martes, 14 de enero de 2014

Canorea en Las Ventas

  Repaso en esta entrada, como había prometido al hablar de los huelguistas del Baratillo en artículos anteriores, el paso por Madrid de la empresa Canorea. Fue un periodo breve de un año, dos contando la asociación con Martín Berrocal, hasta ser expulsados por la Diputación. Diego Lechuga hace un análisis pormenorizado en su libro "San Isidro, 50ferias50" del que he sacado la parte que nos interesa y he obviado broncas foribundas que motivaron la expulsión, como aquella en la que los aficionados invadieron el patio del desolladero tras una corrida escandalosa, buscando responsabilidades en las oficinas de la empresa, hasta ser desalojados por la policía. Después, incluyo un texto de Joaquín Vidal en el que menciona algunos cambios controvertidos impuestos por Canorea que se siguen manteniendo a día de hoy. Bien es verdad que la historia aquí contada poco tiene que ver con los actuales gestores del coso sevillano, salvo por una relación de parentesco. Pero no está de más recordar cómo fue el paso de Canorea por Madrid y el recuerdo desagradeble que esta empresa ha dejado entre los aficionados veteranos.

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  A pesar de la tan cacareada crisis, la plaza de toros de Las Ventas continúa siendo un bocado apetecible para el mundo empresarial taurino. En 1978 cumple el contrato de arrendamiento con la empresa Nueva Plaza de Toros de Madrid, al frente de la cual figura ahora Fernando Jardón con su gerente, Juan Martínez. La Diputación Provincial de Madrid, propietaria del coso, es la encargada de establecer la modalidad de adjudicación y decidir. Leopoldo Matos se mantiene como diputado encargado de los asuntos relacionados con Las Ventas. Diputado visitador de Las Ventas es la denominación oficial del cargo.
  Se opta por convocar la modalidad de subasta para adjudicar la explotación del coso. El mecanismo es bien sencillo: aquel que más dinero ofrezca por el arrendamiento se queda con la gestión de Las Ventas, siempre que se pongan encima de la mesa un mínimo establecido en ochenta millones de pesetas; más del doble del canon que venía cobrando desde 1968.
  La puja de la empresa Nueva Plaza de Toros de Madrid, con Fernando Jardón, la tercera generación de la familia, a la cabeza del negocio, ofrece nada menos que ciento cuatro millones y medio netos por temporada. Supone un aumento descomunal con respecto a los años anteriores, en los que se pagaba un canon de treinta y siete millones.
  El principal competidor es un grupo al frente del cual figura el empresario taurino de la Real Maestranza de Sevilla, Diodoro Canorea, que ofrece la friolera de ciento sesenta y un millones netos por temporada. ¡Ahí es nada!
  Con el pliego de condiciones en la mano, la decisión es bien sencilla: Canorea es el nuevo empresario de Las Ventas desde 1979 y por cinco años. Los Jardón han de abandonar la plaza después de casi cincuenta años de gestión.

 
  El mismo año, 1979, se celebran en España las primeras elecciones municipales democráticas. La mayor parte de los municipios de Madrid pasan a ser gobernados por ediles socialistas y comunistas y en consecuencia la Diputación, constituida por representantes de las Corporaciones Locales de la provincia, ha de ser abandonada por los hombres del régimen anterior para dar paso a los nuevos gobernantes salidos de las urnas. Sólo por unos meses Matos deja Las Ventas a Canorea.
  Los nuevos diputados no ven con buenos ojos el sistema de adjudicación por el que se ha entregado la plaza. Pero el compromiso es por cinco años y está firmado. Como herederos legítimos y legales de la Diputación los nuevos diputados han de aceptarlo así.
  Canorea es el nuevo gestor a la cabeza de un importante grupo de accionistas que le respaldan económicamente. Se rumorean nombres con mayor o menor fiabilidad. Lo que sí parece cierto es que todos ellos deben contar con un considerable poder económico. No puede ser de otra forma para hacer frente a la desmesurada oferta económica. Canorea no desvela la identidad de sus socios, pero es vox populi que en la empresa hay varios accionistas de Albacete. En la temporada del 79 va a ser más que evidente este dato por la contratación de toreros albacetenses, algunos de ellos de escaso relieve y valía.
 
