16 de octubre de 1913, alternativa de Juan Belmonte. La desastrosa presencia del ganado y el escasísimo juego que ofrecieron, sumado al encarecimiento de los billetes para tan insigne fecha, propicia una severa bronca con invasión del ruedo cuando se corría el que hacía tercero del encierro. La tarde continuó, aunque en los mismos derroteros. Curiosamente, en aquella ocasión, el público sí actuó con la rigurosidad que merecía el abuso; posiblemente en exceso.
Un español suele ser un buen hombre, generalmente inclinado a la piedad. Las prácticas crueles -a pesar de nuestra afición a los toros- no tendrán nunca buena opinión en España. En cambio nos falta respeto, simpatía, y sobre todo, complacencia en el éxito ajeno. Si veis que un torero ejecuta en el ruedo una faena impecable y que la plaza entera bate palmas estrepitosamente, aguardad un poco. Cuando el silencio se haya establecido, veréis, indefectiblemente, un hombre que se levanta, se lleva dos dedos a la boca, y silba con toda la fuerza de sus pulmones. No creáis que ese hombre silba al torero -probablemente él lo aplaudió también-: silba al aplauso.
Antonio Machado en Juan de Mairena (1936)
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Una nación, para estar bien gobernada, necestita que el pueblo, sepa adoptar enfrente de la autoridad, una de estas dos actitudes, según convenga; o de sumisión voluntaria en tanto que la autoridad no excede en su jurisdicción propia, o de imperio inquebrantable, si la autoridad fuese arbitraria o abusiva. En las corridas de toros el pueblo aprende y se habitúa a conducirse justamente de las dos maneras opuestas: con mofa y escarnio, ante la autoridad justa e inofensiva; con debilidad, ante la autoridad arbitraria o abusiva. Por una diferencia de apreciación sobre el número de pares de banderillas, se le llama "burro", a coro, al concejal, diputado o gobernador que preside. Si la Empresa comete un abuso fraudulento, y el presidente con su autoridad lo mantiene, se le llama asimismo "burro", pero en seguida, los espectadores vanse tranquilos a su casa. En aquel libro raro del siglo XVIII, titulado El pensador matritense, el autor de la impugnación contra las corridas de toros refiere cómo los asistentes acosan a denuestos e insultos al alguacil, "sólo por ser alguacil", desmedrada y carnavalesca encarnación del principio de autoridad. ¡Lástima que el cúmulo de energía que se malgasta en los toros no se conserve para la vida cívica y pública, fuera del coso!
Si injusto es el espectador de toros con la autoridad, no lo es menos como juez de toreros. La justicia impulsiva se excede, por lo pronto, en el fallo; y poco después reacciona, se arrepiente y peca por exceso de lenidad. Nunca mantiene sus sanciones. El espectador de toros aplica a lo toreros la sanción momentánea e impulsiva; les asaetea con viles improperios, les denigra, les mienta la madre, les lanza almohadillas, naranjas y otras cosas arrojadizas; pero sale el toro siguiente, el torero ejecuta una pamplina revolera, y el espectador ya lo ha olvidado todo. El ciudadano español se conduce en la vida pública como espectador de toros.
Ramón Pérez de Ayala en Política y toros (1918)
29 de mayo de 2012, despedida de Julio Aparicio tras cortarse la coleta a raíz de dos tardes de ausencia en cuerpo y espíritu. Bronca con improperios y lanzamiento de almohadillas, de las más gordas que se recuerdan en los úlimos años. (Foto de Extrapicurciela)
Toritos de Madrid jugados en la Feria del santo patrón. Arriba uno de Valdefresno, casta Atanasio-Lisardo; se lidiaron dos de la ganadería anunciada (Vellosino) y cuatro remiendos de Valdefresno. Sobre estas líneas uno de Cuvillo; baile mañanero en su primera tarde (dos devueltos) y remiendos para la segunda, en Beneficencia, cartel anunciado con siete meses de antelación. Así, día tras día. Resultado: no paso nada, niguna manifestación de protesta que significar.
6 comentarios:
¿Cómo llamaría la moderna crítica a esos espectadores de la fotografía, que se han enseñoreado de la arena de la Plaza Vieja de Madrid? ¿Qué dirían de ese avezado espectador que, despojándose de la americana, se dirige decidido al toro?
