También
hay que tener en cuenta otra cosa. Cuando un hombre escribe con claridad,
cualquiera puede apreciar si se trata de un farsante. Si mistifica para evitar
una afirmación explícita —lo que es muy diferente de transgredir las reglas de
la sintaxis o de la gramática para crear un efecto que no puede lograrse de
otro modo—, se tardara mucho más en reconocer al escritor farsante, y los demás
escritores, afligidos por la misma carencia, lo elogiarán en defensa propia. El
misticismo verdadero no debe confundirse con la escritura torpe, que sólo
pretende desconcertar cuando no hay misterio, que nace de la necesidad
imperiosa de encubrir la falta de conocimiento o de la incapacidad de
expresarse con claridad. El misticismo supone misterio —y hay muchos misterios—,
pero la incompetencia no es uno de ellos; tampoco lo es el periodismo farragoso
convertido en literatura por la inyección de una falsa cualidad épica. Además,
recuerde esto: los malos escritores están enamorados de la épica.
Ernest Hemingway. Muerte en la tarde.
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