Porque no había toro que pudiera contigo ni existía ninguno ilidiable; porque hacías fácil lo difícil; porque dominabas todos los toros y todas las suertes; porque no hay vergüenza torera como la tuya; porque nunca se había toreado así hasta que tú llegaste; porque nadie ha puesto tanto riesgo en las suertes con la torería que tú lo hiciste; porque no habrá quien te iguale; porque eres y serás el Rey de los Toreros.Dominguillos
JOSELITO EN 1920
Rafael Cabrera Bonet. Presidente de UBTE y director del Aula de Tauromaquia de la Universidad CEU San Pablo
Cúmplanse este año los 100 redondos que marcan el centenario de la tragedia de Talavera. Inopinadamente, esa tarde desaparecía de los ruedos, de la vida, el más grande de los toreros de la historia, José Gómez Ortega, Joselito. El asombro y la estupefacción recorrieron España, primero, y luego el orbe taurómaco por completo. El héroe de tantas tardes, el diestro más alabado, ensalzado, temido u odiado por algunos, caía en la toledana plaza víctima de un toro.
De un toro, además, de ganadería secundaria, de un Bailaor, de la Sra. viuda de Ortega, del que nadie hubiese previsto mayor complicación. Mezcla de sangres, al intento de unir el comportamiento espectacular en el primer tercio de las reses del duque de Veragua con la bravura duradera de las del conde de Santa Coloma. Bailaor y Ortega, dos palabras que marcaron la vida y la muerte de José: su madre Gabriela Ortega, bailaora, fallecida apenas un año y cuatro meses atrás, y este toro camino de unas prometedoras patas blancas. Sin duda fue el sino...
1920 no fue sólo el año trágico,
aunque es cierto que hubo cierto desencanto, cierto hastío y alguna pesadumbre.
1920 fue una temporada brillante para José, con triunfos por doquier salvo,
quizá, menores en Madrid y Sevilla donde sus resultados no fueron como deseara.
Gallito chico se veía constantemente apremiado, casi perseguido y acosado, por
su propia fama, por la gloria de sus propias hazañas, porque los públicos,
siempre inmisericordes, pretendían que cada tarde estuviera mejor, más
completo, inconmensurable ante cualquier toro y en cualquier situación. Lo que
para otros diestros hubiera sido de aplauso, en él se censuraba a veces porque
querían ver más, y algunos, ciegos por la pasión belmontista, le negaban aun el
pan y la sal.
A todos los grandes toreros, de casi cualquier época, les ha pasado otro tanto. Los aficionados de más edad aun recordaban lo que se reclamaba a Lagartijo y Frascuelo, lo que echó de los ruedos a Guerrita, los recientes desencantos de Ricardo Torres Bombita.
Pero, con ello y todo, hubo muchísimas más alegrías que pesares. La de 1920 fue una temporada de sonados triunfos y recompensas, que comenzó, atípicamente, en tierras americanas, en Perú, en cuya plaza limeña de Acho actuó en el tránsito entre 1919 y el fatídico 20. Fueron hasta once los festejos de aquella temporada invernal, y de ellos seis desde enero, logrando triunfos notables y reconocimiento general a su labor. Volvería a España a continuación para comenzar la temporada nacional en Sevilla, el domingo de Resurrección. ¡Vaya cartel el de aquella tarde! José, Juan, el valiente Sánchez Mejías y el incomparable Chicuelo. Solamente el ganado desdijo de aquella ocasión, preparada para mayor gloria del arte del toreo. Y luego diecinueve corridas más; veinte festejos en total para redondear con la fecha en un arcano trágico. Sólo los aceros le distrajeron de un recorrido glorioso. Los cortes de oreja abundaron también este año: en Madrid una oreja en la Corrida de Beneficencia el 5 de abril; en Sevilla otra el 28 del mismo mes; en Barcelona dos orejas en la corrida del 6 de mayo en la Monumental; eso sólo en plazas de primera categoría; hubo vueltas al ruedo en muchas de estas apariciones en cosos de importancia, como las cuatro de Sevilla, o aquella de Madrid del 5 de mayo. En Murcia cortaría dos rabos, otro y cuatro orejas en Játiva, trofeos obtiene asimismo en Jerez, en Andújar, o en Écija. Su temporada se va desarrollando –con el paréntesis madrileño- entre muchas actuaciones memorables y alguna tarde de menor relieve.
