sábado, 5 de octubre de 2019

Román y Sergio Serrano, dos toreros heroicos dos


    Ponerse delante de un toro de lidia en Las Ventas, por sí solo, constituye un acto de valentía que pone a los toreros en un plano superior al resto de los mortales. Es la actitud personal ante el juego de la muerte lo que los sublima, ahora bien, hacerlo como lo han hecho en la presente temporada Román en San Isidro y Sergio Serrano en los desafíos de septiembre son palabras mayores. La épica de sus actuaciones trasciende lo terrenal y los colocan en el olimpo de las grandes batallas que los aficionados siempre recuerdan y rememoran una y otra vez, en la gloria y el respeto eterno. Y esto vale más que nada. 

Román


Después de dejar buen sabor con la de El Tajo y La Reina y dar una fantástica impresión con la corrida de Adolfo, cortando una oreja, Román cogió el hueco que dejaba libre Emilio de Justo con el encierro, nada menos, que de Baltasar Ibán para el domingo 9 de junio. El tercero de la tarde, castaño y con una encornadura apabullante, se reveló como un auténtico barrabás que sembraba terror en cada acometida, Camarito se llamaba. El torero valenciano puso la plaza a flor de piel con un valor estoico y un toreo que, por momentos, se sobrepuso a la fiera. La tragedia sobrevino cuando Román se tiró a matar más derecho que una vela, sin trampa ni cartón, y Camarito cobró su tributo de sangre propinándole una cornalón de caballo. La ejecución de la suerte merecía trofeo por sí sola aunque el toro no le hubiera prendido. Por momentos el terror se apoderó del ambiente. Afortunadamente, a pesar de la gravedad, la cornada no hizo peligrar su vida. La estocada cayó en todo lo alto, no podía ser menos entrando a matar con tanta verdad. Los pañuelos afloraron y el presidente otorgó un trofeo, es lo de menos, la hombría de Román, la seriedad del San Isidro que echó y cómo caló su actuación en los aficionados, queda ahí para los restos. 




Lo de Sergio Serrano se lo perdieron muchos aficionados puesto que el festejo se celebró fuera de abono el pasado 22 de septiembre, y fue, sin duda, uno de los momentos de grandeza que hemos vivido este año. Con apenas dos festejos en su haber en las tres últimas campañas, el torero manchego se las vio de primeras con un torazo de Saltillo que por el izquierdo tenía dos doctorados y conocía cinco idiomas. Por tanto, no tuvo otra que ponerse por la derecha ante aquella alhaja, pero no de cualquier manera, lo hizo como si llevara cincuenta festejos este año, en los terrenos donde se hace el toreo que llega a todo el mundo. Consiguió sacar dos o tres derechazos mandones, sometiendo la embestida del bicho, fogonazos que hicieron rugir la plaza. ¡Impresionante! La dignidad de su actuación fue tal que le echó la mano izquierda a pesar de la malicia que había mostrado por ese pitón en todo momento. No cabía otra que doblarse con Palmito, pues así se llamaba el regalo. Un macheteo auténtico recibido con entusiasmo por los tendidos, y es que Palmito requería quebranto, bajarle los humos y dejar claro quién mandaba ahí. La espada impidió que Sergio Serrano cortara una oreja del toro, no obstante se tiró arriba, la vuelta al ruedo a demanda de los aficionados fue gloriosa y unánime. Su tarde tuvo tintes de gesta y un mérito extraordinario que merece recompensa. Debe regresar de nuevo a nuestra plaza, se lo ha ganado con creces en el ruedo frente a un toro de pavor. Que tome nota la empresa. 

Sergio Serrano




Artículo para el boletín de la Asociación El Toro de Madrid.

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