  Canorea organiza una feria de veinte festejos -dieciséis corridas de toros, dos novilladas y dos de rejones- que realmente no contentan a nadie. Son carteles a los que se les reprocha escaso fuste para la importancia del ciclo. Se percibe que Canorea tiene poco poder de maniobra y se encuentra entre la espada de sus socios y la pared de las exigencias de la parroquia de Madrid. El empresario intenta contentar a todos, aunque no siempre lo consigue. Varios de los carteles han de ser reforzados con la participación de uno o incluso dos rejoneadores para aumentar el reclamo hacia el gran público. En la última semana de feria logra subir el listón con los nombre de El Viti, Teruel, NIño de la Capea, Paquirri, Manzanares, Palomo Linares, Dámaso González, Rafael de Paula y Ruiz Miguel, entre otros. Realmente es lo que hay en el momento en el mercado taurino, la flor y nata del escalafón. Otra cosa es que el aficionado madrileño esté contento con el escalafón de la segunda mitad de los ochenta.
  [...] Canorea, empresario acreditado de Sevilla, se da cuenta, quizás ya demasiado tarde, que Las Ventas no es la Maestranza, que son públicos diferentes, exigencias distintas, problemas diferentes, y que no se puede dirigir una plaza con la misma batuta que la otra. El toro que se exige en Madrid no es el mismo que se admite en Sevilla y la pelea, día a día, tarde a tarde con los veterinarios es dura y no siempre positiva. Los entresijos de la feria de San Isidro se le revelan con un disgusto diario. El público salde de cada corrida malhumorado, descontento, protestando y bajo la conjura de no volver más.
 
  A vuelapluma, el periodista José Antonio del Moral le echa las cuentas a Canorea en la revista Toro y afirma que la feria ha dejado ciento diecisiete millones de pesetas, cantidad insuficiente para afrontar el tremendo canon de arrendamiento ofrecido. Del Moral, animoso, a la vista de los resultados mantiene en su reportaje la esperanza de que los buenos resultados que se deben esperar del resto de la temporada y de la Feria de Otoño hagan lo suficientemente rentable la temporada en conjunto como para cubrir las exigencias económicas comprometidas. Pero no. Las cuentas de Madrid se basan en las de San Isidro, son las de San Isidro, y si la feria no da resultados no puede esperar superávit del resto de la temporada, ni siquiera de la Feria de Otoño, para entonces en franca decadencia y con poco predicamento salvo para los círculos de aficionados con más entrega.
  Al finalizar la temporada del 79, Canorea anuncia públicamente que las pérdidas superan los cien millones de pesetas, y lo peor es que las expectativas de recuperación son escasas o nulas. Diodoro Canorea pretende enjugar sus pérdidas y disponer del efectivo suficiente de cara a la próxima temporada, pero las cuentas no le salen.

 
  Es entonces cuando aparece un personaje singular, José Luis Martín Berrocal, multimillonario hombre de negocios, propietario de ganadería brava, empresario del sector de transportes, pero cuya personalidad inquieta y un tanto megalómana le ha llevado a intentar aventuras tan dispares como la presidencia de un equipo de fútbol -el Atlético de Madrid-, o a organizar grandes combates de boxeo, sector en el que ha conseguido un relativo éxito.
  Berrocal aparece como el salvador in extremis de Canorea. Pone sobre la mesa los 80 millones de aval que el empresario busca desesperadamente para salir del pozo económico en que la nefasta temporada del 79 le ha sumido. A cambio, naturalmente, el millonario Berrocal exige el absoluto mando en plaza. La fórmula legal es hacerse nombrar consejero delegado de la empresa adjudicataria, la Taurina Hispalense.
  La nueva Diputación, con el comunista Luis Larroque al frente de los asuntos taurinos, se opone a la sustitución. En el fondo, no deja de ser una subrogación encubierta que los diputados consideran ilícita puesto que la gestión de la plaza de toros le fue adjudicada a un hombre y ahora iba a estar gestionada por otro. Los enfrentamientos entre Berrocal y los representantes de la Diputación son habituales y las relaciones muy tensas.
  Con Berrocal la temporada madrileña y, como no, la feria de San Isidro van a estar marcadas por la tormenta continua durante 1980. En general, la gestión de "Napoleoncito" Berrocal, lejos de contentar al público de Madrid, lo único que consigue es encrespar aún más los ánimos. Los escándalos se suceden tarde tras tarde, los bailes de corrales son continuos y cada día los poseedores de billetes para la corrida no saben si al final tendrán que acudir a su localidad o a la taquilla a exigir la devolución del dinero.
 
