lunes, 28 de enero de 2013

Cuando no había tapadera

Deseando despedirse dignamente del público de esta Corte, que tanto les ha distinguido, los aplaudidos espadas Lagartijo y Frascuelo, y de acuerdo con la empresa, dispuesta siempre a proporcionar al público todo género de novedades, han convenido, guiados sólo por su afición y su constante deseo de agradar al público, en lididar los días 3 y 10 de noviembre dos corridas extraordinarias matando en la del día 3 los seis toros Rafael Molina Lagartijo y en la del día 10 los seis toros Salvador Sánchez Frascuelo, y presenciando la función el que no trabaje desde un palco de la plaza, dispuesto a reemplazar a su compañero en caso desgraciado.
Exigiendo la índole de estas corridas toda la posible igualdad en las condiciones del ganado, los doce toros que han de correrse en ambas funciones, serán de la misma ganadería.
Las cuadrillas de picadores y banderilleros trabajarán unidas las dos tardes.
La empresa, por su parte, ha acordado, en obsequio y atención a las especiales circunstancias de estas corridas, una rebaja de precios.
 
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Es lo que rezaban los carteles que inundaban Madrid allá por el año 1872. Aquellos aficionados no tenían a la mejor empresa taurina de la historia (sic), pero se encontraban, para culminar la temporada, con que los dos mejores espadas se encerraban con seis toros en sincera competencia, allá por el mes de noviembre (!!). Debe ser que en el siglo XIX aún no se había inventado el frío y no era necesario una cubierta insalubre para proteger a los aficinados de las terribles inclemencias que, como todos sabemos, suele soportar Madrid en el mes de abril. Estos empresarios de la prehistoria, como diría el señor Choperita, todavía se permitían el lujo de hacer rebaja en el precio de las localidades. Cómo eran los antiguos.

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Lean a Rafael Cabrera y José Ramón Márquez sobre el atentado perpretado vilmente a la Plaza de Madrid por políticos y taurinos, cuya onda expansiva puede que nos alcance en los rigores de la primavera, despojando al rito de uno de sus elementos: el cielo; testigo secular de la batalla librada por hombre y toro sobre la arena del coso, confiriendo solemnidad al espectáculo. 
Se recomienda también el gran artículo que El Entendío ha escrito sobre este tema.


 
¡Adiós, Madrid!
 

viernes, 25 de enero de 2013

Retazos de la competencia el Tato - Gordito

  [...] Al año siguiente, que fue el de 1868, toreó veinte corridas en la plaza de Madrid (Frascuelo) y otras tantas en provincias alternando con Antonio Sánchez el Tato y con Antonio Carmona el Gordito, sus ídolos de antaño. No puede decirse que estuviera mal en ellas porque su toreo tenía emoción y esto lo valoraban mucho los públicos; pero cierto es que anduvo lejos de los triunfos resonantes que necesitaba para colocarse a la altura de los dos grandes espadas. No había que engañarse. Quienes por aquellos días mantenían a los aficionados divididos y apasionados eran los dos Antonios. Después de sus enfrentamientos en diferentes plazas y de conducirse de un modo, que si bien agradaba a los partidarios de uno y otro, disgustaba a los espectadores sensatos, corrió el rumor de que habían hecho las paces por mediación de algunos amigos influyentes. Mas, en realidad no sucedió así. Frascuelo quedó ajustado para actuar con ellos, digamos como moderador o contrapeso en la enconada rivalidad. Ni el creador del quiebro ni su cuadrilla podían aparecer en el ruedo madrileño sin que los tatistas, que estaban en mayoría, acogieran su presencia, con silbidos, gritos de rechazo y otras demostraciones hostiles, desconocidas en la plaza desde los tiempos del absolutismo. Difícilmente conseguían verse aplaudidos por las personas imparciales.

