Una bronca |
La Monumental de Las Ventas, a pesar de sus avatares, tiene consolidada su categoría de primera plaza del mundo. No es por su aforo, ni por la amplitud de sus instalaciones, ni por las calidades arquitectónicas del falso mudéjar -muy discutibles, por otra parte-; ni siquiera porque se encuentre en la capital del reino. Esa categoría se la ha dado su clientela habitual, una masa de aficionados conocedores profundos de la tauromaquia, verdaderos enamorados de la Fiesta, exigentes y apasionados. Precisamente el rigor de la afición madrileña es lo que suscita las desaforadas críticas de los taurinos profesionales, lo que no les impide reconocer -principalmente los toreros- que un triunfo ante estos aficionados no tiene parangón con ningún otro.
La Monumental de Las Ventas, a pesar de sus avatares, tiene consolidada su categoría de primera plaza del mundo. No es por su aforo, ni por la amplitud de sus instalaciones, ni por las calidades arquitectónicas del falso mudéjar -muy discutibles, por otra parte-; ni siquiera porque se encuentre en la capital del reino. Esa categoría se la ha dado su clientela habitual, una masa de aficionados conocedores profundos de la tauromaquia, verdaderos enamorados de la Fiesta, exigentes y apasionados. Precisamente el rigor de la afición madrileña es lo que suscita las desaforadas críticas de los taurinos profesionales, lo que no les impide reconocer -principalmente los toreros- que un triunfo ante estos aficionados no tiene parangón con ningún otro.
Lo suelen decir muchos toreros en privado, y a veces también lo declaran así a los medios de comunicación. Un espada de modesta trayectoria que cuajó una excelente faena en Madrid y al concluirla ya se había convertido en figura, relataba así el recuerdo de aquella tarde y otras que siguieron de la siguiente manera: "Cuando empiezas a cuajar una buena faena en Las Ventas se produce un run-run indefinible en los tendidos. Te das cuenta de cómo el público se está apercibiendo de qué pretendes, de que estás acertando en el planteamiento, y sólo con eso ya reacciona de forma ostensible, empieza a entregarse y lo manifiesta, y te entra entonces un verdadero escalofrío. Luego, los olés son de tal naturaleza, que te sientes elevado a la gloria y no te cambiarías por nadie en el mundo".
Es muy curioso también observar las reacciones del público durante una de esas faenas que se desarrollan con éxito. Cada tanda de pases la corea con los correspondientes olés, es cierto, mas no todos los olés son iguales; incluso algún pase puede quedarse sin olé. Porque el aficionado madrileño goza con el buen toreo, pero también lo somete a análisis y matiza sus sanciones. Es como si el diestro estuviera sometiéndose a examen y la afición examinadora lo fuera calificando: este primer pase un 10, el siguiente un 9, el tercero un 10, el cuarto un 5 por los pelos, el quinto vuelve a subir la nota... Y así los olés son tan largos y fuertes o tan débiles y cortos cuanto merezca cada ejecución de la suerte a juicio del tribunal examinador. La afición madrileña, puesta a corear faenas, constituye todo un espectáculo.
Algo parecido ocurre con las protestas. La afición madrileña está vigilante de todo, desde que se abre el portón de chiqueros y salta el toro a la arena hasta su arrastre. Es una afición ojo avizor. En ninguna plaza de España se produce un considerable alboroto, de súbito, porque un banderillero llama la atención del toro desde el callejón, o porque un diestro no está correctamente colocado en el tercio de banderillas, o porque el matador de turno se sitúa a la derecha del caballo durante la suerte de varas. "¡Ese torero a su sitio!", es voz habitual en los tendidos de Las Ventas. Naturalmente, en ninguna otra plaza se oyen tampoco lo vozarrones de denuncia por cuestiones técnicas, como "¡El picooo!", "¡No ahogue la embestida!" o "¡Haga usted el favor de ligar los pases!". Los aficionados madrileños son de la opinión de que lo cortés no excluye lo valiente; a los toreros los llaman de usted -incluso a los monosabios también- y, si recriminan, lo hacen en el marco de las más exquisitas reglas de la urbanidad y la buena crianza.
Siempre puede haber patosos en el tendido venteño, o algún espectador de temperamento incivil, como en todas partes, pero en estos casos la afición lo margina y estaría dispuesta a expulsarlo del venerable recinto. "¡Fuera de la cátedra!", le suelen decir. Cuidado aquí, sin embargo, pues la expresión no es ociosa. El término cátedra lo emplean muchos aficionados con auténtico convencimiento. No es, exactamente, que ellos se crean catedráticos y en realidad no se lo creen; es que le reconocen a Las Ventas la condición de cátedra del toreo. No es ocioso subrayar el matiz.
Atormentado, de Palha, arrancándose al caballo en el San Isidro 2008. Foto Josemi |
Precisamente por no matizar -y por auténtica mala fe- algunos taurinos han pretendido establecer una competencia de la afición madrileña con la habitual de la Maestranza de Sevilla, y ya dentro de ese discurso, han fabulado un desdén maniqueo hacia los aficionados sevillanos por parte de los de Madrid, que ni existe ahora ni se ha conocido jamás. Antes al contrario, la afición madrileña siente gran respeto y admiración por el mundo taurino sevillano, su capacidad creativa, su riqueza ganadera, su plantel de excelentes toreros y la gran sensibilidad de los aficionados de la Maestranza. A mayor abundamiento, uno de los ídolos del público madrileño es Curro Romero, como lo fue en su época Pepe Luis Vázquez, el padre, y tiene ahora en gran consideración la asombrosa naturalidad torera de Pepe Luis Vázquez hijo, y dio a Manolo Vázquez una categoría artística que durante su primera época no había llegado a reconocerle en igual medida el público sevillano. Y ya, en época reciente, descubrió el arte de Fernando Cepeda cuando se presentó de novillero en Madrid, lo estuvo apoyando hasta mucho después de que tomara la alternativa en esta misma plaza, y elogió sin reservas su sevillanía. Todo lo cual se cita de manera indicativa y a título de ejemplo, naturalmente.
Joaquín Vidal; Los toros en Madrid.