  [...] Al final de la feria el Gobierno Civil propone al Ministerio del Interior una multa de dos millones de pesetas a la empresa por las irregularidades cometidas durante el serial.
  La tormentosa feria y la irregular gestión de la temporada taurina en la Plaza de Madrid ofrecen a los nuevos gestores de la Diputación Provincial de Madrid elementos jurídicos más que sobrados para desalojar a Berrocal de Las Ventas. No se trataba únicamente de dar la batalla a un empresario para que otro ocupara su lugar. Para los nuevos diputados, la mayoría de ellos de partidos políticos de izquierdas, el tuténtico fin era inyectar a la temporada taurina madrileña una nueva concepción sociocultural de la fiesta por encima de la concepción puramente economicista que permitió poner Las Ventas en manos del mejor postor, sin atender a la dignidad que como primera plaza del mundo requiere este coso, y con los negativos resultados obtenidos. Curiosamente los representanes de aquellos partidos que durante la transición se mostraron contrarios a las corridas de toros por considerarlas, equivocadamente, producto residual de la dictadura, se convertirían ahora en los defensores de los valores culturales que entraña.
  El comunista Luis Larroque encabeza la propuesta de rescindir el contrato a Berrocal para dar vía a una nueva adjudicación en la que lo primordial no sea la rentabilidad económica, sino la social y cultural que beneficie a los aficionados y a la fiesta taurina, no solo en Madrid capital, sino en toda la provincia. Con un arduo examen jurídico a disposición de los diputados, se debate en pleno la propuesta de rescindir contrato a Berrocal. Comunistas y socialistas votan a favor mientras los representantes de Unión de Centro Democrático (UCD), la fuerza política centrista-conservadora, votan en contra. Solo un diputado de esta formación, Eduardo González Velayos, excelente aficionado a los toros, se muestra en desacuerdo con las tesis de su partido a favor de mantener el contrato con Berrocal. En conciencia, y como buen conocedor del mundo taurino, sabe que es necesario devolver la dignidad y seriedad que la afición de Las Ventas merece; pero por otra parte no puede votar en contra de sus compañeros de filas políticas. Opta por una solución de caballero y se ausenta discretamente de la votación. Los votos de comunistas y socialistas deciden, por amplia mayoría, la rescisión de contrato a Berrocal. Los motivos los ha puesto, sobradamente, en bandeja el propio empresario: incumplimiento de contrato. Consecuentemente, se acuerda poner en marcha de nuevo el mecanismo para nombrar a un empresario para la temporada del 81.
 
Diego Lechuga
 
En estas estamos
 
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 Un año duró la gestión de Canorea y tuvo muy negativas consecuencias para la categoría de Las Ventas. Él fue quien implantó la modalidad absurda (y éticamente dudosa) de fijar un precio único para las localidades, con independencia de la categoría del cartel, y este precedente lo han asumido los siguientes empresarios, pues, al parecer, para ellos supone un buen negocio. Él fue quien, arbitrariamente, suprimió la tradición de que los toreros adquirieran su antigüedad en Madrid. La costumbre era que los novilleros tomaban como fecha de antigüedad la de su debut con picadores, hasta que se presentaban en Madrid y entonces quedaba fijada su antigüedad definitiva. Sin embargo, aduciendo que Las Ventas era una plaza como otra cualquiera (ya se puede imaginar con qué criterios descalificadores pretendía regentar el coso a quien habían entregado la plaza), acabó con esta tradición que ya no se ha vuelto a recuperar nunca. De forma que los debutantes en Madrid salen muchas veces como directores de lidia; algo absolutamente impensable durante los cincuenta años en que Las Ventas había sido considerada la primera plaza del mundo.
 
Joaquín Vidal

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