¿Qué habrían pensado aquellos espectadores de los años 10 si hubiesen podido llegar a ver un toro de Victoriano del Río?
Publique más entradas, que se hace usted mucho de rogar. Un saludo.
A buen seguro que el público y los aficionados que osaran hacer semejante acto de protesta resultarían muy mal parados a juicio de la empalagosa crítica de hogaño, pues hoy, en general, ya no se debe al público sino a los profesionales.
Ganaderos como Victoriano del Río, que reconocen abiertamente seleccionar toritos abrochados de armas para satisfacer las pretensiones de las figuras, no creo que hubiera sido bien acogido en la Plaza Vieja de Madrid. Una época en la que, definifivamente, la autoridad del torero despuntaba sobre el ganadero, cosa que el público trataba de combatir. No se imaginaban hasta que punto iba a resultar una batalla perdida.
Un cordial saludo.
Vazqueño:
Magnífica entrada aunque me temo que el público madrileño de la tarde de la alternativa de Belmonte no protestaba por los motivos que se exponen en el texto o, al menos, no sólo por esos motivos (tamaño de las reses y precio de las localidades).
La causa real y principal de la protesta era más sencilla y mucho más prosaica y, por que no decirlo, menos "torista", los aficionados madrileños hicieron desfilar por el ruedo de la Plaza Vieja hasta 11 toros sólo por ver si salía alguno que sirviera para "ver torear" a Juan Belmonte. Llegando a devolver toros sólo por su mansedumbre algo que cualquier aficionado de hoy estimaría inaceptable.
Tan sencillo como eso.
Protesta "torerista", a fin de cuentas aunque, desde luego, tan desaforada, maleducada e inaceptable como lo hubiera sido por cualquier otro motivo.
Por suerte, los tiempos han cambiado y las formas (poco a poco) también van mejorando.
Un abrazo
Sr. Morente: La causa torerista fue otra de las razones que formó la bronca aquella tarde histórica, leí las crónicas entregado a la causa torista y seguramente no supe apreciar ese matiz. Se intuye como otro de los argumentos de aquel lío.
Así será cuando el revistero del Imparcial escribe este párrafo tan jugoso después de devolver dos toros nada más comenzar la tarde, animales que significaban el doctorado de Juan como matador de toros: "Y por si algo le faltaba al guiso, es manso. También lo lanzan a los corrales, y vamos catando melones a ver si damos con alguno de buen sabor".
Sin embargo, sigo creyendo que el cambio de ganadería, el precio de las localidades, la paupérrima presentación del ganado y el desarrollo de la tarde tienen mucho peso en el mosqueo del público. Argumentos de peso que merecen una actitud de "imperio inquebrantable" como explicaba Ramón Perez de Ayala. Y no es de extrañar la devolución de las reses por declarada mansedumbre y presentación impropia que en aquel tiempo era cosa normal aunque hoy se nos antoje inconcebible.
Las palabras de Don Modesto en El Liberal tras aquella tarde, admirando las cualidades de Juan, son dignas de hacer una entrada para recordarlas. Qué visión tan extraordinaria y qué forma de escribir de toros. Me encanta. Y que similitud con las cuestiones que ahora nos traen de cabeza día sí día también; lo de siempre: nada nuevo bajo el sol.
Un abrazo
Vazqueño
Decía en mi anterior comentario que devolver toros por manso sería inaceptable para cualquier aficionado de hoy día.
Pues... Me retracto y reconozco públicamente que NO tenía razón.
El domingo psado en Málaga, se devolvió a los corrales, el 4º de la tarde de la ganadería de la Quinta por el simple hecho de ser... manso de solemnidad.
A los 8 ó 10 minutos de salir al ruedo y visto que no quería nada con los caballos, la Presidenta del festejo sacó el pañuelo verde de la devolución, en vez del rojo de las banderillas negras.
Algo que pienso inaceptable en una plaza que se pretende de 1ª categoría.
Por tanto, hoy como ayer y ayer como hoy...
Un abrazo
Lo escuché en la radio el domingo y precisamente me acordé de está conversación.
Pues sí, un desatino de primer orden. Esperemos que la presidenta haya aprendido del error.
Saludos!
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