 
  A poco de compartir cartel en Madrid los tres matadores, se produjo una gran bronca contra el banderillero de el Gordito, José Cirineo, originada por motivos muy claros, la cual se hizo extensiva a toda la cuadrilla y, finalmente, descargó sobre el maestro. ¡Para qué quisieron más los incondicionales de el Tato! Les dominó tal furor, que yo no fueron solamente epítetos los lanzados contra el Gordito, sino que, para hacer su protesta más ruidosa, se emplearon cencerros y pitos.
  Debe decirse que como estoqueador, Antonio Carmona no podía medirse con Antonio Sánchez que ejecutaba el volapié con la mayor perfección; pero tenía un toreo tan alegre, tan lleno de gracia, que se completaba muy bien con el de su rival. Y este contraste fue el que mantuvo, más encarnizada que nunca, la famosa competencia Tato-Gordito. El público la creo, y el periódico taurino El Mengue se encargó de avivarla, poniendo en ello demasiado calor. Tanto, que se hizo sospechoso. Corrió el rumor de que lo pagaba el Tato y que don Mariano Garisuain, que firmaba con el seudónimo de Mariné, lo había fundado el año anterior con la única finalidad de acometer sistemáticamente contra el Gordito, para arrojarle de la Plaza de Madrid en beneficio de su oponente. Esto no pasaba de ser una afirmación gratuita. Garisuain, hombre de gran corazón, taurófilo incandescente, honrado a carta cabal y pobre como una rata, era incapaz de poner precio a su pluma.
  Desde luego, algo, y aun mucho de partidismo hubo en él, porque mientras trataba con benevolencia a Frascuelo y al Tato, la emprendía contra el Gordito, con tanta dureza y tan constantes censuras, que algunos periódicos andaluces, partidarios de Carmona, al que llamaban "gloria del arte", lanzaron de nuevo, contra él la calumnia, ya popular, de que el Tato le pagaba. ¡Allí fue Troya! El Mengue se desbordó, y consiguió con su campaña, que se desbordase también él. La competencia se recrudeció y la Plaza de Toros de Madrid fue teatro de los espectáculos más lamentables a los que puede conducir la pasión taurina.

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Sobre el Gordito 

  El día 12 de julio de 1868, en la decimotercera corrida de la temporada, quedó rota en Madrid la competencia que mantenían Antonio Carmona el Gordito y Antonio Sánchez el Tato. Y sucedió cuando estaba en plena efervescencia la campaña antigordista.
  Carmona quedó muy mal en su primer toro y recibió una silba estruendosa en el segundo. Nervioso y descompuesto, le propinó tantos pinchazos que el presidente ordenó la salida de la media luna. Esto significaba volver el toro al corral, pero el Gordito, desobedeciendo la orden, continuó en su inútil empeño de darle muerte como fuera. El escándalo adquirió caracteres de motín cuando el diestro, encarándose con los ocupantes del tendido 5, lleno de exaltados tatistas, se permitió hacer un además despectivo, entre un infernal griterío, el Gordito fue llevado por dos alguacilillos al palco de la presidencia donde le fue impuesta una multa de quinientos reales.
  Aquella misma noche rompió su escritura con la empresa y juró que no volvería a pisar el ruedo madrileño. La conjuración contra el torero había dado su fruto. La cosa no era nueva. Se repitió la de Ronda que costó la muerte a Francisco Herrera, Curro Guillén; la que animaron los liberales contra Antonio Ruiz el Sombrerero; la de Cádiz contra Juan León Leoncillo y la de Sevilla contra Francisco Montes Paquiro.
  Antonio Carmona el Gordito, salió de Madrid abucheado, pagando con amarguras y sinsabores el triunfo clamoroso que alcanzara en el año 1861. ¡Así es el público de toros!

 
  Tres días después, el Tato y el Gordito volvieron a encontrarse en Cádiz. Allí las cañas se volvieron lanzas para Antonio Sánchez y las espinas se cambiaron en rosas para Carmona. La corrida se convirtió en una airada manifestación de protesta contra lo ocurrido en la Corte. Al disponerse Carmona a matar a su primero, volaron sobre los tendidos multitud de papeles de colores con poesías laudatorias dedicadas al diestro.
 
  El periódico taurino El Látigo, dijo en un largo artículo:
  El público de Cádiz ha dado una severa lección al de la Villa y Corte. Los gaditanos no se arrastran (sic) por el espíritu de pandillaje, ni secundan las miras de los que por fines determinados querían ensañarse con algún diestro con objeto de hundir su reputación bien adquirida.
 
