Andan las cloacas del sistema empeñadas en lo que ellos entienden por modernizar el espectáculo del toro. Hacer el asunto más liviano, dar una imagen límpida, happy, moderna. Es un mensaje que cala en la masa, lo interioriza, participa en ello y de modo inexorable sigue su curso hacia el borde de un precipicio, obscuro y abominable para unos, paradisíaco y próspero para otros.
Y no es porque Morante se presente con bigote hipster en esas plazas de Dios, ni siquiera el caso de algunos modernistas que se regocijaban con Madrid2020 como medio para difundir la fiesta a los guiris de los cinco continentes, a la par que se eliminan las corridas y se juega al baloncesto en esa maravillosa plaza vanguardista que iba ser Las Ventas, con sus videomarcadores, sus vestuarios, su cubierta climatizada con focos y asientos de plástico que pretendía hacer las maravillas del toreo moderno; a salvo del viento de una vez por todas, máximo culpable tras el tendido 7 de todos los males de la plaza, más aún cuando alguna de las llamadas figuras se digna a pasar por ella.
Aquí el problema era el toro, pero eso ya está resuelto. Poco a poco el sistema taurino profesional, o la mayor parte de este, ha ido permitiendo o incluso favoreciendo, con toda naturalidad, que los distintos encastes del toro de lidia acabaran desapareciendo, moribundos en el mejor de los casos. Se da por hecho que las Castas son una lacra molesta, lo moralmente aceptable es mandar al matadero y tildar de caduco toda ganadería patrimonio de la Fiesta, patrimonio del antitoreo según estos profetas de la moral. Las hienas se abalanzan sobre Miura a nada que tiene un tropiezo, Samuel Flores ha sido víctima de esta clase de carroñeros gracias a una corrida brava en Albacete y Prieto de la Cal es objeto de vilipendio constante, sólo por la lucha tenaz y romántica de un ganadero tratando de mantener la sangre Veragua. Pero ya digo que esto a día de hoy no es un problema para ellos, la realidad es la que es, todos los años van cayendo encastes y, por mucho que se quiera, la inmensa mayoría de las ganaderías que se anuncian son Domecq de lengua larga, mirada lánguida y culo estrecho. Si no, id a la estantería y ojear los opus de Tierras Taurinas, con el paso del tiempo son pasado, algunos han quedado como semblanzas de ganaderías desaparecidas, un auténtico muestrario remember. Y por supuesto, nadie de los que viste de luces ha dicho esta boca es mía mientras cobaledas, coquillas, urcolas o pedrajas han ido pereciendo. Los coletas son cómplices del desastre, pues nadie está a salvo de ese principio de más (dinero) por menos (trabajo), tan actual en la sociedad de hoy. Y después dicen que le deben todo al toro.
Resuelto el problema del toro, con solo un empujón más, resolvíamos el problema de los caballos. Si no hay toro no hay tercio de varas, es sencillo. Y si lo hay, te jodes que no lo vas a ver, a menos que te encuentres en uno de esos cosos de las galias repleto de aficionados. Es un trance molesto en el proceso de modernización taurómaca, hay sangre y se trata de ser generosos con el animal, el hombre pierde protagonismo, lo cual no parece que agrade en demasía. Infinidad de veces me he desplazado a un pueblo para ver una ganadería de mi interés, y he vuelto a casa tras ver 6monopuyazos6, meditando sobre la bravura que podría haber tenido este o aquel animal; será que lo hacen así para que el aficionado trabaje la imaginación de lo que pudo ser y no fue. Luego están esos tipos que a gritos suplican ver un toro colocado en suerte, los más atrevidos mendigan a los toreros un par de entraditas al caballo, pobres, dan más la nota que un madridista de tribuna que se levanta para acompañar los cánticos del fondo sur, la gente los mira como si fueran marcianos. No ha habido una sola tarde de las centenares de veces que me he sentado en el 7 en un festejo de temporada en la que, llegando el caballo de picar a sus dominios, no se escuche una voz desde el tendido diciendo: "por favor, vamos a ver al toro"; seguramente no se enteran, por aquello de los ojos vendados y las bolas de algodón que taponan las orejas.
Pues ya está, finiquitado el toro y la suerte de varas, era cuestión de tiempo que los mamadores del movimiento reivindicaran el indulto como último paso para que la Tauromaquia sea lo más. Hay que evitar la muerte del toro a toda costa, así tendremos una Fiesta cool. Lo comprobamos el día del cante de Talavante, presuntos aficionados se postulaban sin nigún pudor a favor de un indulto que ellos mismos calificaban de mamarrachada, y se alegraban porque toda España había visto que al toro se le perdona la vida. Ver para creer, seguro que hemos ganado decenas de miles de aficionados con semejante pantomima. Un inciso: a mi que un torero cante en mitad de la faena no me parece mal si este hecho se produce al menos una vez cada ciento cincuenta años. O sea, no contentos con arrebatarnos la variedad del toro y el tercio eje de la bravura, ahora pretenden borrar del mapa uno de los momentos más bellos y emocionantes para el aficionado: Ese toro bravo, herido de muerte, con la espada en todo lo alto que, sujeto por la bravura y el ansia de embestir, sostiene su cuerpo todavía venteando desafiante... cayendo muerto, mas no derrotado. Es una emoción especial que el aficionado siente, difícil de explicar y diferente al resto de momentos que suceden durante la lidia, pero el Komando Anti-Toro es insaciable.
