lunes, 4 de noviembre de 2013

Rafael el Gallo, broncas por ovaciones

23 de junio. Lluvia de almohadillas

Gallito y el tendido 8


  La figura torera del día, pese a los eternos detractores de todo el que se encumbra, une a sus méritos artísticos detalles casi relegados al romanticismo taurino.
  En estos tiempos de pesetas a porrillo y contrata en blanco, es una verdadera anomalía el gallardo espectáculo del desquite en una fiesta como la de los toros, toda pasión y entusiasmo.
  ¡El desquite! He aquí la faena que ha mantenido la afición en todos los tiempos y ha consolidado más de una vez una reputación taurina.
  Los anales del toreo están salpicados de hechos, verdaderos acicates de la pasión por la fiesta de toros.
  ¿Quién no ha oído mil veces el caso de la campana de Lagartijo en la plaza de Sevilla?
  ¿Quién no recuerda clamorosos desquites de Frascuelo, Mazzantini, Espartero y Guerrita?
  ¿Y quién, al escuchar tales hazañas, no evoca tiempos mejores que no tienen la prosaica monotonía de nuestra época? 
***
 
 Si Rafael el Gallo no tuviera en su haber los copiosos laureles de una campaña lucidísima, justificaría un partido con el solo fundamento de sus famosos desquites.
  Un toro al corral, el mayor de los ludibrios, tiene como compensación a los tres días una faena soberana, única indescriptible.
  La condenación unánime, contundente, de todo un tendido, se trueca en ocho días en clamorosa apoteosis del torero artista.
  Y la discusión que encumbra y la diatriba que da reclamo, viene como consecuencia lógica de tales hechos.
  Pública es la repulsa hecha al lidiador gitano por el tendido 8 de la Plaza de Madrid, durante la tarde del 23 de junio próximo pasado.
  Un juicio de faltas en el que quedó demostrada la sinrazón del respetable, parecía haber abierto un abismo entre el torero y el público del tendido 8.
  Y he aquí que Rafael Gómez sale a torear al domingo siguiente, y retando a sus enemigos, que no otra cosa fue el brindis al huraño tendido, realiza una faena de muleta sólo comparable por su adornada elegancia a otra notable del mismo torero: la famosa del día de San Isidro.
  Los detractores del gitano, los hombres de las almohadillas, los condenados material y moralmente por el Tribunal municipal, no obstante el rentoy, batieron palmas ante el mérito indiscutible de la labor de Gallito. La paz entre los enemigos quedó firmada por obra y gracia del arte y el clasicismo torero.
  Sobre el mismo suelo que hollaron en otra tarde dos docenas de almohadillas, rodaron en esta los sombreros que tributaban al héroe el triunfal homenaje.
  Las viñetas de estas planas dan gráfica idea del contraste entre ambos casos, que pintan la especial idiosincrasia de un torero.
 
*** 

30 de junio. Lluvia de sombreros




  - Otra vez Gallito -estamos oyendo decir al lector malévolo.
  Sí, querido amigo, otra vez Gallito, porque él, y solo él, con sus triunfos, sus fracasos, sus desmayos, sus desquites, su despunte sobre lo vulgar, en una palabra, justifica la supremacía de su nombre en la publicidad taurina.
  ¡Y ahora, llámennos ustedes gallistas!... que es lo mismo que si llamaran demócrata a El Universo porque en su sección política habla de Canalejas...
 
The Kon Leche, edición del 7 de julio de 1912

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