Esta modalidad podríamos
enmarcarla dentro de una nueva etapa que daremos en llamar el afeitado
posmoderno, nos referimos a ese sutil y disimulado redondeo de puntas que
estamos viendo en todas las plazas, incluidas las de primera categoría, las
bolitas. La desvergüenza aumenta conforme va disminuyendo la categoría del coso,
así que tenemos bolitas de diferentes calibres según la plaza, pero también las
hay dependiendo de la categoría del espada que se anuncia o los prejuicios que
genere la ganadería o el encaste a lidiar. El siglo XXI y sus adelantos eran
esto, una manipulación de perfecta ejecución, en la mayoría de casos aprovechando
el desfundado de los toros. Unas fundas que, para mayor gloria y recochineo del
asunto, se supone que están ahí para que los llamados astados se lidien con las
puntas impolutas y no acaben lijándolas escarbando en el terruño. El enfundado
de los toros ha de ser regulado garantizando limpieza e integridad en todas sus
maniobras, lo mismo que se reguló el guarismo de las reses para que no nos
dieran novillo por toro; y las asociaciones ganaderas miran para otro lado. Los
presidentes deben velar por la integridad del espectáculo y también están
haciéndose los despistados. Los aficionados necesitamos un Antonio Bienvenida
que pegue un puñetazo en la mesa, pero, ¿quién le pone el cascabel al gato?
Vivimos instalados en un trampantojo cornúpeta y ya no me acuerdo lo que era un
toro con los cuernos astifinos y puntiagudos, ¿dónde están las puntas de los
pitones?
Pieza escrita para el número 58 de La Voz de la Afición.
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