viernes, 22 de marzo de 2013

El director de lidia: reflexiones sobre San Isidro y añadidos

La figura de Don Antonio Bienvenida, uno de los toreros con mayor honra, torería y vergüenza torera, testigo del dislate.
 
 Ya tenemos carteles para la feria del Santo Patrón, aquella que inventara don Livinio Stuyck para gozo y disfrute de la afición madrileña, pues no tenían un ciclo taurino del que poder presumir. Era de esperar que aquella genial idea, gracias al rigor de la afición y seriedad del toro, elementos que dan verdadera categoría a una plaza de toros y que desde tiempos remotos caracterizaron a las diferentes plazas de la Villa y Corte, rápidamente convertirían a San Isidro en la feria de toros más importante del orbe. Conjugaba afición, toro y presencia constante de las máximas figuras del momento, quienes competían entre ellos y dirimían durante San Isidro el cetro del toreo, midiéndose con los toreros que venían cogiendo cartel, e incluso concediendo algún capricho a la afición enfrentándose a las ganaderías que éstos estimaban de mayor respeto por su poder y casta. Con el tiempo, aprovechando que el viento soplaba a favor, el serial se hinchó y multiplicó su número de festejos, el abono madrileño se convirtió en un objeto de culto, un verdadero tesoro para cualquier aficionado a toros. Así, han ido transcurriendo los años y endegenerando hemos llegado hasta nuestros días.
 
  Hoy sobran abonos de Las Ventas porque hoy todo está del revés y ni siquiera percibimos el mínimo signo de mejoría. Nada más y nada menos que 35 festejos en 38 días, lo cual deja bien a las claras, desde un principio, que las pretensiones de la empresa no van ni muchísimo menos en favor del aficionado, que agradecería un ciclo más comprimido, con más grano y menos paja, sino de chuparle la sangre al mayor número de inocentes que, aprovechando el tirón de la decadente marca San Isidro, pasen por la plaza de Las Ventas en estos días de primavera y engorden los bolsillos del triunvirato empresarial que gobierna el coso. Qué es lo que ocurre con esta maratón taurina, pues que el público que cada día acude a la plaza es muy variable. Los abonados, salvo casos de excepción y ejemplar afición, no van a diario, regalan entradas, y esto da como resultado una plaza esquizofrénica, con criterios muy cambiantes y algunos días con arbitrajes que producen vergüenza ajena. La "crítica" tiene mucha culpa de que esto suceda porque ellos, además de informar, tienen la misión fundamental de formar y enseñar de toros, cosa que damos por perdida según están los portales y medios de comunicación taurinos. No hay cuerpo humano capaz de soportar la crónica de una corrida de toros simple y llanamente porque no hablan de toros.
 
  Las figuras, si las hubiere, no quieren oír hablar de Madrid. Ni están ni se las espera. No hay dinero suficiente en este país para satisfacer las necesidades de los astros taurómacos actuales, ni toros de suficientes garantías para que viéramos juntos en un cartel de Feria, pongamos por caso, a José Tomás, Morante y Juli. No una, sino varias tardes, como sucedía hace no tantos años. Quede claro que a mí, lo que cobren los toreros me parece siempre perfecto, pero esto es lo que hay. No queda atisbo de aquello que en los diccionarios taurinos llamaban "vergüenza torera". Los pocos que vienen, búsquenlos porque yo no los encuentro, cuantas menos tardes mejor. Madrid es una plaza inhóspita, que exige toro y, al parecer, la mayor parte de las veces no entiende de qué va esto del toreo ni por dónde se andan los modos y las formas más actuales. Madrid es una plaza chula, igual que sus paisanos, un coso que recibe con desconfianza a los sumos pontífices del toreo, porque así se lo han ganado históricamente a la par que el torero ganaba poder en detrimento del ganadero, y esto no gusta a los astros, acostumbrados al aplauso fácil en la mayoría de plazas del circuito. Ni compiten entre ellos, ni pelean con los pocos que ilusionan, ni se enfrentan a las ganaderías predilectas de la afición, salvando el honorable y asombroso caso de Alejandro Talavante con victorinos, tarde que todos esperamos ansiosos.
 
  Los ganaderos están jodidos. Soportan una legislación y regulación de las explotaciones que tranquilamente se podría calificar de antitaurina; unos precios desorbitados del pienso para engordar y dar lustre a sus toros; no tienen prácticamente ningún peso en la Fiesta y se deben a las demandas del torero, esto es, un toro con mirada triste que aguante trescientos cincuenta mil quinientos muletazos sin apartar ni una sola vez la mirada del trapo, un engendro de la selección que tampoco debe ser fácil de criar. Todavía nos queda algún revolucionario que permanece alejado de las cursiladas que hoy se buscan, afortunadamente siempre habrá ganaderos románticos respetados por los coletas e idolatrados por la afición. Éstos son los que sustentan el interés de los integristas, ganaderos que también lo tienen muy jodido en el putrefacto sistema actual, principalmente en todo el Pirineo meridional.
 
  Llegados a este punto, uno se pregunta qué hacer con el dichoso abono de ferias, qué utilidad tiene a la vista de los carteles, cuánto tiempo soportará el cuerpo semejante penitencia... Seguiré meditando.

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