  Cualquiera podría pensar al leer estas líneas que los espadas actuaron tranquilos ante el público sereno. ¡Nada de eso! La corrida transcurrió en medio de un escándalo continuo. Las reyertas entre tatistas y gordistas, fueron tan frecuentes y airadas, que en más de una ocasión se esgrimieron bastones y navajas. La fuerza pública se vio en la necesidad de intervenir para intentar calmar a los belicosos aficionados y algunos pagaron con cardenales, heridas o unos días de cárcel sus entusiasmos toreros. A partir de entonces, Andalucía entera ardió en pasión taurina. En todas las ciudades, numerosos grupos animaron las tertulias de casinillos y colmados dispuestos a enzarzarse, sin más ni más, por defender una estocada de el Tato o un par de banderillas de el Gordito. A tanto llegó la cosa, que en más de una ocasión, la autoridad se vio precisada a echar la tropa a la calle para abortar posibles batallas campales. [...]
 
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Reflexión de Vazqueño

 Todos sabemos el final de el Tato, el toro Peregrino de Vicente Martínez truncó su carrera el verano de 1869, cuando gozaba del favor de crítica y público en el coso madrileño, sucediendo todo lo contrario de Despeñaperros para abajo.
  Carmona sufrió la ira del público merced a un estilo lleno de excentricidades que en Madrid suele ser acogido con recelo, plaza conservadora donde las haya. Ejecutó mal la estocada, lo cual supone una merma vital en aquel tiempo; si bien, a él se le atribuye la invención del par al quiebro, suerte que realzó el segundó tercio de la lidia (hoy en tercer lugar) y que los espadas de aquella época trataban de imitar para no ser menos que el Gordito, consiguiéndolo alguno de ellos, no sin pasar más de un apuro o pagar tributo de sangre.
  Uno es joven y, si gustan, "rutinario, tradicionalista y amigo del ayer" como decía Don Modesto, pero el caso es que no he vivido en mi corta historia como aficionado ninguna competencia enconada entre figuras en las plazas de mayor fuste, pongamos Madrid por ser el coso que un servidor frecuenta. Estoy viviendo la época de grandes (?) como Ponce, José Tomás, Morante o Juli... y aquí estamos, esperando en vano a que se reten, a que demuestren su valer en la plaza, cara a cara con sus rivales. El toreo moderno, la época contemporánea no se presta a esta lides, los ases huyen de la competencia, no hay dinero en España para dar un solo cartel en Madrid en el que se enfrenten, ni acuerdo en derechos de imagen que lo consienta, ni siquiera ganadería que satisfaga a todas las partes, etc, etc... El público pierde, el aficionado pierde, la Tauromaquia pierde.
  Así que entiendan y permítanme que admire a los antiguos y desconfie de la gloria de los modernos. De momento...
 
 
Nota: Los textos son de de Herández Girbal; del libro Salvador Sánchez Frascuelo, el matador clásico. 

viernes, 11 de enero de 2013

El director de lidia

Galliformes

 
  Se comenta en los mentideros que algunos de los máximos exponentes de la torería actual andan vetando al bueno de Fandiño; aquellos que debieran abanderar el estandarte de figura, otrora dioses de la Tauromaquia que no rehuían la pelea con nada ni nadie y que, andando el tiempo, ha degenerado en un puesto acomodaticio al son del lobby taurino, por hache o por be, sobornado en su mayor parte; hoy, se dedican a torear semovientes renqueantes en plazas de provincia, excluyendo a los toreros que vienen empujando fuerte. El director de lidia andará pendiente de cómo se desarrollan los acontecimientos, porque estos que han dado en llamar galliformes de hogaño, lo mismo pegan la espantá amparados en un diploma de figura moderna, al parecer vitalicio e inexpugnable, en el que obra una solitaria Puerta Grande de Madrid en 15 años, que se dedican a ningunear al respetable tras freír un caracol a circulares, causando varias bajas por mareo en los tendidos. Sólo nos faltaba que ahora eviten la pelea con un vasco  que, el único pecado que hasta ahora ha cometido, ha sido volcarse en el morrillo de los toros más derecho que una vela, con los ojos ardorosos de triunfo. No olvidemos que en el planeta de los toros la familia de los galliformes viene de largo, y debe ser respetada, pues hubo uno en la estirpe que tenía casta para sostener la historia de la Tauromaquia él solito y dicen, y papeles hay que lo demuestran, que un día se negó a torear en Bilbao si no competía con el único torero capaz de hacerle sombra, frente a las reses más respetadas y temidas en aquellos gloriosos tiempos; esa que la temporada pasada, en una corrida levantina, tuvo la osadía de tomar 22 puyazos de los que hoy se estilan, lo que viene siendo una falta de respeto al toro de lidia moderno que no merece ser recogida en los anales de la temporada, una acto de sedición en toda regla. En la familia de los galliformes hay gallos, gallitos, gallinas, gallinitas y polluelos; distingamos pues. 
 
