Corridas del estilo que echó Victorino necesitan toreros muy versados, conocedores de las pautas técnicas que necesitan estos animales, claras y bien definidas a lo largo de todos estos años; que si un aficionado conoce, un torero debería tener grabadas a fuego. Visto lo visto, analizando lo que pasó en la arena de Las Ventas en tarde tan propicia, uno duda si los coletas conocen de qué van estos toros, o bien, es tal la jindama que anula la capacidad de pensar en la cara. No hay otra.
Que no fue la mejor victorinada lo sabemos todos, ahora bien, que hubo toros para darles fiesta, está tan claro como el cielo que ayer disfrutamos en la plaza de toros de Madrid. No puedes presentarles la muleta a media altura ni porfiar por el pitón que vienen avisados, como hizo Gómez del Pilar con el primero por el lado derecho, en una faena, como la del quinto, amontonada, sin darle aire a los toros, tratándolos muy brusco. A cabezonería no les vas a ganar, hay que faenar por el pitón más potable y luego ya veremos lo que pasa. En esto se parecen a los miuras.
La gente no sabe ver toros y el ojo humano es traicionero. Al quinto, Murallón, con la morfología de tantos victorinos que hemos visto en Las Ventas, lo abroncaron de salida, y es que se acababa de lidiar una mole de 631 kilos, Bosquimano, con más pinta de toro viejuno de Buendía, y a la gente se le hizo chico el bueno de Murallón, que tuvo un pitón izquierdo de dulce. Hace poco pasó algo similar en una corrida de Miura. Salió un sobrero de Valdefresno y el personal se escandalizó con aquella mole de carne comparándola con los agalgados miureños, y era lo mismo que vemos en todas las corridas del hierro salmantino.
A Fandiño deberían correrle a gorrazos en el momento que empieza las primeras tandas de faena toreando en redondo, echándose el toro detrás de la cadera. Mandamiento número uno de las santísimas tablas del paleto de Galapagar: "Las primeras tandas en línea recta". Barbacano se llamaba, el segundo, un toro con viveza, que cumplió en el peto y tuvo un buen número de embestidas con el hocico por la arena. Chocó con la inefable muleta de Fandiño, incapaz de darle una tanda con armonía, no hablemos de construir faena con un hilo argumental. Mató a paso de banderillas y dejó una estocada infame en el chaleco.
Mejor no profundizar en cómo estuvo el de Orduña con Bosquimano, que metía mucho miedo, no solo por su fachada imponente, sino porque tenía tendencia a ir con la cara alta, gazapear, quedarse corto y pensar mucho todo lo que hacía. Es probable, incluso, que pensara más y mejor que Fandiño, a merced y sin fundamento continuamente. Petardo gordo y palmas -de castigo al torero- al toro en el arrastre.
Alberto Aguilar tiene un don, si es que a esto le podemos llamar don, de vérselas con toros de poderío marmóreo que embisten como auténticas fieras. A bote pronto, y hay muchos más, recuerdo haberle visto con Lirio, de Montealto; Aviador, de Cuadri; Camarín, de Ibán; uno de José Escolar en Ceret que quitaba el aliento, Conducido; u otro pájaro de Palha en la pasada Feria de Otoño, Yegüero. Si hay alguien que sepa lo que es sentir la fiereza y el poderío del toro de lidia en sus carnes ese es Alberto Aguilar. Ayer se echó en cara a Buscador, un toro que, como bien me decía De Diego en las cañas, se encogía y se estiraba para embestir como hacen los guepardos del Serengueti cuando se arrancan tras los antílopes. Embestía muy fuerte, largo y metía la cara; Aguilar era consciente de ello. Hubo un aviso por el derecho y Buscador lo lanzó a la arena. Era de esos toros que si le pegas tres tandas la plaza ruge y abres la puerta que da a la calle Alcalá de par en par con todas las de la ley. Se vio algún muletazo de mérito, pero también pausas entre pase y pase y muchas dudas. Quedarse en el sitio y ligarle, qué fácil es escribirlo.
Echaron al corral al otro cinqueño de la corrida, con el pelo del testuz rizado y la cabeza acarnerada se daba un aire a las cabezas de toros antiguos. Creo que en la muleta hubiera aguantado sin doblar, otra característica típica de los victorinos. Salió en su lugar uno de San Martín que también se podría haber ido de vuelta, blando y pastueño, con el que Aguilar tuvo momentos para poder gustarse. Comparado con el resto de la corrida se me hizo demasiado empalagoso y no le eché muchas cuentas.
A Victorino hay que animarle a que siga criando toros que necesiten de toreros inteligentes, valientes y conocedores de sus triquiñuelas; que pidan dominio en cada embestida y les pongan a cavilar. Seguiremos esperando a que aparezca el que pueda con ellos, no queremos victorinos tontos.
A los toreros les dejamos el mandamiento segundo de las santísimas tablas del paleto de Galapagar: "nada de toques bruscos si no quieres amoscar al Victorino". Y como muestra de generosidad un mandamiento extra, nacido de la sabiduría de habérselas visto con decenas de ejemplares como los que vimos ayer: "Algo que hace fracasar a muchos toreros con Victorino es salir a dominar. Es un toro al que no se domina. Se le ha de engañar. Si vas a dominarlo, aprende enseguida"; Luis Francisco Esplá en el número uno de la revista El Monosabio, del Ateneo Orson Welles.
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