En plena Feria de Bilbao los aficionados a toros estamos asistiendo al linchamiento público del presidente de su plaza, el ya célebre Matías. Este buen hombre, durante una corridita de Garcigrande, tuvo la infeliz idea de no conceder al Juli el segundo trofeo de la res, cumpliendo con lo dispuesto en el artículo 72.2 del Decreto 281/96, de 3 de diciembre, por el que se establece el Reglamento de Espectáculos Taurinos Generales de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Todos a una, taurinos de toda condición y ralea, matadores, novilleros, mozos de espadas, aficionados de los que barren el lomo a todo quisqui, empresarios, ganaderos y, por supuesto, periodistas taurinos, insisten en tildar a Matías de hijo de puta en adelante. Y lo hacen públicamente, en prensa digital, escrita, redes sociales, retransmisiones televisivas, miradas desde el callejón y todo lo que se nos ocurra, sin ningún tipo de miramiento. A estas horas no tenemos constancia de que el bueno de Matías haya presentado denuncia por amenazas o agresión en dependencias policiales, mas no se descarta. El afán orejil y triunfalista de los taurinos no conoce límites.
Es la cacería pública del señor Matías, pero de momento se zafa y aguanta estoicamente las arremetidas. Sin embargo la veda siempre está abierta para los taurinos e intentarán desbancarlo a toda costa y evitar que presida las Corridas Generales de la próxima temporada. En su afán por acabar con todo lo que tenga de dignidad el espectáculo taurino, Matías es una piedra en el camino, por lo tanto no van a parar hasta desbancarlo. Y eso que Matías les ha permitido acabar con el llamado toro de Bilbao, pues no ha tenido más remedio que tragar con los animalitos que han embarcado las figuras para estas Corridas Generales. Cuatro festejos seguidos con el toro armónico, el taco, el bonito que carece de remate y no tiene cabeza, no digo pitones. El mismo toro que podemos ver en Valencia, Málaga o Santander. Era eso o montar el cirio, devolver los camiones conforme llegan, el baile de corrales y buscar otras corridas con cierto aspecto del gusto de los mandamases, escándalo que las élites bilbaínas no están dispuestas a permitir.
Pensábamos que nunca iba a suceder pero lo han conseguido: han borrado del mapa el toro de Bilbao, igual que han hecho con el de Pamplona. En consecuencia nos han arrebatado el tercio de varas, convertido en un trámite inútil puesto que no hay nada que ahormar en un toro chico, enclenque y tullido. La lidia es un correcalles incómodo a la espera de los ciento cincuenta muletazos que necesitan algunas figuras para convencernos de que ha pasado algo. Y lo mejor es que no contentos con ello, ahora se han propuesto acabar con la suerte suprema.
Alegan los taurinos que el presidente es un señor caprichoso que hace lo que le viene en gana, que el Reglamento es un papel engorroso y caduco, que los sentimientos del público no se pueden acotar. Todo vale para depreciar la suerte de matar. Desdeñan la razón de ser del acontemiento y la ética que lo legitima. Dejó escrito Enrique Tierno Galván: El toro vive en el ruedo una gloriosa aventura coronada por la mayor concesión que el hombre puede hacer al animal: la lucha franca e igualada; al toro no se le caza, se le vence. Y eso que hace el señor Julián López no es matar al toro, es cazarlo.
Una cosa es que Antonio Bienvenida o el gran Joselito tuvieran por costumbre dejar medias estocadas pescueceras cuarteando en última instancia; y otra muy distinta es pasar como una exhalación, pegar un salto alejándose de los pitones, tirarle el trapo a la cara, y clarvar la espada a cabeza pasada. Esto puede servir en Cogolludos de los Montes, señor López, pero en plaza de primera jamás es válido para cobrar esa segunda oreja. Al toro se le mata de frente, con el cuerpo detrás de la espada, clavar a cabeza pasada -piedra de toque del toreo julianesco- es un truco y una cacería, la cacería del Juli. La tauromaquia tiene unas normas, una preceptiva y una ortodoxia que hay que estar dispuesto a asumir si que quiere alcanzar la gloria. Porque cuanto mayor es el peligro del torero, mayor es la amenaza de tragedia y más grande la manifestación de arte. Y los taurinos, en su último ataque contra la fiesta, pretenden hacer del arte un espectáculo anárquico, sometido al capricho de las figuras en pos de un triunfalismo que se diluye en la mediocridad.
Aguante, Matías.
Fandiño vaciando la embestida, con el cuerpo detrás de la espada, matando un toro |
El Juli, de caza |