 
Nota: Con motivo del desbarajuste que se produce en el ruedo siempre que aparece un toro con nervio, El director de lidia se hará notar periódicamente en este blog, bajo una nota de mordacidad e ironía, a fin de poner un poco de orden y mirar por el buen estado de la cuestión.

jueves, 10 de enero de 2013

La primera tarde de toros de Frascuelo

Allá por el año 1852, cuando Salvador Sánchez "Frascuelo" era un muchachillo de diez años y ni siquiera había contemplado la idea de ser torero, tuvo la ocurrencia de acercarse con su hermano Frasco (conocido en el mundo taurino como Paco Frascuelo) a la plaza de toros de Toledo, ciudad donde la familia Sánchez Povedano vivió unos pocos meses, antes de partir a tierras aragonesas. Atraídos por el cartel que habían visto por las calles de la Ciudad Imperial y por aquel jugar al toro que tanto se estilaba entre los chicos de aquel tiempo, Salvador y Frasco acudieron al coso taurino por primera vez, y esto fue lo que ocurrió:
 
 
 Al día siguiente, por la tarde, a los muchachos les faltó tiempo para dirigirse a la Plaza de Toros. Lo hicieron tras una banda de música que llenaba las calles con las notas garbosas de un pasodoble. Una vez allí, contemplaron absortos el para ellos inédito espectáculo. Apretábase el gentío ante las puertas, pugnando cada uno por ser el primero en traspasarlas. Un clamor ensordecedor surgía de entre la apiñada multitud. Rasgaban el aire los estridentes pregones de los vendedores de agua, limonada, avellanas y almendras. Los abanicos pericones y los pañolones chinescos, ponían bajo el sol una nota de cruda policromía. Los anchos huecos de entrada no cesaban de tragar gente. De pronto, la masa se agitó expectante.
  Entre gritos de admiración, vítores y alegre cascabeleo, irrumpió en la explanada, tirado por cuatro jacas enjaezadas a la andaluza, el coche de los toreros. Inmediatamente, fue rodeado por los entusiastas que rivalizaron por poder tocar sus trajes de seda, recargados de adornos en plata y oro. Al brazo los bordados capotes de paseo, se apearon para entrar en la plaza. Pasó primero la figura jaque y fachendosa de Curro Cúchares; tras él la desenvuelta y arrogante de el Chiclanero y siguiéndolos, sus cuadrillas. Los famosos matadores, entre los cuales había colocado la afición celos y rivalidades, saludaron sonrientes. Una voz gritó junto al coche:
  -¡Esta va a ser tu tarde, Curro!
  A lo que algo más lejos contestó otra con no menos vigor:
  -¡No hay más espada que el Chiclanero!
  En poco tiempo, las afueras de la plaza fueron quedando desiertas. Frasco y Salvador, al lado de la puerta principal, cavilaban la forma de transponerla. Hasta ellos llegaron, perfectamente audibles, el rumor, unas veces apagado y otras unánime de la multitud; las palmas y los olés enardecidos, y, de cuando en cuando, el sonido vibrante de los clarines acompañados por el ronco y medido golpear de los timbales. En algunos momentos, todo parecía aquietarse y de pronto, un inmenso clamor llenaba el coso. Estos ruidos interiores, que no sabían a que atribuir, no hicieron sino espolear el ansia que los dos hermanos sentían por saber lo que dentro pasaba. Y cuando ya desesperaban de conseguirlo, la suerte vino en su ayuda.
  Un hombre, con aspecto de tratante de ganados, salió de la plaza y enseguida pegó la hebra con el portero.
  -¡Que galleos los del señor Curro! Le va a ganar la partida al de Chiclana.
  -¡Eso habrá que verlo! -contestó incrédulo el otro.
  Salvador y Frasco se aproximaron a la entrada con disimulo. Curiosos atisbaron el interior, y mientras el desconocido espectador ponderaba las excelencias del arte de Curro Cúchares, se introdujeron sin ser vistos, pasillo adelante. Con el temor de ser descubiertos, corrieron hacia donde vieron luz. Subieron las breves escaleras de un vomitorio, y, de pronto, se encontraron al otro extremo de la boca, frente a la plaza rebosante de público, partida con violencia en dos trozos de luz y sombra.
  ¡Jamás pudo olvidar Salvador aquel momento! Un griterío ensordecedor acompañaba a la faena de muleta que el Chiclanero hacía a su primer toro. Solos en el centro de la arena, mantenían una dura lucha. Una y otra vez acometía la fiera contra el hombre y otras tantas la burlaba éste con habilidad y gracia. No tenía más que mover ante su fiera cabeza el trapo rojo. El enorme y poderoso cuerpo del animal pasaba amenazante cerca de él, rozando con sus afilados cuernos los alamares de oro. El público no cesaba en sus aplausos. Salvador permanecía absorto, como si de pronto le hubiesen trasladado a un mundo irreal. Cerca de él oyó gritar:
  -¡Anda con él, Chiclanero!
  Y entonces, vió algo que le pareció imposible. Aquel hombre dejó parado al toro. En la plaza se hizo un silencio total. Algo muy importante iba a pasar. ¡Y vaya si pasó! El de Chiclana se mantuvo erguido enfrente del astado. Colocó el puño de la espada que llevaba en su mano derecha a la altura del pecho manteniendo el codo alto, en tanto dirigía la punta hacia el morrillo. Dejó la muleta recogida, tocando el suelo. Con un grito hizo que el animal se le arrancase. Él no se movió. Al humillar el astado, movió el trapillo que llevaba en su izquierda y dejó el estoque enterrado hasta la empuñadura. El público, enloquecido, se levantó de sus asientos batiendo palmas. Vaciló el animal; intentó afianzar torpemente sus patas en la arena y a los pocos momentos rodó con ellas al aire.
  -¡Así se matan los toros! -rugió un espectador enardecido.
  Y mientras el Chiclanero recogía cigarros y devolvía sombreros a los aficionados, Salvador comentó con su hermano la soberbia estocada recibiendo:
  -¿Te has fijao, Frasco, qué tío más valiente? ¡Hacen falta reaños!
   Lejos estaba entonces de pensar el muchachillo granadino que años después sería él quien heredaría la escuela de aquel torero y su peculiarísima manera de matar.
 
