Ponerse delante de
un toro de lidia en Las Ventas, por sí solo, constituye un acto de valentía que
pone a los toreros en un plano superior al resto de los mortales. Es la actitud
personal ante el juego de la muerte lo que los sublima, ahora bien, hacerlo
como lo han hecho en la presente temporada Román en San Isidro y Sergio Serrano
en los desafíos de septiembre son palabras mayores. La épica de sus actuaciones
trasciende lo terrenal y los colocan en el olimpo de las grandes batallas que
los aficionados siempre recuerdan y rememoran una y otra vez, en la gloria y el
respeto eterno. Y esto vale más que nada.
Román
Después de dejar
buen sabor con la de El Tajo y La Reina y dar una fantástica impresión con la
corrida de Adolfo, cortando una oreja, Román cogió el hueco que dejaba libre
Emilio de Justo con el encierro, nada menos, que de Baltasar Ibán para el
domingo 9 de junio. El tercero de la tarde, castaño y con una encornadura
apabullante, se reveló como un auténtico barrabás que sembraba terror en cada
acometida, Camarito se llamaba. El
torero valenciano puso la plaza a flor de piel con un valor estoico y un toreo
que, por momentos, se sobrepuso a la fiera. La tragedia sobrevino cuando Román
se tiró a matar más derecho que una vela, sin trampa ni cartón, y Camarito cobró su tributo de sangre
propinándole una cornalón de caballo. La ejecución de la suerte merecía trofeo
por sí sola aunque el toro no le hubiera prendido. Por momentos el terror se
apoderó del ambiente. Afortunadamente, a pesar de la gravedad, la cornada no
hizo peligrar su vida. La estocada cayó en todo lo alto, no podía ser menos
entrando a matar con tanta verdad. Los pañuelos afloraron y el presidente
otorgó un trofeo, es lo de menos, la hombría de Román, la seriedad del San
Isidro que echó y cómo caló su actuación en los aficionados, queda ahí para los
restos.
Lo de Sergio Serrano
se lo perdieron muchos aficionados puesto que el festejo se celebró fuera de abono
el pasado 22 de septiembre, y fue, sin duda, uno de los momentos de grandeza
que hemos vivido este año. Con apenas dos festejos en su haber en las tres
últimas campañas, el torero manchego se las vio de primeras con un torazo de
Saltillo que por el izquierdo tenía dos doctorados y conocía cinco idiomas. Por
tanto, no tuvo otra que ponerse por la derecha ante aquella alhaja, pero no de
cualquier manera, lo hizo como si llevara cincuenta festejos este año, en los terrenos
donde se hace el toreo que llega a todo el mundo. Consiguió sacar dos o tres
derechazos mandones, sometiendo la embestida del bicho, fogonazos que hicieron
rugir la plaza. ¡Impresionante! La dignidad de su actuación fue tal que le echó
la mano izquierda a pesar de la malicia que había mostrado por ese pitón en
todo momento. No cabía otra que doblarse con Palmito, pues así se llamaba el regalo. Un macheteo auténtico
recibido con entusiasmo por los tendidos, y es que Palmito requería quebranto, bajarle los humos y dejar claro quién
mandaba ahí. La espada impidió que Sergio Serrano cortara una oreja del toro,
no obstante se tiró arriba, la vuelta al ruedo a demanda de los aficionados fue
gloriosa y unánime. Su tarde tuvo tintes de gesta y un mérito extraordinario
que merece recompensa. Debe regresar de nuevo a nuestra plaza, se lo ha ganado
con creces en el ruedo frente a un toro de pavor. Que tome nota la empresa.
Sergio Serrano
Artículo para el boletín de la Asociación El Toro de Madrid.
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