-¿Cuántas varas ha tomado?
-Pues... dos..., quizá tres.
-¡Bah! ¡Ese no es un toro de
bandera!
-¡Si vieras con qué bravura
acudía a los caballos y a los de a pie!
-Todo eso servirá para
calificarlo incluso de superior; pero nunca de bandera. Para que un toro pueda
ser llamado así tiene que hacer una pelea en verdad excepcional de todo punto.
Tiene razón el famoso
ganadero. Decir de un toro que ha sido de bandera es atribuirle una bravura
extraordinaria, y como la bravura se calibra por el tercio de varas (¡no le
demos vueltas!), cuando el resumen de la pelea de un toro en el primer tercio
es, por ejemplo, tres varas y un refilón, sin ninguna caída..., ese toro será
todo lo bravo que se quiera, pero de bandera... ¡nunca!
Me diréis que, tal y como
suceden ahora las cosas, no hay posibilidad de ver lo que es un toro en varas.
Conforme. Pero eso quiere decir que la misma orden ministerial que dio vida al
peto significó virtualmente la clausura de la Relación de Toros de Bandera. Hay
que aceptar los hechos como son, con todas sus consecuencias, y sería absurdo
que a toritos que toman bien, o bastante bien, dos puyazos y acuden a la muleta
con una docilidad extraordinaria se les pusiera en lista al lado del
"Jaquetón", del "'Caramelo", del "Estornino" y de
tantos otros.
En un artículo humorístico,
yo, como mal menor, y para dejar a todos contentos, proponía que se crease una
nueva categoría, comprensiva, principalmente, de esos toros de dulce,
suavísimos, con temple ideal, con la embestida justa, sin pizca de malicia, que
resistan ochenta pases sin adquirir el menor resabio. A estos animalitos se les
llamaría los toros de gallardete. Entre ellos y los verdaderos toros de bandera
hay exactamente la misma proporción que entre el gallardete, soso y verbenero,
y la bandera majestuosa, que ampara en el balcón a un escudo. A los aficionados
serios ya nos indigna bastante que para esos toros se pida la vuelta al ruedo, o incluso que se les dé sin pedirla (hecho histórico que motivó el articulito
de marras), vaya usted a saber por qué regla de tres.
Los manipuladores de la
propaganda, en una verdadera carrera hacia el Mar de la Mentira, parecen
desconocer el valor de los adjetivos o deliberadamente los subestiman, si es
que no tratan maquiavélicamente de ridiculizar a aquellos a quienes se aplican.
En esto sucede algo parecido al hecho de salir un señor bajito, de un almacén
de ropas hechas, vestido con un traje de las tallas más elevadas: todo el mundo
se reirá del señor, y no del traje, por entender que aquél se había apropiado
de algo que no le correspondía y que pudo tener mejor empleo.
Así pasa con los toros de
bandera, que son, en rigor, muchísimos menos de los así calificados, por las
razones antedichas y algunas más que podrían aducirse.
Luis Fernández Salcedo, Veinte
toros de Martínez, Egartorre, 1990, págs. 171-172.