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  Lo cuenta el periodista Hernández Girbal en la biografía del espada titulada Salvador Sánchez "Frascuelo", el matador clásico. Libro que estoy leyendo estos días y que aprovecho para recomendar a los aficionados amantes de aquel tiempo en el que los toros eran fieras provistas de nervio y genio, y los toreros, espadas que buscaban la gloria a cambio de entregar su vida por una cornada que hoy sería de carácter leve. Además, está muy bien escrito.

miércoles, 2 de enero de 2013

Cogida, causas y muerte de Paquiro

  Francisco Montes "Paquiro", la revolución necesaria. Datos biográficos; por Rafael Cabrera Bonet; del Aula de Tauromaquia III, Universidad San Pablo-CEU, curso académico 2003/2004.
 
Francisco Montes, 1805-1851
 
 
  Al dar el tercer pase de muleta al primer toro que se lidiaba en la corrida 16, el día 21 de julio de 1850, enganchó el bicho al diestro por la pantorrilla izquierda, arrastrándole como unas seis varas, haciéndole algunas contusiones en la cabeza y pecho. Tuvo lugar esta desgracia entre los tablones 4ª y 6ª partiendo de la puerta de caballos a la llamada de alguaciles. El toro pertenecía a la ganadería de D. Manuel de la Torre y Rauri; se llamaba Rumbón, de pelo retinto, de algunas libras. Había llevado tres pares y medio de banderillas de fuego. Después de la cogida de Montes tuvo que matarlo Redondo, quien tras de un pase al natural y otro de pecho le dio una soberbia estocada. (Ramón Medel).
 
