Por su interés, ahora que se avecina San Isidro y enlazamos con las ferias de verano de primer nivel torista, como Pamplona y Bilbao (a punto de irse al garete), copio la editorial del La Voz de la Afición de octubre de 2015, de la Asociación El Toro de Madrid, y suscribo todas y cada una de sus palabras.
¡Qué vuelva el TORO!
Los toreros referentes del escalafón llevan
tiempo menospreciando todo aquello que se escape del guión previamente
establecido, reduciendo el abanico ganadero a dos o tres hierros a lo largo de
toda una temporada, cuyo planteamiento resulta una burda caricatura del poderío
que alguno tiene adjudicado por su círculo de loas. El toreo de cucamonas. El
poderío de sota, caballo y rey; siempre que sean del mismo palo. Las consecuencias
a la vista están, los ganaderos de otros encastes se ven en una encrucijada y
si resisten es gracias a un esfuerzo encomiable por amor a la ganadería y la
demanda de un núcleo determinado de la afición.
Se ha
impuesto de facto un solo tipo de
toro, seleccionado por los principales espadas a imagen y semejanza en
haciendas donde el ganadero es un mero colaborador. Un productor de reses de
lidia donde la balanza torero versus
aficionado solo se inclina de un lado.
En el
imaginario del aficionado, las plazas de Pamplona y Bilbao, administradas en
gran medida por comisiones de aficionados y seguramente gracias a ello, siempre
se han visto como fortalezas inexpugnables, estancas al abuso de los mandamases
del mundo taurino. Símbolos por excelencia del toro-toro donde no cabían
concesiones. Estas son nuestras ganaderías, estos son nuestros toros, si
quieres bien y si no también. Sin embargo, este verano hemos contemplado
asombrados como estas ferias han sido sitiadas por las figuras y sus adláteres,
instalándose en ellas el medio-toro. Ni los más pesimistas lo hubieran
imaginado, pero así ha sido, la mona también ha llegado a esas plazas baluartes
del toro en su máxima expresión y todo se ha desmoronado. Pamplona y Bilbao han
claudicado. Pensando en positivo diríamos que solo es posible mejorar, puesto
que hemos alcanzado el cénit de la decadencia.
No
solo han cedido a la monotonía ganadera mencionada al principio, sino que han
admitido corridas de toros propias de cosos de segunda categoría, toritos de
escaso respeto, y en alguna ocasión de más que dudosa integridad en las astas,
como ocurrió la tarde de Garcigrande en Pamplona, con El Juli, cómo no,
anunciado en el cartel. Algunos son como Atila y su caballo, por donde pasan
deja de crecer la hierba, o el toro, como es el caso.
La Semana Grande de Bilbao ha sido más
sangrante si cabe, día tras día y siempre con determinados toreros, el
medio-toro. Y fruto de estas corriditas propias de plazas portátiles se ha
erradicado el tercio de varas, escenificando diariamente un paripé con los
caballos. No hay nada que ahormar en un animal limitado, justo, sin poder ni
fiereza. Los mismos jacos de Bonijol que más allá de los Pirineos deleitan con
todo tipo de cabriolas, en Bilbao hacen la suerte mortecinos.
Nuestra plaza hace tiempo que se entregó a la
tiranía de algunos toreros y son constantes los escándalos cuando hacen acto de
presencia. Idas y venidas de camiones transportando reses, reconocimientos
mañaneros, desmanes de apoderados, etc., es habitual los contados días que
actúan ciertos coletas, todo por imponerse y echar el torito en vez del TORO.
La realidad es que, desgraciadamente, las figuras no tienen vergüenza torera
por demostrar este supuesto estatus, ni amor propio por establecer una conexión
con la afición como hicieron tantos toreros, llamados “de Madrid”, sino que
rehúyen acartelarse y las apariciones se limitan a una o dos tardes al año
escrupulosamente calculadas. Domingo de Ramos, Resurrección, Dos de Mayo,
Virgen de la Paloma, Feria de Otoño, Virgen del Pilar; nada, únicamente San
Isidro. ¿Dónde está el respeto y la pleitesía hacia la afición venteña? Para
colmo, el resto del escalafón vislumbra un futuro oscuro: los méritos en Madrid
apenas aquilatan, las grandes empresas taurinas que dominan el sector hacen y
deshacen en virtud a intereses particulares, menospreciando triunfos
importantes.
Ante este panorama, quitar al torilero el
vestido de torero ha sido todo el desvelo del sector, cuando fue costumbre y
tradición en esta plaza desde tiempo inmemorial. El hombre que abre la puerta
de la gloria o el fracaso viste ahora un atuendo campero que nada tiene que ver
con la historia taurina de Madrid. ¡Y con eso hemos resuelto los problemas de
la fiesta!
¡Qué vuelva el TORO!
Toro de saca de Murteira Grave. De su página de Twitter |
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