lunes, 14 de marzo de 2016

Historia de una falla de Valencia

  Insisto, pues, en instarle a que reflexione sobre la responsabilidad que le alcanza. En sus manos está el presente y el porvenir de la fiesta nacional y su salvación depende del camino que emprenda usted de aquí en adelante: si toma por el de la derecha, trabajoso y empinado, ella y Dios se lo premiarán; pero si se decide usted por la perfumada, ancha y llana carretera de la izquierda, R.I.P. el toreo.

  Tengo anotado, y si me atreviese le diría que clavado en el corazón, su final de temporada anterior, tan triunfal para usted como sospechoso para mí. El anverso es radiante: volvió usted tarumba a la afición valenciana, matando, no ya seis, sino siete toros de Guadalest, entre clamores de frenético entusiasmo, y fue usted felicitado y bendecido por cada uno de los clubes gallistas existentes en las ciudades, villas, pueblos, caseríos y parroquias de la península ibérica. Pero por el reverso pintan bastos, y se asegura (y yo me inclino a creerlo por aquello de "piensa mal y acertarás") que los toros del prócer andaluz no fueron precisamente toros, sino gatos, auténticos mininos, que en lugar de mugir, maullaban, y en vez de cornear sacaban las uñas. Por algo ha tenido usted el honor de verse juncalmente reproducido en las Fallas de este año; los artistas valencianos, testigos de sus heroicidades con los siete oriundos de Cámara (aquellos cámaras que tanto apetecía el Guerra), han descorrido el velo y ha aparecido la realidad en forma de caracoles. 

F. Bleu. Antes y después del Guerra

Valencia, 1914

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