domingo, 28 de abril de 2013

Dios me libre de un toro bravo

 
  Todo el mundo sabe que siempre, o casi siempre, con el toro auténticamente bravo ha fracasado el matador, y esto por tres razones principales: primera, porque cuando sale un enemigo de esta clase, haga lo que haga el espada, al público siempre le parece que el toro se merecía mejor faena. Segunda, porque estos bichos excepcionales tienen muchísima cuerda y, después de 30 pases, siguen comiéndose la muleta, por lo cual, si el diestro, creyéndose ante un toro corriente, intenta ya matarle, el público estima que, por haberle tomado asco, se le quiere quitar precipitadamente de en medio y protesta enérgicamente. Tercera y principal, porque el toro bravo es un animal peligroso, en el sentido de que se revuelve rápidamente; que acomete sin tregua; que atosiga al matador, al cual de buena gana engancharía, etc. No hay que olvidar que, como dijo "Frascuelo", gravísimamente herido en la corrida de "El Gran Pensamiento",  los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa y, si dieran caramelos, todo el mundo sería torero.
 
  La bravura -bravura del toro, muy diferente de la mal llamada bravura comercial-, lleva casi siempre aparejada el fracaso material o moral del espada de turno. Fracaso material, con bronca. Fracaso moral, con ovación y salida al tercio, solamente. En la mente de todos vosotros están los fracasos que han tenido lugar, en lo que va de siglo, con los toro de bandera; pero, si queréis un ejemplo más sencillo, id al Batán y leed las lápidas; tomad nota de las fechas e indagad, después, cómo estuvieron los espadas correspondientes en los toros lapidados. Y esto es así, porque la bravura es fiereza y el toro, cuanto más bravo, más fiero y menos colaboracionista.
 
Luis Fernández Salcedo; Media docena de rollos taurinos.

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