concepto que uno y otro tienen de la fiesta, que queda prontamente discriminado con sólo decir que lo que para uno es oficio para el otro es diversión.
 

4 comentarios:

  1. Interesante lo de los "comentaristas"taurinos en tv.
    Muy cierto aquello:Del tamaño del sapo es la pedrada.
    Keteperi.

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  2. O sea que la discusión de la técnica y su influencia sobre el arte de torear y de ver toros tenía los argumentos expuestos el siglo pasado.
    Muy bien recuperado.
    Andrés

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  3. Gracias por pasar por aquí Keteperri. Un saludo

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  4. Así es Andrés, "está to inventao". Que clarividencia tenían aquellos aficionados, impresiona.
    Un abrazo

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