Desde el día que la empresa anunciara la encerrona de Talavante, a la sazón apoderados del torero, los aficionados hemos discutido largo y tendido durante el largo invierno que aún se resiste a marchar, hemos hecho muchas y diversas cábalas barruntando lo que pudiera acontecer en tarde de tanta expectación. Había opiniones de todos los gustos, tantas como tipos de aficionados: agoreros, triunfalistas, escépticos, cabales, pesimistas, optimistas, reservados... Estos últimos aportaban datos irrefutables, decían: "Plaza de Toros de Madrid, 6 victorinos, ganadería que Talavante nunca ha toreado", y se callaban. El resto nos mirábamos en silencio los unos a los otros y rápidamente nos abandonábamos de nuevo a la conversación haciendo mil y una conjeturas. El aficionado es iluso por naturaleza.
Sin embargo ayer, cuando Talavante dio muerte al segundo de la tarde soltando la muleta y dando un sprint olímpico hacia el burladero del 10, volvíamos a la realidad de los toros, a la realidad de un torero que, efectivamente, no había olido la casta de los victorinos en la vida. En esos dos primeros capítulos ya habíamos visto como se inhibía de la lidia capotera, de vital importancia con estos toros; promulgaba la anarquía en los tercios de varas, abandonando las reses a su suerte y a la de unos picadores nefastos, sañudos, amantes de la paletilla y el espinazo; o despachaba al primero de una ominosa estocada envainada. Observamos también como Talavante era superado con capote y muleta por los grises, como el primero de la tarde, tras un inicio que orientó al animal, le ganó la acción a derechas en todo momento terminando por cabrearlo; o como fue incapaz de sacar una serie pulcra del segundo, toro malo, sí, como tantos otros con los que Fundi, Cid, Alberto Aguilar, Ferrera, Esplá, o Fernando Robleño, pelearon hasta imponerse aunque sólo sea en una tanda, antes de tomar la espada de matar con la cabeza bien alta.
El tercero quedó en atisbo de faena grande por el lado izquierdo, y por momentos vimos esa mano izquierda del extremeño capaz de levantar al aficionado de la piedra en cada muletazo, pero ya digo que la faena fue un conato de lances puntuales y series de dos o tres muletazos, algunos excelsos y otros atropellados. Mató entrando bien, atravesando ligeramente el estoque, dando varios golpes de descabello antes de pasaportar al bicho, algo que quizás le privó de mayor premio que la ovación con saludos recibida.
Aquellos naturales resultaron un palmeral en mitad de la inmensidad del desierto porque la tarde discurrió en la misma tónica que habíamos visto anteriormente, el torero ausente, inhibido y falto de recursos, esperando quizás el toro de carril que últimamente vemos con más frecuencia de lo deseado en la ganadería de Victorino. Intuíamos que el quinto lo iba a escoger el ganadero y raramente iba a fallar, así fue, pero aquello supuso el naufragio definitivo del extremeño. Se dejó torear de capa, fue manso y cuidado en varas, y a pesar de recibir una lidia aciaga el toro llegó a la franela y no paraba, humillando continuamente, sin echar una mala mirada a nadie. Sin ser toreado en ningún momento, con una estocada envainada y una media trasera muy tendida, este ejemplar, de nombre Plazajero, fue abroncado en el arrastre por el cada día más extraño y bipolar público de Las Ventas.
El soso y descastado que hizo cuarto quedó inédito en manos del extremeño y el marmolillo que cerró el encierro era de nulas posibilidades para torear en redondo.
En conjunto, imagen muy pobre de Alejandro Talavante con el animal de mil y un matices que se sale de lo acostumbrado y difiere de la monotonía ganadera que las figuras están imponiendo en la Fiesta. En ningún momento dio la sensación de dominar la técnica del toro de Albaserrada, de imponer la ley de su muleta. Ni bregó, ni lidió con la capa. Hubo un quite en toda la tarde, por chicuelinas (!). Mató mal. Las cuadrillas en la brega y los picadores, de pena. Un despropósito general.
El ganadero se rebajó a las exigencias que supone una figura contemporánea en el cartel y trajo una corrida terciada, sin el cuajo y la seriedad que acostumbra en la Plaza de Madrid, salvando el cuarto y sobre todo el sexto. De juego: media casta, mansos en varas, y después de ver la actitud y aptitud del torero, ¡menos mal! Para ver un corridón de Victorino esta temporada, además del que ya echó en Arles, me temo que hay que ir a Bilbao.
El soso y descastado que hizo cuarto quedó inédito en manos del extremeño y el marmolillo que cerró el encierro era de nulas posibilidades para torear en redondo.
En conjunto, imagen muy pobre de Alejandro Talavante con el animal de mil y un matices que se sale de lo acostumbrado y difiere de la monotonía ganadera que las figuras están imponiendo en la Fiesta. En ningún momento dio la sensación de dominar la técnica del toro de Albaserrada, de imponer la ley de su muleta. Ni bregó, ni lidió con la capa. Hubo un quite en toda la tarde, por chicuelinas (!). Mató mal. Las cuadrillas en la brega y los picadores, de pena. Un despropósito general.
El ganadero se rebajó a las exigencias que supone una figura contemporánea en el cartel y trajo una corrida terciada, sin el cuajo y la seriedad que acostumbra en la Plaza de Madrid, salvando el cuarto y sobre todo el sexto. De juego: media casta, mansos en varas, y después de ver la actitud y aptitud del torero, ¡menos mal! Para ver un corridón de Victorino esta temporada, además del que ya echó en Arles, me temo que hay que ir a Bilbao.
Pd. El viento tiene la culpa de todo lo anterior.
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