Crónica de la corrida de la feria de San Isidro de Las Ramblas, celebrada el lunes 14 de mayo de 2018, para la asociación El Toro de Madrid.
Séptima corrida de la feria de
San Isidro con toros de Las Ramblas, procedencia Salvador Domecq, El Torero. En
general grandes y generosos de carnes. Se devuelve el cuarto de la tarde, ¡por
manso!, saliendo en su lugar un sobrero de José Cruz. El primero manso en
varas, noble y corretón en la muleta, mediano; segundo, manso en varas, suavón
en el último tercio; tercero, sale suelto del caballo, chochón y descastado;
cuarto, huidizo y embestidor, bueno en la franela; quinto con poder, manso y
noble al final, dejándose hacer; y sexto, a menos en la segunda vara, cortando
el viaje, tirando el derrote y geniudo.
David Mora. Estocada arriba;
saludos. Dos pinchazos, escotada corta caída y tres descabellos; algunas
protestas.
Juan del Álamo. Estocada trasera
desprendida; saludos. Estocada caída; silencio.
José Garrido. Pinchazo, estocada
corta en los rubios y estocada caída; silencio. Cuatro pinchazos, media en los
bajos y dos descabellos; silencio.
Presidente. D. Jesús María Gómez
Martín. Muy mal. No debió aprobar el sobrero de José Cruz y el sexto era un
toro sin remate, con el esqueleto de un caballo, que se tapaba por la cara.
Sacó pañuelo verde durante la lidia del cuarto de la tarde debido a su
mansedumbre, hecho sin precedentes en nuestra plaza.
Suerte de varas. Nada reseñable,
tarde de trámite en el tercio de varas. Estos toros no se prestan.
Cuadrillas y otros. Destacaron
José Otero en el cuarto; Antonio Chacón pareando al sexto; y Roberto Martín,
“Jarocho”, con capote y banderillas, echó una tarde extraordinaria.
Apenas tres quintos de entrada en
plena feria, algo que tristemente viene siendo habitual.
La corrida de Las Ramblas deparó
una tarde para la posteridad en la Plaza de Madrid, un hito histórico del que
la afición que ama esta plaza, a buen seguro, no se sentirá orgullosa. Sucedió
en el cuarto acto, cuando salió del calabozo, como alma en pena, el toro Opaco, nº10, un castaño generoso de carnes,
que, ante las provocaciones de José Antonio Carretero y Ángel Otero, adoptaría
un comportamiento de pura estirpe bueyuna, espantándose y volviendo la cara
continuamente. David Mora, el espada encargado de despachar al bicho, parecía
mostrarse interesado, entiéndase la ironía, pero nunca tomó la resolución de ir
hacía el toro a buscarlo a los medios. La impaciencia del público comenzó a
aflorar y de ella se contagiaría el palco presidencial. La mansedumbre que
mostraba Opaco era de proporciones
siderales, tras unos cuantos minutos aún no había tomado la capa una sola vez.
Muchos pensábamos que asomaría el pañuelo blanco, saldrían los caballos y, como
tantas veces hemos visto, cuando Opaco
sintiera el hierro de la puya brotaría su verdadera condición. Pero no,
incomprensiblemente, lo que asomó fue el pañuelo verde y la correspondiente
bronca del respetable, a la que se sumaron muchos aficionados de sombra,
indignados ante tamaña tropelía.
¿Qué hizo que el señor Jesús
María Gómez Martín tomara tan sorprendente decisión? Todo parece indicar que se
trata una interpretación torticera del artículo 84 del Reglamento, que dice: “El Presidente podrá ordenar la devolución de
las reses que salgan al ruedo si resultasen ser manifiestamente inútiles para
la lidia, por padecer defectos
ostensibles o adoptar conductas que impidieren el normal desarrollo de ésta”.
