De lo ocurrido en Zaragoza, con ocasión del último espectáculo taurino de la temporada de 1901, decía la Prensa de la capital aragonesa:
"La fiesta taurina de ayer dio margen a la última bronca y a un escándalo que llegó a trascender fuera del circo taurino, siendo precisa la intervención de las autoridades y de la fuerza pública. Anunciaba el cartel la muerte de seis reses de Carreros. Habían fenecido tres y una volvió al corral, cuando se dio suelta a la quinta, que era de Constancio Martínez y no de Carreros. El público protestó semejante cambio y el Presidente dispuso salieran los cabestros.
Se da suelta luego a otra res de igual procedencia y la bronca aumenta, llenándose el ruedo de espectadores. El animalito volvió al corral y aparece en el ruedo otra que torean los protestantes, retirándose la cuadrilla. Después otro, otro y otro. La bronca continuaba en aumento y aquí llegó a su período álgido; comenzaron a caer al anillo tableros de la barrera, puertas de la contrabarrera y tabloncillos de grada, en donde ya ardían hogueras de papel.
La res, sujeta por el público, fue sacrificada sobre la candente arena y arrastrada después puertas afuera de la Plaza hasta la calle de la Escopetería. Querían unos llevarla al paseo de la Independencia, y a instancias de otros se intentó meterla en el Hospicio; pero aquí cerraron las puertas y luego se apoderó de la res la Guardia Civil, no logrando los amotinados sus deseos.
Parejas de la benemérita custodiaron el animal muerto, hasta que llegó un carro y lo condujo a la Plaza. Entonces se oyeron voces de: ¡A casa del empresario! ¡Al circo! ¡A Pignatelli!, y con dirección al domicilio del primero marcharon los revoltosos.
Situáronse los que formaban uno de los grupos frente a la casa donde habita el Empresario, la que apedrearon con furor, haciendo añicos el cristal de color que sirve de letrero a la Administración de loterías, propiedad de dicho señor, y varios cristales más de los balcones del estresuelo. Los del grupo cogieron un cartel anunciador de las funciones teatrales que habían de celebrarse en los coliseos de que el Sr. Lapuente también es empresario y le pegaron fuego. Entretanto, otro grupo que habíase dirigido al teatro circo, apedreó éste, rompiendo las dos bombas de los arcos voltaicos que alumbraban la entrada del coliseo y todos los cristales, proponiéndose invadir a viva fuerza la sala; pero acudieron las autoridades, que consiguieron reprimir el tumulto.
Cuando en esto estaban, un guardia municipal llegó precipitadamente a dar parte que en el teatro Pignatelli otro grupo estaba apedreándolo. Dirigiéronse allí las autoridades, cesando los grupos en su actitud al verlas. Habían roto a pedradas los faroles de los soportales, los arcos voltaicos y la taquilla, e intentaron violentar las puertas del teatro, valiéndose de gruesas piedras y palos; pero aquellas no cedieron.
El alcalde preguntó a los grupos si querían que la res sacada de la Plaza fuese para La Caridad. Respondieron todos afirmativamente, aplaudiendo la proposición. El Gobernador prometió que así se haría, imponiendo además a la Empresa un severo castigo, aconsejando a los grupos que se disolviesen, una vez que la autoridad prometía seriamente que en lo sucesivo cuantos abusos tratara de cometer la Empresa serían reprimidos.
Además de los sucesos reseñados y llevados a cabo para vengar los atropellos que venía cometiendo el empresario Sr. Lapuente, ocurrieron otros muy significativos de protesta, frente a la Administración de loterías del Sr. Bernal, coempresario de la Plaza. Los grupos arrancaron la anaquelería de cristales, el rótulo y un cartel anunciador, prendiéndoles fuego, y arrojaron piedras a los balcones de la casa."
Ahora cuatro líneas por nuestra cuenta, decía un acreditado periódico taurino de Zaragoza: "Lo que ayer sucedió, más que por la importancia de la infracción en sí, es consecuencia lógica de los muchos abusos cometidos por la Empresa, abusos uno y otro día por nosotros censurados sin ser oídos. Llegó el Pilar; la Empresa se creyó con derecho a jugar con fuego, soltando toros de desecho, y pasaron. Siguió el abuso en crescendo en cada función, llegando su avilantez a soltar un bicho en la famosa novillada de saldo. Como eso también pasó sin que el público protestara, creyose la Empresa con derecho a perderle ayer el respeto, hasta el punto de no anunciarle el cambio de una de las reses. La Presidencia, hay que reconocer que no supo o no quiso cumplir con su deber. La cosa no tiene vuelta de hoja: ¿no se cumple en todas sus partes el cartel, único contrato que la Empresa hace con el público? Pues devuélvase el dinero, que eso era lo que el público pedía, porque a ello tenía perfectísimo derecho. No quiso hacerse así, y el público se tomó la justicia por su mano, excediéndose en su revancha, pero... justificada en parte, cuando las autoridades consienten se le atropelle".
Del Doctrinal Taurómaco de "Hache".