Perdimos la genética del toro y esa cosa extraña del tercio de varas, también derechos y plazas señeras que hasta hace poco daban festejos, pero no importa, más ahora que nos hallamos inmersos en un proceso de modernización, en plena campaña de indultos provida, cuya máxima expresión y cenit se vio hace unos días en la plaza granadina de Baza. Indultaron un animal de Benjumea-nolosveas por el método del somnífero y traslado a corrales en una máquina futurista de obra, con todos los adelantos tecnológicos, conocida como excavadora. El súmmum. No se necesitan cabestros, perdemos glamour.
Disfrútenlo:
Resuelto el problema del toro, con solo un empujón más, resolvíamos el problema de los caballos. Si no hay toro no hay tercio de varas, es sencillo. Y si lo hay, te jodes que no lo vas a ver, a menos que te encuentres en uno de esos cosos de las galias repleto de aficionados. Es un trance molesto en el proceso de modernización taurómaca, hay sangre y se trata de ser generosos con el animal, el hombre pierde protagonismo, lo cual no parece que agrade en demasía. Infinidad de veces me he desplazado a un pueblo para ver una ganadería de mi interés, y he vuelto a casa tras ver 6monopuyazos6, meditando sobre la bravura que podría haber tenido este o aquel animal; será que lo hacen así para que el aficionado trabaje la imaginación de lo que pudo ser y no fue. Luego están esos tipos que a gritos suplican ver un toro colocado en suerte, los más atrevidos mendigan a los toreros un par de entraditas al caballo, pobres, dan más la nota que un madridista de tribuna que se levanta para acompañar los cánticos del fondo sur, la gente los mira como si fueran marcianos. No ha habido una sola tarde de las centenares de veces que me he sentado en el 7 en un festejo de temporada en la que, llegando el caballo de picar a sus dominios, no se escuche una voz desde el tendido diciendo: "por favor, vamos a ver al toro"; seguramente no se enteran, por aquello de los ojos vendados y las bolas de algodón que taponan las orejas.
Pues ya está, finiquitado el toro y la suerte de varas, era cuestión de tiempo que los mamadores del movimiento reivindicaran el indulto como último paso para que la Tauromaquia sea lo más. Hay que evitar la muerte del toro a toda costa, así tendremos una Fiesta cool. Lo comprobamos el día del cante de Talavante, presuntos aficionados se postulaban sin nigún pudor a favor de un indulto que ellos mismos calificaban de mamarrachada, y se alegraban porque toda España había visto que al toro se le perdona la vida. Ver para creer, seguro que hemos ganado decenas de miles de aficionados con semejante pantomima. Un inciso: a mi que un torero cante en mitad de la faena no me parece mal si este hecho se produce al menos una vez cada ciento cincuenta años. O sea, no contentos con arrebatarnos la variedad del toro y el tercio eje de la bravura, ahora pretenden borrar del mapa uno de los momentos más bellos y emocionantes para el aficionado: Ese toro bravo, herido de muerte, con la espada en todo lo alto que, sujeto por la bravura y el ansia de embestir, sostiene su cuerpo todavía venteando desafiante... cayendo muerto, mas no derrotado. Es una emoción especial que el aficionado siente, difícil de explicar y diferente al resto de momentos que suceden durante la lidia, pero el Komando Anti-Toro es insaciable.
Perdimos la genética del toro y esa cosa extraña del tercio de varas, también derechos y plazas señeras que hasta hace poco daban festejos, pero no importa, más ahora que nos hallamos inmersos en un proceso de modernización, en plena campaña de indultos provida, cuya máxima expresión y cenit se vio hace unos días en la plaza granadina de Baza. Indultaron un animal de Benjumea-nolosveas por el método del somnífero y traslado a corrales en una máquina futurista de obra, con todos los adelantos tecnológicos, conocida como excavadora. El súmmum. No se necesitan cabestros, perdemos glamour.
Disfrútenlo:
Me descubro ante tan hermosa publicación, socarrona y nostálgica en la queja de lo que no será más el toreo; pues es así, no es que vaya a ser algo, es que ya no será algo, matiz importante en una historia de grandeza, matada de un bajonazo llamado El Juli, Zalduendo, Mundotoro, Gin e indulto, Zapopinas y cantos en medio del toro, no frente a él.
ResponderEliminarPensar que algunos autodenominados aficionados escriben a favor del picotazo -si no lo hacen,mejor -,la faena de muleta como fundamento del corte de despojos.La suerte suprema para estos malos "aficionados"carece de importancia.Una pena.
ResponderEliminarJaycoro.
Gracias Taurino Bogotá y Jaycoro. Estamos muy de acuerdo.
ResponderEliminarSaludos