  Vimos a la hora de las cinco, que era la marcada, romper plaza al toro llamado Rumbón, de edad de siete años, pelo retinto y bien puesto; nada bueno fue por cierto el bicho, pues aun cuando su presencia y salida indicaban algo de provecho, nos quedamos con nuestras ilusiones, no haciendo más que tomar dos varas de Gallardo y otras tantas de José Muñoz, sin ser posible que pasara adelante su valor, y claro es, que el Presidente dispuso castigarlo con banderillas de fuego, clavándosele tres pares y medio. Llegó a la muerte, y no parece sino que nuestro querido Montes tenía algún fatal presentimiento, pues aunque le vimos marchar a la fiera con aquella arrogancia propia de un veterano que en más de cien combates se ha llevado la palma de su valor y pericia, sin embargo, su paso era lento. El toro se había hecho de un sentido extraordinario, y arrancaba fuera de su terreno, haciendo más por el bulto que por los capotes, y adquiriendo cada vez más querencia a las tablas: en este estado el maestro le dio un pase al natural, y otro muy rápido de pecho (de defensa), quedándose bien corto y parado para el segundo al natural, que al dárselo lo enganchó el animal por la parte superior de la pantorrilla izquierda junto al atadero de la liga, de cuya herida se retiró [...]. Acto contínuo tomó el estoque Redondo, y lo mató de dos pases al natural, y uno de pecho, saliendo en todos con piernas, de una muy buena recibiendo, lo que le valió infinidad de aplausos. (Revista El Clarín).
 
  La evolución de la herida fue bastante azarosa. El Clarín se ocupó de hacer un auténtico seguimiento del paciente, y así, en forma de última hora ese mismo número recoge que: "Antes de anoche la pasó muy mala Francisco Montes: a las doce fue preciso sangrarlo, y hasta las ocho de la de ayer tenía más bajo el pulso, y la fiebre era menos violenta. La herida seguía su curso  natural: otra le ha sido descubierta, por encima del tobillo. Se le prodigan todos los cuidados posibles, y no lo abandonan un momento sus numerosos amigos".
 
  Precisamente porque es valiente y sereno en el peligro, precisamente porque atesora la inteligencia de los más celebérrimos toreros de la antigüedad, precisamente porque en el concepto de los conocedores aventaja a todos ellos, se ve en la necesidad de tener que sostener a todo trance esta reputación colosal, y en todas las carreras del mundo no siempre está el hombre del mismo temple. Además, Montes lleva ya medio siglo debajo de la coletilla, es decir 25 años en cada pantorrilla, que no deja de ser gran estorbo para correr, y es sabido que su vista está muy lejos de ser de lince. Todas estas circunstancias unidas a que suele haber a veces toros tan malos que ningún caso hacen de la muleta y solo se dirigen al bulto, y que para estos bichos más sirve la ligereza que el saber, hacen que el mejor diestro se vea muchas veces en el compromiso de apelar a una desordenada fuga, y aun tomar el olivo si tan grave es el aprieto. El público premia siempre semejantes lances con una silba; pero generalmente suelen decir los espadas: "Una silba no duele tanto como una cornáa" Esto se dice; pero no cuando se tiene una reputación como la de Montes. Por esto se le ve siempre impávido sin huir jamás, sin tomar nunca el olivo. He aquí porque creemos que en todas las corridas está Montes en inminente peligro. (Ayguals de Izco, testigo de su reaparición y fatal cogida).
 
  A ello habremos de sumar el abuso que Montes hacía del alcohol, en concreto, según algunos de sus contemporáneos, del aguardiente. Siempre se ha dicho y mantenido que lo hacía para olvidar su posible fracaso matrimonial, pero nada hay seguro de ello. Su mujer, Ramona de Alba, eso sí, para dar más correa al asunto, acabaría casándose cinco años más tarde con el picador Francisco Puerto. ¿Pudo ello tener un antecedente que amargara los tiempos finales de Paquiro? Pudo ser porque de ello siempre, e incluso sus contemporáneos decían... callando. Sólo veladas alusiones, pero a todas luces bien dirigidas, nos indican ese triste camino. En todo caso, lo que es un hecho cierto es que a Montes se le vio muchas veces abusar de los licores, y que más de una vez se le veía resacoso o incluso bebido en algún festejo, sobreponiéndose en base a sus facultades físicas pero sobre todo intelectuales en el toreo.
 
  Paquiro se retiró a su patria natal, Chiclana, en septiembre, y fallecería allá tan solo unos meses más tarde, el día 4 de abril de 1851, sin haberse recuperado por completo de las consecuencias de la cogida. Murió de lo que en la partida de entierro se denominaron unas "calenturas malignas", fiebres sin filiar que no le habían abandonado en este último período de su vida, y que quizás estuviesen motivadas por infecciones contraídas durante la cogida, o por el mal estilo de vida que Montes llevó durante sus últimos años de existencia.