Vuelve la polémica de los indultos después de lo acontecido en Valencia con un toro de Jandilla lidiado por Sebastián Castella. En este blog, por norma, estamos en contra del indulto, el circo en el que se ha convertido y los fines que actualmente persigue. Más claro: prohibiría el indulto por reglamento salvo contadísimas excepciones. A los toros bravos hay que admirarlos mientras mueren a los pies del matador, respetando ese momento sagrado. Claro que lo que yo entiendo por toro bravo, es decir, el toro al que hay que poder, que tiene 30 pases por abajo y dice: o coges la espada de matar o te arranco la cabeza porque no me vas a dar ni uno más, es lo que ahora se ha convertido en un animal al que le pegas 200 muletazos y no se ha enterado de nada. Castella podría seguir toreando como estaba hasta la Feria de Julio y el toro seguiría sin distinguir nada. Como dijo don Fernando Cuadri: un toro simplemente noble es un toro tonto. No es el caso de este Horroroso, de Jandilla, que tenía más cualidades, pero la bravura moderna es eso, un toro que persigue la muleta y no se entera de nada, que permite enganchones, sardinetas, cualquier tipo de alharacas y todo sigue igual. Hablando de esto con otros aficionados recordé la narración de la lidia de Baratero, de Victorino, por el propio matador, Andrés Vázquez, un toro que llegado el momento, cuando se la había jugado de verdad para sacarle unos cuantos muletazos, le dijo: ni uno más.
A continuación la lidia del toro Baratero contada por Andrés Vázquez, un toro auténticamente bravo.
Afortunadamente,
después salió Baratero, uno de los toros más bravos que he visto.
Al observarlo salir de toriles me di cuenta de sus cualidades y dificultades.
Tenía seis o siete años... persiguió a los banderilleros de un lado a otro del
ruedo, y decidí jugarme el todo por el todo. Lo fui metiendo progresivamente en
el capote, primero con lances a distancia, después, una vez que estuvo fijado,
le bajé las manos y le pegué unas verónicas muy quieto, una tras otra, hasta
rematar con una media muy seria que lo dejo frente al caballo, el cual
entretanto había salido. Tomó cinco puyazos de los de antes... Y era cada vez
más bravo... La bravura no es cómoda. Los toros bravos a menudo tienen mal
carácter. Pero Baratero también era noble, aunque de una nobleza
relativa... Me miraba con un terrible aire de superioridad, como si me
estuviera perdonando la vida... El Rubio de Salamanca, que tenía que picarlo,
me dijo al pasar, ¡maestro, que tengo hijos! No hay problema, le dije: te voy a
pagar por metro... mil pesetas por cada metro de embestida... El toro se
arrancó cinco veces desde los medios, el público estaba de pie, el picador
también... Llegando al peto el toro se frenaba, humillaba, metía los riñones y
empujaba... Una cosa increíble... Qué romanticismo. No quería más violencia...
sólo empujar con fuerza. Victorino estaba de pie. Le hice salir al ruedo y le brindé
el toro a él y al picador... Después le di a Baratero 19 pases. Ni
uno más. Era imposible. Al salir de un pase de pecho de pitón a rabo, levantó
la cabeza y me miró a los ojos... los suyos eran muy grandes... parecía
decirme, se acabó... Si continúas te cojo... La gente estaba loca. Monté la
espada, lo llamé, ¡eh, bonito, guapo!, y lo maté a cámara lenta. Después lo
tomé por el pescuezo. Caminamos un poco, y llegando al tercio me miró antes de
caer fulminado... Pedí la vuelta para Baratero... es el toro más
bravo y más noble que Victorino haya lidiado jamás en Madrid. ¡19 pases! No me
permitió ni uno más. Pero ¡qué pases, qué intensidad! Al comienzo seis o siete
seguidos por alto, luego por bajo, la muleta siempre puesta, en la mano
izquierda... Mis pies no salían del espacio de un pañuelo y mi corazón latía
como si se me fuera a salir del pecho. ¡Es el toro más importante de mi vida!
Fue un momento de gran espiritualidad, de gran complicidad entre toro y
torero... Madrid comulgó, y ese día, más que nunca, fue el santuario del
toreo... Un templo. El más grande del mundo. Yo había triunfado frecuentemente
en Madrid, pero frente a Baratero viví el momento espiritual más importante de
mi carrera… cada muletazo era un mundo, una resurrección del toreo… El toro
transmitía todo eso, y la gente gritaba un ¡olé! tan fuerte que me aturdía.
Toreé a Baratero con
naturalidad, como si estuviéramos jugando… dio todo, no se podía mentirle ni
hacerle mal las cosas, porque protestaba. (…) Conservo la foto de Baratero en
mi mesa camilla, en medio de mis imágenes piadosas. Después de eso podía morir,
me había realizado… nunca me he jactado de ser figura ni de nada... simplemente
de ser matador de toros… ahí está la historia. ¡Cuando nadie quería ponerse
delante de esos toros yo lo hice!
Tierras Taurinas, nº 4, septiembre de 2010, páginas 60-63.
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