Por Andrés de Miguel
Días pasados, en un ambiente distendido, tuve la
oportunidad de escuchar las opiniones de David Adalid, en el invierno posterior
al gran éxito del espectáculo completo de Javier Castaño y su cuadrilla. Sus
ideas fluyen bien estructuradas, pues huye tanto de la pedantería como de la
falsa modestia, proporcionando una sensación de credibilidad, más notable
cuanto que la conversación se desarrollaba en cercanía y con atención de todos
los participantes.
Me pareció que había más sintonía con el común de las
opiniones que es habitual oír a aficionados que las que expresan los
profesionales, en cuanto a su concepto del espectáculo, del arte, del riesgo,
en fin de los distintos elementos que se unen en la corrida de toros.
Me sorprendió especialmente su concepto de la relación
entre la corrida de los toros y la muerte, pues mientras que habitualmente se
entiende que la muerte es algo inevitable que merodea alrededor de los
protagonistas de la corrida de toros y que cae sobre ellos como una maldición
de la que hay que zafarse, en las palabras de David Adalid, la presencia de la
muerte es un ingrediente imprescindible de la corrida a la que se enfrentan sus
protagonistas cuando ofrecen su arte, cuando arriesgan con su oficio. No había dramatismo
en sus comentarios, afirmaba con serenidad que la muerte está siempre presente
y la manera de rehuirla no es mediante la búsqueda de la comodidad que intenta
excluir el riesgo confinando la muerte a lo inevitable, a lo fortuito, sino con
el recurso a la suerte, a la suerte taurina y a la suerte azarosa.
Afirmaba que su concepto del toreo era de todo el grupo
incluido el matador y apoderado y que la idea de ofrecer un espectáculo
completo en la lidia estaba no sólo asumida sino buscada por todos y promovida
por el matador y el apoderado, lo que añadía interés pues garantiza su
continuidad.
Saber que se denominan a si mismos “espartanos” como
homenaje al valor y que tienen un lema como “triunfar o morir” me puso la carne
de gallina, como a todos los asistentes, y me recordó lo que decían las
madres espartanas a sus hijos cuando iban a la guerra: “Volved con los escudos
o encima de ellos”, puesto que los escudos no se debían abandonar en la batalla
y en caso de muerte se utilizaban como mortaja.
En fin que sus opiniones me parecieron emocionantes, como
sus pares de banderillas en la plaza y me reconciliaron con lo más trascendente
de la fiesta de los toros, donde el torero, y todos son toreros, es capaz de
poner en riesgo su vida para crear su obra.
7 de octubre de 2012. El día que David Adalid le puso dos pares al sesgo a un toro de Palha, ¡por el mismo pitón! |
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