viernes, 8 de enero de 2016

Los toros y el vino

  Ernest Hemingway; Muerte en la tarde (1932)


  En todas las artes, el disfrute aumenta con su conocimiento, pero desde la primera vez que asiste, una persona sabe si las corridas de toros le van a gustar, siempre que lo haga con la mente abierta y se limite a sentir lo que siente de verdad y no lo que piensa que debe sentir. Puede que no le gusten en absoluto, sean buenas o malas, y toda explicación carecerá de sentido ante la certeza manifiesta de su indignidad moral, del mismo modo que algunas personas se niegan a beber vino -aunque quizá les gustaría- porque creen que no está bien hacerlo.

  Lo que pretendo expresar es que cuando una persona aumenta sus conocimientos acerca del vino y su educación sensorial, puede llegar a obtener un placer infinito al beberlo, del mismo modo que el gusto de un hombre por las corridas de toros podría convertirse en una de sus pasiones menores favoritas. Pero aun así, cuando una persona bebe vino por primera vez, sin ocuparse de paladearlo o saborearlo, pero bebiéndolo, sabrá si le gusta el efecto o no y si le sienta bien, aunque no intente degustarlo o no sea capaz de hacerlo. Al principio, la mayoría de las personas prefieren los vinos dulces, Sauternes, Graves y Barsac, y los espumosos, como el champán no demasiado seco o el Borgoña espumoso, porque resultan pintorescos. Pero más adelante los cambiarían por una muestra ligera pero intensa de un buen Grand Crus del Médoc, aunque esté en una botella corriente sin etiqueta, sin polvo ni telarañas, es decir, sin nada pintoresco aparte de su franqueza y delicadeza, su ligero cuerpo en la lengua, frío en la boca y cálido cuando se traga. Del mismo modo, en las corridas de toros, lo que les gusta a los espectadores al principio es lo pintoresco del paseo, el color, el escenario, los faroles y los molinetes, el torero que posa la mano en el morro del toro y le acaricia los cuernos, y todas esas cosas inútiles y románticas. Les agrada ver a los caballos protegidos, si ello les evita presenciar espectáculos desagradables, y aplauden todas las medidas de ese tipo. Al final, cuando han aprendido a apreciar los valores mediante la experiencia, lo que buscan es pundonor y veracidad, nada de engaños, sino emoción y clasicismo, todas las suertes ejecutadas con pureza y, como sucede con el cambio de gusto por los vinos, no buscan la dulzura, sino que prefieren ver a los caballos sin peto para contemplar las heridas, incluso su muerte, en lugar del sufrimiento provocado por algo ideado para permitir que los caballos sufran mientras el espectador se ahorra la necesidad de verlo. Pero, como ocurre con el vino, cuando lo prueben por primera vez sabrán si les gusta o no por el efecto que les produzca. La corrida cuenta con partes para atraer a todos los gustos, pero si no le agrada ninguna en concreto ni el conjunto, ni le interesan los detalles, entonces es que no es para usted. Por supuesto, las personas a las que sí les gustan las corridas estarían encantadas si las personas a las que les disgustan no se sintieran obligadas a declararles la guerra y a dar dinero para intentar suprimirlas porque les resultan ofensivas o desagradables; pero esto es esperar demasiado, pues todo lo que es capaz de suscitar pasión en su favor sin duda también la suscitará en contra. 

Hemingway en la plaza del Castillo, Pamplona, 1959

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