Afortunadamente, por mucho que algunos no lo vean o no lo quieran ver, hemos echado una feria muy positiva en cuanto al apartado ganadero se refiere. Corridas en un tono de casta muy alto como la de Alcurrucén del día 24 de mayo, la de Victorino Martín, la de Baltasar Ibán, la de Victoriano del Río, la de Montealto, o la de El Torero, ésta última suavona, pero muy buena para los matadores. Aparte, toros sueltos de buen juego a puñados. De variado estilo, para aquellos que abarquen variedad de comportamientos.
Voy a recordar en esta entrada cuatro ejemplares que a bote pronto se me vienen a la memoria y que para mi modo de ver se podrían calificar de bravos. Cuatro colores en la heterogénea paleta de la bravura. Uno de tantos aspectos que maravillan de este espectáculo es que no hay un toro igual a otro.
Por orden cronológico:
Cubilón, de El Puerto de San Lorenzo.
A pesar de la ojeriza que le he cogido a los Lisardos de Valdefresno y El Puerto por su comportamiento bueyancón, cuando sale un animal así no queda otra que dar la enhorabuena y despedirlo en pie batiendo palmas, como fue el caso. Este toro me llegó por su casta fiera, con nervio. Tuvimos la dicha de que Román lo pusiera en suerte y más todavía de que a caballo lo ahormara Pedro Iturralde, extraordinario jinete que hace bravo a una burra. En los dos puyazos se arrancó de largo galopando, cumpliendo sin alardes bajo el peto. Lo pareó magistralmente Raúl Martí sin levantar los pies del suelo. Román se vio desbordado en todo momento y eso que faenó en el tercio; Cubilón fue muy codicioso por le pitón izquierdo y repetía con el rabo enhiesto. Al salir me preguntaba qué hubiera sido de la tarde si Ponce, que tuvo el día de querer, se las hubiera visto con este burel. A lo mejor estábamos hablando de otro hito histórico, como el día de Lironcito, quién sabe.
Camarín, de Baltasar Ibán.
Hablaba de esta gran ejemplar en la entrada anterior y lo explicaba de este modo:
Lo de Camarín fue bravura auténtica, en
puridad. La bravura que explicaba en esta entrada, definida llanamente con la frase
"hasta aquí hemos llegado". La RAE sólo necesita una palabra
para explicarlo, dicho de un animal: fiero o feroz. Porque Camarín,
después de cinco tandas en las que Aguilar le dio distancia y se lo dejó llegar
de largo, sin esconderlo, intentando gobernar las imparables acometidas del
funo sin terminar de conseguirlo, como los bravos de veras, en vez
de mirar con tontuna a los tendidos y huir a tablas, Camarín dijo
que se acababa la historia y que no le pegaban ni uno más. A esas alturas de
faena Camarín no embestía, cazaba. Aguilar se percató, cogió
la espada y se lo llevó a los adentros con varios muletazos por bajo que tanto
gustan en esta plaza, sin lucimiento, y se tiró de verdad, con el cuerpo tras
la espada, llevándose un pitonazo en el pecho y colocando el estoque arriba,
donde merecía tamaño toro. Podría haber sido una vuelta al ruedo en vez de una
oreja, pero no era, ni mucho menos, para protestar al torero. El presidente no
se enteró de nada, otros días sacan el pañuelo azul por cuenta propia, sólo si
se cortan las dos orejas en faenas que hierve la plaza; si lo pide la afición
tras una lidia intachable, no parecen capaces de verlo.
Porque Camarín acudió de largo a la pelea,
fijo en el caballo. En el primer envite empujó con todo y en el siguiente lo
sacaron rápido. Pedía pelea y no vimos el ansiado tercer puyazo porque no se
administra el castigo, se lidia malamente. En banderillas no hizo ningún ademán
de manso y persiguió a Rafael González. Todo ello con viveza, con brío de
bravo, codicia y galope que era todo un deleite.
Garrochista, de Victorino Martín.
Garrochista no aparentó de salida pero fue creciendo según se desarrollaba la lidia, a cada lance más grande y más serio. No fue el más fiero ni el más exigente de la corrida de Victorino, pero sí el más bravo en conjunto. El que mejor cumplió en el caballo y con la embestida más franca de la tarde, atemperada, larga y humillada; desde el principio que se dejó torear de capa, cosa rara en esta ganadería. Una tercera vara cambiaría mucho la percepción de este toro y lo colocaría en un pedestal. Estoy seguro que la hubiera tomado de buena gana. El Cid estuvo ora aseado, ora superado por el morlaco. Muy lejos de la excelencia de tiempos pretéritos. El de la A coronada fue arrastrado con todos los honores y no era para menos.
Tabernero, de Miura.
Lo primero que hay que decir es que este toro no lo hubiéramos visto si no es por el valor y la maestría de Rafaelillo, en manos de otro coleta nadie en este momento se acordaría de Tabernero. Fue el más serio de la corrida, un Miura monumental como los que se ven en Pamplona; en Madrid, por desgracia, los echan mucho más livianos. Era todo poderío y animalidad, verlo arrancarse al galope constituía de por sí todo un espectáculo. Donde se le ofrecía pelea allí que acudía, y si no también. Porque era un Miura con todas las de la ley y si alguno se confiaba, como le sucedió a José Mora, Tabernero se arrancaba a tirar la cornada, que es el deber del toro. Pegajoso de salida, Rafaelillo se hizo notar y desde el principio dejó claro quién iba a mandar ahí, capeando a Tabernero hasta pararlo en los medios haciendo que solo viera percal. En la pelea con el caballo el Miura se estiraba al sentir la puya y parecía aún más grande, empujando con la cabeza arriba. Qué furia. Rafaelillo se percató de que cazaba moscas por el derecho y se cambió a la zurda, la mano que siempre ha funcionado en Madrid, en los mismísimos medios. Las primeras series, aunque mandonas, fueron despegadas, por si Tabernero soltaba algún hachazo. Pero al final, Rafaelillo dio el medio pecho, se asentó sobre los riñones y le sopló algunos naturales que hicieron rugir la plaza. Cundió la emoción, estuvo sublime. El miureño no quiso cuadrar, Rafaelillo pinchó varias veces, siempre señalando arriba, y dejó una estocada decorosa. Y para los restos una nueva lección del que se ha convertido en icono de la afición con toros de toda sangre y condición. Hace tiempo que le sobra el diminutivo y por todos debería ser conocido como Rafael Rubio, El Grande.
Me falta Ojeador también de Miura
ResponderEliminarOjeador se dolió en banderillas y se apagó bastante, quizá por el izquierdo tenía algo. Casi me gustó más el primero del lote de Pérez Mota, aunque era un buen pájaro, Tahonero.
ResponderEliminarSaludos.