lunes, 12 de octubre de 2020

Las Ventas y la pandemia



 

            No volveré a ver la plaza llena. Es la pesadumbre que aflige a uno de nuestros socios más ilustres. Como él, idénticas tribulaciones desazonan a otros muchos aficionados. Y es que la situación generada por la pandemia, además de la salud de los afectados y el dolor de los que directamente perdieron a un familiar o un amigo, que no han sido pocos, está poniendo al límite el ánimo y las esperanzas de todos. 

Está por ver de qué manera, un impacto psicológico como el que estamos viviendo, afectará a los resortes de la fiesta así como a su desarrollo. Sabemos que el público que asiste a las corridas y más el de una plaza tan plural y representativa de la sociedad como es la plaza de toros de Madrid, donde tiene cabida desde el trabajador más humilde hasta el más potentado de los empresarios, pasando por el abonado de temporada joven o el jubilado, es fiel reflejo de los acontecimientos de su tiempo. Sabemos también, porque los anales así lo recogen, que los tendidos de la plaza capitalina, ya fueran los de la plaza de la Puerta de Alcalá, los de la Plaza Vieja, o los actuales de Las Ventas, siempre exteriorizan de un modo u otro los acontecimientos que tienen un fuerte impacto en la nación, la mayoría de carácter político, a veces relacionados con catástrofes naturales, o sanitarios, como es el caso que ahora acontece. El devenir histórico de España y su consiguiente repercusión en la plaza de Madrid son una constante. Enfrentamientos entre tendidos o entre facciones, canonización o lapidación de toreros, endurecimiento o lenidad del público; siempre hay una reacción en el coso y esta vez no será menos. Cuando volvamos a ver el cartel de no hay billetes para hoy, cosa que ahora mismo aún no se vislumbra, todos habremos cambiado. Las Ventas ya no será la misma. 

La cotidianidad de nuestras vidas estaba a punto de estallar allá por el 4 de marzo cuando Rafael Garrido, uno de los empresarios de la plaza, acudió por deseo propio a una de nuestras tertulias en el Puerta Grande, queriéndose desquitar de un comunicado que los días previos lanzamos a la empresa y a la Comunidad acerca de la incertidumbre de la plaza por las presumibles obras de consolidación, así como otra serie de tachas que desde la Asociación percibíamos. Era el amanecer de la temporada, ahora tan lejano. Rafael Garrido nos prometía que íbamos a ver el mejor San Isidro de la historia, al menos sobre el papel, cuyos carteles iban a presentar pomposamente en la Gran Vía, alejados de los ambientes propiamente taurinos. Todo eso se esfumó en pocas horas cuando la pandemia nos invadió de lleno y nunca supimos cuáles eran aquellos carteles tan extraordinarios. A partir de entonces nuestras vidas de aficionados afrontaron una situación nunca antes acaecida, ningún toro asomaría por el portón de chiqueros de Las Ventas en toda la temporada. 

El desaguisado político en lo que a la gestión de Las Ventas se refiere ha sido habitual desde que se desencadenó la crisis. Es cierto que se trata de una situación completamente nueva para todos, cuya gestión se antoja ciertamente complicada, pero gobernar trata de esto precisamente. No de prohibir espectáculos que gozan de buena salud por cuestiones puramente ideológicas, gremiales. Una cosa es el buen gobierno y otra la tiranía. Los aficionados hemos pasado por todo tipo de registros y tesituras, desde el apoyo firme y explícito, aventurando políticos y empresarios que podría darse la Feria de Otoño; hasta la prohibición única y exclusiva de los festejos taurinos en toda la Comunidad, evidente discriminación en comparación con el resto de acontecimientos culturales que sí han gozado del permiso de las autoridades. Vaivenes continuos. Recuérdese, por ejemplo, que en el mes de julio la Comunidad de Madrid autorizaba los festejos taurinos con hasta un 75 % de aforo, número que actualmente se antoja desproporcionado y que más bien parecía un brindis al sol. En el otro extremo observo lo que pasó en Vitoria el pasado 1 de octubre en un partido de Copa de Europa de baloncesto, en un pabellón para quince mil personas sólo dejaron pasar a cuatrocientas. Ni una cosa ni la otra. Los toros, además, cuentan con la ventaja de que son a cielo abierto, afortunadamente todavía no han conseguido poner en Las Ventas la techumbre que algunos ansían. 

Luego está el papelón que ha jugado en todo esto Miguel Abellán, flamante incorporación del Partido Popular para presidir el Centro de Asuntos Taurinos. Siempre muy dispuesto a contestar a los aficionados críticos, a entrometerse en aspectos de los festejos por los que debería permanecer neutral, en congruencia con el cargo, o a recriminar el cuajo de una novillada en un pueblo que ni siquiera se encuentra dentro de los límites de la Comunidad de Madrid (en Añover de Tajo, para más señas). Su labor de intermediario y de comunicación con los aficionados ha sido nula, al igual que su interposición para evitar que el gobierno de Isabel Díaz Ayuso prohibiera los festejos taurinos, si es que esto se hubiera producido en algún momento. 

Queda claro, a toro pasado, que lo mejor hubiera sido aprovechar el parón para hacer las obras de la plaza, porque al final se pondrán con ellas cuando la temporada vuelva a la normalidad y los damnificados seremos los aficionados. El Real Madrid ha hecho lo propio con las obras del nuevo Bernabéu, pero claro, la actividad privada lleva un ritmo muy distinto a la inmensidad burocrática de la Administración, y más en lo que concierne a asuntos de índole taurino. 

