lunes, 5 de octubre de 2015

Otoño 2015

   Visto y no visto, la Feria de Otoño ya es historia, y para ella media docena de naturales de Paco Ureña a un toro noble de Adolfo Martín que cerraba el ciclo. Será lo que perdure. Tres días antes empezábamos con una novillada de El Torreón de las que hacen que el público salga de la plaza como si hubiera un incendio dentro, blasfemando entre dientes la detestable condición de los animales. Para más inri, vimos unos novillos demasiado anovillados para lo acostumbrado en esta plaza.

Luego vino el cacareado mano a mano entre López Simón, el de las tres puertas grandes del año sin que nos acordemos de un solo muletazo, y Diego Urdiales, aupado a los altares por una campaña mediática después de dieciséis años de alternativa. El mismo Urdiales que llevamos viendo todos estos años: el ausente, desaparecido y medroso, frente al genial, espontáneo y belmontino; a decir de sus panegíricos sería Antonio Ordóñez en caso de haber nacido en Ronda, y ocupa el cetro del mismísimo Curro Romero. Un desfase. Algún aficionado no digitalizado de mi grada, de los veteranos que fían toda su memoria en lo que ven sus ojos tarde tras tarde, solo recordaba al riojano por una faena poderosa a un ejemplar de Victorino, hace ya unos cuantos años. Recuerdos selectivos de aficionado que pocas veces marran. Con tanto elogio el subido es tal que fue Urdiales el que invitó a saludar a López Simón al romper el desfile, como si fuera él el que viniera de abrir dos veces la Puerta Grande y no de naufragar con una corrida de Victoriano del Río.

La corrida del Puerto de San Lorenzo echó todo al traste y toda la salsa se debió al arrojo de López Simón. Lo mismo de siempre, para qué voy contar. No hay encaste más exasperante para el aficionado que el de la familia Fraile, quitando, por supuesto, el de los gracilianos que anuncian a nombre de Juan Luis. O se quedan flojos y parados o se mueven blandengues, pero siempre con la estupidez y la mansedumbre de por medio; y los toreros encantados los siguen demandando. Llevamos varios años aguantando lisardos demasiado mediocres, los ganaderos deberían plantearse adónde quieren llegar.

Urdiales pasó de puntillas. Y López Simón salió por la Puerta Grande en una actuación con tintes melodramáticos, un torero nunca tiene que dar pena ni dar margen a ello. La primera oreja fue un regalo del palco, eso de tener un hijo torero debe de ablandar el criterio porque no había petición suficiente a todas luces. Hay que decir que la tarde del madrileño en el plano artístico fue muy escasa, todo sustentado en el derechazo y en la faena que le dio la segunda oreja abusando del recurso del pico, rematando con una gran estocada recibiendo, eso sí. Valor, temeridad y cercanías, los pilares del exitoso año de López Simón en Madrid. No es poco pero necesitará mucho más para mantenerse arriba, veremos... 

Ninguna historia los de Vellosino el sábado. Vacíos, anodinos, descastados. Otra ganadería mediocre en perpetuidad. Eugenio de Mora y Uceda Leal vinieron a poner el cazo, este último al menos dejó dos estocadas superiores de las que hace un tiempo tenía por costumbre. Y Gonzalo Caballero, además de la predisposición del novel, tiene trazas de buen torero. Cómo evolucionará no lo sabemos.

Rafaelillo parando al cuarto de Adolfo, Baratillo

Para terminar nos esparaba la corrida torista que se viene repitiendo los últimos años: Adolfo Martín. El encierro no defraudó en absoluto. Tres tobilleros que se orientaban a partir del tercer muletazo, como fueron primero, segundo y cuarto. Uno muy exigente y encastado en tercer lugar. Otro que apuntaba buenas cosas, castigado en exceso en el caballo acabó perdiendo demasiado las manos, el quinto. Le corría la sangre por el lomo como un canalón. Y el sexto que sacó nobleza y buena embestida. De presencia desigual, algún retaco y alguno sacudido de carnes, pero serios en general y muy aparatosos de velamen. En los caballos fueron a menos, el toro de Albaserrada nunca ha sido un dechado en este tercio. Todo lo que se les hacía tuvo mucha importancia, había que ganarles la partida en cada lance y conocer los condicionantes del encaste. De ahí que Rafaelillo y Robleño resultaran indemnes y Ureña zarandeado por sus toros en varias ocasiones.

Ureña, toreando

Como siempre que hay toros de verdad pasaron muchas cosas. Rafaelillo peleó con sus dos regalitos como un titán, es un torero ideal para estas lides y también para torear como el mejor de los artistas. Uno de los toreros del momento. Me quedo con algunos pasajes del trasteo con el primero de la tarde, si bien no logró imponerse siquiera una sola serie; y el saludo capotero al cuarto, por verónicas flexionado a la antigua. Robleño sin pena ni gloría, lo mejor fue el acierto a espadas y el aguante parando al quinto, que tuvo unas arrancadas brutales. Ureña escondió sus dos oponentes en el caballo y los metió debajo del peto en el segundo encuentro y, una vez más, como en Bilbao, demostró que aún está muy verde con el toro de Albaserrada. Al tercero lo fue estropeando a base de querer romperlo en redondo desde el principio, y de ahogarlo. El sexto se dejó hacer a pesar de los errores y le permitió dejar un ramillete de naturales de categoría, citando siempre en la rectitud, obligando al toro en redondo y pasándoselo por la faja. El toreo. Atendía al nombre de Murciano, así que entre paisanos no había otra que entenderse de buena manera. Siendo ligados, cada natural tenía personalidad propia, un principio y un remate. Ante semejante forma de torear la locura estaba servida en los tendidos y una estocada efectiva lo sacaba a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas, pero mató pésimo, pinchando y envainando. Con todo, ahí queda eso, Paco Ureña bordó el toreo y firma lo mejor con la mano izquierda esta temporada, junto con Morenito de Aranda y Rafaelillo.

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