jueves, 7 de febrero de 2013

Aviador, de Herederos de Don Celestino Cuadri

 



  “Aviador” se apoda el tercero, es de pelo castaño, un rara avis en la ganadería de Cuadri que al parecer da muy buenos resultados. El toro tiene plaza, es grande, imponente y bello como la catedral de Burgos. Al llegar al capote de Aguilar se frena pero después de alguna carrera “Aviador” muestra su poderosa arrancada frente a la capa del joven matador, que consigue salir de terrenos comprometidos, sin gracia y sin rematar. Juan Carlos Sánchez es el encargado de ahormar el poder y la descompuesta embestida del toro; se agarra en los bajos en el primer encuentro, “Aviador” romanea poniendo al caballo por los aires hasta dar con él en el suelo, donde lo embiste para después salir suelto a terrenos del diez y del uno. El toro es puesto en suerte para la segunda, Juan Carlos Sánchez espera con la caña preparada, se agarra en mal sitio y sube a las alturas otra vez, “Aviador” romanea que da gusto. El Fundi, con los galones de director de lidia, pone al bicho en suerte para una tercera vara, no con mucho acierto porque lo coloca muy pasado, entre el ocho y el nueve, cerca de los terrenos que a “Aviador” tanto le gustan. El toro desparrama la vista hacia su querencia y se quiere ir a ésta, el picador tiene que ir a buscarlo y una vez se reúnen “Aviador” se marcha rápido del caballo sin pelear y se acula en el uno, todavía engallado. Entre tumbos, romaneos y huidas el poder del bicho no ha sido convenientemente atemperado. El toro es banderilleado en sus terrenos de forma resuelta. Tocan a matar, Aguilar decide comenzar en los terrenos del cinco, desconozco si lo hace porque es allí donde se encuentran los papelillos o con la inteligente determinación de alejar al toro de sus querencias. A las primeras de cambio, por el pitón derecho, “Aviador” se arranca como un tren de alta velocidad y lanza una tarascada que desequilibra al matador, el toro se revuelve como un gato y lanza un nuevo derrote al diestro, que va a parar al albero, donde el toro lo busca y lo pisotea. Milagrosamente, Aguilar se sobrepone y con la muleta en la mano izquierda se va hacia el toro, que huye de la pelea y se marcha adivinen dónde, sí, a los terrenos del diez y del uno. Una vez allí, el diestro vuelve al natural, donde el toro aprieta con una codicia sobrenatural. Hasta aquí llega Aguilar, que dice basta, desiste y decide doblarse con el toro. Ya con la espada, se enfrontila en suerte contraria entre el uno y el dos, con el toro mirando a chiqueros, que lo espera para lanzarle la cornada, de la que se libra de puro milagro, dejando una meritoria estocada honda en lo alto, algo trasera. Corrió mucho riesgo estoqueando, posiblemente hubiera sido más fácil si da la salida al toro hacia su querencia en vez de querer entrar en ella, cosa que el toro no estaba dispuesto a permitir. Con el bicho moribundo en tierra, se dirige Aguilar al callejón y todavía el puntillero las pasa canutas para rematar la vida del poderoso toro “Aviador", un castaño de Cuadri, que recibe palmas y algunos pitos en el arrastre. Aguilar saluda, y por qué no, enfrentarse y estoquear a semejante ejemplar ha sido toda una proeza, una auténtica heroicidad.
Vazqueño
 




  Entorno los ojos y todavía siento en el cogote, tibio y agrio como leche descompuesta, el bufido de Aviador, ese titán colorao, fruto de la tierra pródiga de Comeuñas y de la ciencia serena de los Cuadri, embestir con la misma fiereza de siete ganaderías de las "güenas" juntas. El hombre al que le tocó sobrevivir a la cólera del Toro sin cuento y a la penitencia de la casta, fue Alberto Aguilar, el matador de toros con cara aniñada y cojones asaltillados . Pídele a Dios que no te toque un toro bravo, dicen que dijo Belmonte. Aunque bravo, lo que se dice bravo, este no era, pero encastado, como pocos veremos este año. Se llevó tres puyazos duros y secos, los tomó con la misma cabalidad que sus dueños, sin una protesta, arreando serenamente, sin pegar un mal derrote, sin los descastados sonidos del mugido y el estribo, romaneando y como una bomba nuclear, desintegrando por los aires al acorazado de picar. No hubo cuarta vara porque cantó la gallina, aunque por su poder podría haber tomado un par de ellas más. A esas horas ya se sabía que el redondel tenía un sólo dueño, y que el triunfo del lidiador no era cuestión de número de despojos ni de puertas grandes, sino de no verle las orejas al Doctor García Padrós e irte al hotel por tu propio pié. Mal que bien, Aguilar lo consiguió, magullado y herido en el orgullo, pero triunfador. Porque la verdad de la Fiesta volvía a sus raíces, al riesgo vital, y no a ese contubernio vanguardista que consiste en alternar naturales con derechazos sin ningún porqué. Mis respetos para Aguilar, que salió de forma honrosa de la cita con el Toro.
Y que podrá contarle algún día a sus nietos, de viva voz, la historia de este Aviador.



Días más tarde, en la taberna, hablando con un aficionado curtido en mil batallas sobre la piedra colmenareña que afianza los tendidos de Las Ventas, me comentaba que el toro Aviador había sido el más poderoso que él había visto, a la par que otro ejemplar de Isaías y Tulio Vázquez. Desde entonces, no dejo de preguntarme qué animal sería aquel capaz de emular el poderío y la fiereza de Aviador, de herederos de Don Celestino Cuadri.