Los peor parados son los ganaderos y sus animales. Los toreros, banderilleros o picadores pueden buscarse otro medio de vida, o cobrar una prestación, siempre que el Gobierno no los margine como está haciendo (ojo, esto es muy grave); en cambio, si los ganaderos hacen esto tienen que mandar sus animales al matadero. Y si mandan las reses para carne perdemos ganaderías únicas, patrimonio genético. En algunos casos ganaderías que por sí solas constituyen un encaste propio, una raza única, es decir, como si desapareciera el lobo ibérico, el lince o el oso pardo. El valor ecológico del toro de lidia no está siendo suficientemente ponderado, ni siquiera por los profesionales de la tauromaquia o las asociaciones ganaderas que nunca han encontrado la fórmula de protegerlo y preservarlo. Aunque, siendo rigurosos, deberían ser los poderes públicos a través del ministerio correspondiente los que deberían atajar este problema, soy pesimista y no espero nada de la clase política, es un proyecto que les queda demasiado grande. Un fracaso de todos. Sabemos que la Comunidad ha destinado una partida económica para compensar el perjuicio que han sufrido los criadores de bravo este año, un parche, porque los ganaderos están repartidos por toda España y también en países de nuestro entorno, Francia, y especialmente Portugal, poseen toradas de altísimo valor. 

Desde ya convendría que todos los implicados que he citado en este escrito, Comunidad, Centro de Asuntos Taurinos, empresa, profesionales del toro, etcétera, se pongan a trabajar en la temporada taurina de Las Ventas 2021. Dos años parados sería una debacle para los lidiadores, para los ganaderos y para miles de personas que viven de la actividad que se genera alrededor de la tauromaquia. Que configuren un nuevo pliego de urgencia, que lleguen a un acuerdo razonable en pro de todas las partes. Lo que sea. Hay que poner a funcionar la plaza el próximo año. Puede que sin la gallina de los huevos de oro, esto es, San Isidro, los empresarios lo vean todo negro y se pongan a la defensiva. Toca cambiar el chip, buscar otras fórmulas. La Comunidad de Madrid debería sufragar ahora los toros en Las Ventas, es el momento de devolver parte de lo que ha recibido durante todos estos años merced a un canon abusivo, de más de dos millones de euros anuales. La temporada se podría celebrar al uso decimonónico, de marzo a octubre, de domingo a domingo, con la presencia de los mejores; con un aforo viable que variara en función de los índices de contagio o de la saturación de los hospitales, sin llegar a cifras irrisorias de unos pocos centenares ni tampoco a los excesos de meter a dieciocho mil personas (como pretendía la Comunidad en el mes de julio). Los toreros han de comprender esta etapa y concienciarse, reajustar sus honorarios y repartir la tarta entre todos. 

En fin, anticiparse, buscar soluciones y ponerse a ello. No podemos quedarnos a expensas de una vacuna que no sabemos si va a llegar. Eso sí, lo primero y primordial es que los empresarios verdaderamente quieran dar festejos en Las Ventas y la Comunidad de Madrid lo mismo, sin estos condicionantes todo lo escrito hasta ahora no servirá de nada. Si no hay festejos la fiesta en Madrid y, por extensión, en el resto de la geografía española, se vería abocada a una senda de desconocidas y oscuras consecuencias. Sirva solo como muestra las declaraciones de algunos ganaderos que han expresado la situación límite en la que se encuentran sus haciendas y el camino irremediable del macelo que les espera a sus animales si el cese de la actividad taurina no se revierte. 

También era el año en el que los aficionados pensaban celebrar a lo grande el centenario de la muerte de Joselito. El rey de los toreros, ¡vaya suerte! Es cierto que su relación con Madrid, mejor dicho, la relación de Madrid con Joselito no pasaba por su mejor momento cuando sucedió la tragedia. Aunque también cabe decir que en Madrid siempre tuvo uno de sus más devotos reductos de partidarios que supieron valorar la maestría del niño prodigio y auparlo a los altares de la tauromaquia. Un hilo directo de aquellos fieles partidarios recala hoy en la peña Los de José y Juan, que allá por el mes de febrero pudieron ofrecer un ciclo de conferencias de categoría en honor del malogrado José y, asimismo, editaron el libro Joselito Maravilla, de Don Pío, que junto con la reedición del exitoso Joselito El Gallo, de Paco Aguado, ha hecho más llevadero un año en el que ha habido mucho más tiempo para dedicar a la lectura. 

Dadas las circunstancias, el planeta de los toros debe mirar más que nunca el espejo que le proporciona el acontecimiento sin par de la tauromaquia. Aferrarse al estoicismo de los grandes toreros para los que las cicatrices de profundas cornadas son solo medallas de las que presumir con orgullo y aliento para volver a la cara del toro triunfando como si nada hubiera pasado. Los que prefieran pueden inspirarse en el toro auténticamente bravo, que nunca vuelve la cara y es capaz de crecerse al castigo y dar su vida luchando. Hasta el último resuello.


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Pedro del Cerro. Artículo para   La Voz de la Afición de la asociación El Toro de Madrid, número extraordinario, octubre 2020.