miércoles, 8 de enero de 2014

Bravura clásica

  Empecemos por 1912. Como premio a los sobresalientes obtenidos en el primer año del bachillerato -ha llegado la hora de prescindir de toda modestia- mi abuelo me había regalado un abono a la grada 8ª: un abono modesto, pero de momio, porque se pagaba sol y sombra y daba sombra en todo tiempo. Allí concurrían, asiduos, varios íntimos amigos y paisanos; algunos ganaderos o exganaderos. Entre estos, el simpático y bondadoso don Máximo Hernán (que en paz descanse), bajito, delgadito, pulcramente vestido, con una barbita tenue y rubia, de las de cuatro pelos en guerrilla y manos sarmentosas, desigualmente pigmentadas, que apoyaba en el puño de plata de su bastón ligero.
  En una tarde cualquiera ha salido un toraco castaño barbeando las tablas, ha derribado con estrépito a los dos picadores, que están todavía en el seis (¡oh salida escandalosa de los veragüeños, tan emocionante!), sin hacer luego por ellos, ha sembrado el pánico en los toreros, obligándoles a tomar el olivo primero y después a tirarse de cabeza al redondel, cuando salta el toro al callejón de costadillo. Vuelto al ruedo se emplaza, echa la cabeza al suelo y escarba, diciendo: "¡Vengan flamencos!" Por la Plaza cruza un ráfaga de interés y emoción y se increpa a los peones para que se arrimen al astado, contra su gusto... Don Máximo se dirige intencionadamente a mí, muy entusiasmado, y me dice:
  -¡Estos son toros! ¡Nada de borreguitos amaestrados! ¡Toros con toda la barba! Que corren, que brincan, que derriban, que no se dejan engañar, que siembran el pánico... ¡Esto es lo que quiere el público! ¡Esto es lo que aquí ha gustado siempre!

Toros en Madrid
 
  La escena ha quedado profundamente grabada en mi memoria. Efectivamente: don Máximo tenía razón, porque todavía eran mayoría los partidarios del toro, fiera corrupia, que por donde quiera que va, va el escándalo con él. Todavía son bastantes los aficionados que han visto torear a Lagartijo, y la mayoría de los abonados presenciaron la muerte del torero de los romances: de Maolillo, el Espartero... Todavía dicen los ganaderos, antes de la corrida, que desean "un toro de bandera y los demás como quieran"... Y es que todavía, para calificar a un toro como de bandera, se precisa que sea excepcional, fuera de toda comparación con los demás toros. Por ejemplo: que tome diez varas y que mate seis caballos, todo con sin igual bravura... La bravura todavía se cifra y compendia en el tercio de varas. Los ganaderos, al empezar su corrida, sacan del bolsillo alto del chaleco un block diminuto de notas, que lleva un lapicerito con contera de hueso, y apuntan las incidencias del primer tercio. Cada vara es un trazo vertical, cruzado por otro horizontal, si hay caída, y cuando muere el caballo se traza una línea inclinada a modo de bisectriz... Todavía hay toros que toman siete varas y, como tienen poder, dan terribles caídas de latiguillo... Todavía los quites sirven para quitar, y Vicente Pastor ha dado la vuelta al ruedo por librar al Artillero de una cornada cierta... Cuando tocan a banderillas, el ganadero pone ya su calificación numérica de 0 a 10, y si el toro mejora o empeora en los dos tercios restantes, le pone uno, dos o tres puntos a la derecha o a la izquierda del número; tres puntos equivalen a saltar a la calificación inmediata y los toros son malos, medianos, regulares, cumplidores, buenos, muy buenos, notables, superiores y superiorísimos, casi de bandera. No se aplaude casi nunca en el arrastre, ni se silba todavía; el primer deshonor de esta clase va a corresponder a un Benjumea colorado y astiblanco en día de San Isidro -viejo tópico de los bueyes del Santo- que le tocará a Vicente Pastor, el que carga siempre con todos los mansos de todas las ganaderías.




  Y es que la bravura se confunde con la nobleza, el temple, la suavidad, el buen estilo, por un lado; con el poder y el hecho de ser certero el toro, por el otro; con el temperamento, la casta, el nervio, el genio, la codicia e incluso ciertas dificultades, etc. Y sin embargo, la bravura no debe ser más que una y, ¡no hay que darle vueltas!, un toro es bravo o no lo es.

Luis Fernández Salcedo. Relatividad de la bravura o mañana será otro día

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