Y lo verdaderamente trascendente para la historia taurina, su toreo ya manifiesta la inequívoca transformación, puesta en marcha en campañas anteriores, hacia la posteridad. Cuando comenzó su carrera, sus modos y formas se adecuaban al toreo preliminar, si bien a unos niveles que, en conjunto, nadie había alcanzado en la historia del arte de Montes. Su toreo evoluciona en consonancia con los nuevos tiempos, sin perder la gracia, la elegancia, los adornos o la variedad de sus primeros años. El público exige ya una mayor quietud, más exposición del diestro, más colocación y más dominio sobre la fiera. Y busca, además, mayor belleza estética en todo cuanto se hace, más reposo, más temple y ligazón. En apenas una década se han transformado las apetencias del respetable a la luz del toreo épico de José y Juan. Algo que apenas diez años antes no se podría haber solicitado, ni aun intuido.
José ha sido capaz de transformarlo y de transformarse, ya no sólo se cuentan los pases ceñidos o los lances capoteros ligados; se pondera, además, la exquisitez con que se realizan, la belleza y la estética en la figura del lidiador y en el vuelo de los engaños. Y con el toro de entonces, nada que ver con las pastueñas y boyantes reses de hogaño.
Su toreo de capote se suaviza, se prolonga sobre sí mismo, se curva para recoger la embestida y ligarla de inmediato, ya no despide los toros con el mismo alzamiento de brazos que realizara en sus años iniciales, a lo más se rematan los lances a la altura del hombro, porque es preciso ligarlos. En las crónicas aparecen con frecuencia cinco o seis verónicas, dos de ellas superiores, excelsas, bellísimas, como puede suceder hoy en día. La variedad en quites y lances es prodigiosa, nadie como él domina tantas suertes, y aun los galleos, capote sobre los hombros, o el bú, son lances que pueden contemplarse bellamente ejecutados por Gallito chico. El propio Antonio Fuentes, el de la elegancia innata, diría de él que “Había perfeccionado la suerte [a la verónica] hasta marcar los tiempos de manera matemática y de un temple y suavidad exquisitos”.
Prodigioso también en
banderillas, aunque los más entendidos echaran en falta algunas de las
gallardías de Fuentes, la maestría del Guerra o la elegancia y dominio del gran
Lagartijo. Solamente le faltaba practicar más los pares de poder a poder, dando
todas las ventajas al toro, aunque la reunión con el toro y la colocación,
según el propio Fuentes, eran inigualables.
Pero donde su importancia cobra
auténtica trascendencia es en la transformación del toreo de muleta. Antes los
pases se contaban por unidades: Fulano dio quince pases entre naturales, de
pecho y por la cara. Pero en esta década, José y Juan y a su sombra varios más,
han transformado la concepción de la faena de muleta.
Los lances se cuentan ya por tandas o series; se describe la sucesión de la faena, se habla –por ejemplo- de cinco naturales ligados, o se comentan los tres pases de rodillas seguidos de cuatro con la derecha y tres al natural, rematados con un molinete y uno de pecho. José torea ligado y en redondo tantas tardes... Ya no despide al animal en cada muletazo, se remata el lance según el canon clásico –ahora sí hecho efectivo- para intentar ligarlo con el siguiente, y por ende, dejando al toro colocado a la espalda del lidiador. José, en esto, es el verdadero revolucionario, el diestro que empieza a comprender la necesidad de ligar y de llevar al toro en redondo, el primero también que lo ejecute con la necesaria continuidad y brillantez. Fíjense lo que de él dice Enrique Vargas Minuto: “...hoy no me encuentra usted un torero de más bonita figura, que más le diera el parón y que más cerca le pasaran los toros”, y “Empieza usted por el pase natural, esos los daba por series; se liaba a dar vueltas con el toro y lo mareaba”. Ligazón y toreo en redondo, con aquellos toros y en aquella época, algo que no había hecho nadie antes con la regularidad precisa.
Manejó el acero con cierta desenvoltura, y aunque sus estocadas pecaron de caídas en muchas ocasiones; alcanzó a matar con seguridad y con un tranquillo que hoy no nos resulta extraño: el salto a la hora del embroque para superar el pitón derecho de la res.
Todo, inexorablemente, se fue cumpliendo para la consagración del mito. Un torero singular, único, revolucionario, con un dominio tal de toros y lances como hasta entonces no se había conocido, un diestro alegre en las formas, trascendente en el fondo, que no rehuía los alardes temerarios de valor –de ahí que abundara en el toreo genuflexo y el agarre de pitones de aquellas reses, en desplantes constantes, en alardes mirando al tendido-, que era un prodigio banderilleando –especialmente al quiebro-, y que poseía un enorme repertorio tanto con el percal como con la franela.
De ahí que la sorpresa de su muerte fuese superlativa y que algunos concibieran negros presagios para al arte de la tauromaquia. Pero al morir José en Talavera se convertirá en auténtico héroe y se le elevará a los altares del rito taurómaco. Héroe, mito, leyenda, siempre con una base de realidad palpable, fundada, fundamentada, pero al que la muerte envuelve en un aura luminosa y eterna que lo ensalza y realza por encima del común de los mortales. Joselito así, vive para siempre.
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