Un 4 de octubre de 1975, en un día de tienta en la finca Puerta Verde, término de El Escorial, una utrera de Amelia Pérez Tabernero regresó por su cuenta a la plaza donde había sido toreada un rato antes por Antonio Bienvenida. Entró y se llevó por delante al maestro, que se encontraba de espaldas cuando la vaca lo golpeó, cayendo de forma aparatosa. Lo trasladaron al Clínico de La Paz donde fallecía tal día como hoy, 7 de octubre, rondando las cuatro de la tarde. El mundo del toro y la ciudad de Madrid dio muestras de enorme dolor, arropando en todo momento a los familiares. Su funeral ha sido uno de los más sentidos que se han vivido en Madrid. Gloria eterna para Antonio Bienvenida, el torero de la sonrisa inmortal.
Cuenta José María de Cossío sobre él:
El calificativo que mejor cuadra a su manera de entender la profesión es el de maestro. De los toreros contemporáneos suyos, muy pocos han tenido la intuición taurina, la conciencia de los terrenos de la lidia, el conocimiento de las condiciones y tendencias de los toros. Esta maestría ha sido el cimiento solidísimo del edificio alegre y melancólico de su toreo. Porque si en sus medios tácticos, en su manera de entender el dominio sobre las reses pertenece a la especie de toreros generales y dominadores, en su estilo, en su sentimiento del arte de torear ha mostrado un equilibrio inalterable entre el patetismo, que siempre ha rehuido, la alegría andaluza y la sequedad y austeridad de que toreros suyos contemporáneos han sido exponente egregio. El toreo de Antonio Bienvenida busca su puesto en la aparente ligereza sevillana, pero con un matiz de melancolía que no llega al patetismo. Esta negativa a conducir su arte por los escapes que pudiéramos llamar románticos del arte de torear caracteriza su toreo y le dan pleno derecho a la consideración de clásico, de maestro de su arte.
Ya dije que huyó en su arte del patetismo, y que nada tiene que ver con el hieratismo de diestros eminentes con quienes alternara, pero lo mismo tras los adornos sobrios, y el ritmo de gracia y, sobre todo, de su permanente sonrisa en el ruedo, Antonio Bienvenida ha practicado un toreo escrupulosamente grave, en el que lo alegre muchas veces era tan solo la sonrisa permanente. Ha toreado ejemplarmente con el capote, ha sido un banderillero largo y entendido, y su muleta puede pasar por modelo y canon de buen toreo, sin que el más escrupuloso aficionado pudiera en sus grandes faenas tildar una sola concesión a la ventaja. Pocos nombres pasarán a la historia del toreo con ejecutoria más noble y varonil que el de Antonio Bienvenida. Su influjo en la fiesta, las posiciones por él adoptadas frente a claros abusos, no son sino reflejo fiel de su carácter entero, asentado sobre la bondad y simpatía más evidentes e indiscutidas.
Cuenta José María de Cossío sobre él:
El calificativo que mejor cuadra a su manera de entender la profesión es el de maestro. De los toreros contemporáneos suyos, muy pocos han tenido la intuición taurina, la conciencia de los terrenos de la lidia, el conocimiento de las condiciones y tendencias de los toros. Esta maestría ha sido el cimiento solidísimo del edificio alegre y melancólico de su toreo. Porque si en sus medios tácticos, en su manera de entender el dominio sobre las reses pertenece a la especie de toreros generales y dominadores, en su estilo, en su sentimiento del arte de torear ha mostrado un equilibrio inalterable entre el patetismo, que siempre ha rehuido, la alegría andaluza y la sequedad y austeridad de que toreros suyos contemporáneos han sido exponente egregio. El toreo de Antonio Bienvenida busca su puesto en la aparente ligereza sevillana, pero con un matiz de melancolía que no llega al patetismo. Esta negativa a conducir su arte por los escapes que pudiéramos llamar románticos del arte de torear caracteriza su toreo y le dan pleno derecho a la consideración de clásico, de maestro de su arte.
Ya dije que huyó en su arte del patetismo, y que nada tiene que ver con el hieratismo de diestros eminentes con quienes alternara, pero lo mismo tras los adornos sobrios, y el ritmo de gracia y, sobre todo, de su permanente sonrisa en el ruedo, Antonio Bienvenida ha practicado un toreo escrupulosamente grave, en el que lo alegre muchas veces era tan solo la sonrisa permanente. Ha toreado ejemplarmente con el capote, ha sido un banderillero largo y entendido, y su muleta puede pasar por modelo y canon de buen toreo, sin que el más escrupuloso aficionado pudiera en sus grandes faenas tildar una sola concesión a la ventaja. Pocos nombres pasarán a la historia del toreo con ejecutoria más noble y varonil que el de Antonio Bienvenida. Su influjo en la fiesta, las posiciones por él adoptadas frente a claros abusos, no son sino reflejo fiel de su carácter entero, asentado sobre la bondad y simpatía más evidentes e indiscutidas.
Dejo el documental de Fernando Achucarro, disfrutadlo.
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