Un texto que por costumbre siempre se ha entendido referido al comportamiento
motriz de los toros, siendo la costumbre una de las fuentes de las que emana la
ley, no digamos en la fiesta de los toros, cuya liturgia está repleta de gestos
basados en esto mismo, la costumbre y la tradición. La mansedumbre es una
condición más del toro, detentada, en mayor o menor medida, por la gran mayoría
de los ejemplares que se lidian. Bien es verdad que el caso de Opaco no es uno cualquiera. Ni los más
viejos del lugar recuerdan un bicho tan espantadizo. No obstante, para la
mansedumbre la lidia ofrece herramientas como la pericia de los lidiadores, la
puya y, en última instancia, las banderillas negras, antes banderillas de
fuego, descrédito de ganaderos. Y a quitarse el toro de en medio lo antes y más
decorosamente posible.
Opaco, nº 10, nacido en octubre de 2013, 601 kilos. ¡Devuelto por manso!
Esperamos que lo sucedido en esta
corrida no cree jurisprudencia entre los presidentes, en tal caso prescindiríamos
de una tesela más, como tantas que se fueron desprendiendo de ese inabarcable mosaico que es la tauromaquia, al que ya le van quedando pocos dibujos. Desterraríamos
tantas y tantas lidias caóticas de las que, en no pocos casos, acabó brotando
la emoción, ya sea en forma de poder y dominio, o en forma de toreo artístico (ambas al unísono supone el cénit). Recordemos el célebre caso del toro de
Cortijoliva en la goyesca del 96, con José Antonio Carretero, precisamente, y
José Miguel Arroyo, Joselito, como
protagonistas; o el hecho del toro Granizo,
de López Navarro, acaecido el 9 de marzo de 1880, saltando la barrera hasta en
19 ocasiones, más otros seis intentos infructuosos; como hacían tantos toros
por aquella época.
El resto de la corrida no fue tan
mala como se esperaba, dentro de la escasez de fuerzas y de casta que esperamos
en esta ganadería. El primer ejemplar, un chorreado en verdugo, atigrado, bajo
y gordinflón, manso en varas y poco voluntarioso en banderillas, fue un toro
corretón en la muleta que hacía hilo. David Mora se vio superado, toreando
perdiendo el terreno, no ganándolo, y solo le apuntamos una tanda de derechazos
cadenciosa al final de la faena, antes de mandarlo a hacer filetes de una
estocada arriba en los blandos.
El segundo del lote de David
Mora, tras el poco interés mostrado en que se lidiara el toro Opaco, como queda dicho, fue el primer
sobrero de la feria, de la ganadería de José Cruz. Se llamaba Cortés. De pelo negro, con el morrillo
estrecho y pintas anovilladas. Un toro huidizo durante la lidia al que Ángel
Otero le puso un grandísimo par en los medios de enorme compromiso, valorado y
muy celebrado por los aficionados. El de José Cruz sacó una embestida franca,
con sus dificultades y David Mora anduvo como de trámite, toreando por las
afueras, siendo desarmado y sin engarzar dos tandas seguidas de mérito. Una
vulgaridad con el correspondiente sainete a espadas.
Saleroso se llamaba el castaño que sorteó Juan del Álamo en primer
lugar. Un toro que pasa sin pena ni gloria por el equino de Domingo Siro, al
que Jarocho le dejaría dos grandes pares, el primero superior. De condición
dulzona, el de Las Ramblas fue un toro suavón y bonancible. Lo mejor de Del
Álamo fue un par de doblones de inicio por el lado izquierdo, luego practicó el
toreo de extrarradio a base de derechazos y, solo al final, vimos de nuevo la
calidad del toro por el pitón izquierdo. El quinto de la tarde, segundo para el
torero salmantino, fue un toro muy aparatoso, fuerte, que aparentaba seis años en
vez de cuatro y medio como publicaron en las reseñas. Le dieron tres buenos
trancazos en varas, entre el picador de turno y el que hacía puerta. No sabía
Del Álamo por dónde meterle mano en el inicio de faena y solo cuando el toro se
cansó pudo el torero empezar a ligar algunos muletazos, sacando dos tandas de
naturales aceptables, a las que no se prestó mucha atención a esas alturas de
faena. Anduvo solvente con los aceros.
José Garrido tuvo muy mala
fortuna con el lote. El tercero de la tarde fue un toro descastado y chochón;
el sexto un ejemplar alto, con poco remate y despampanante arboladura, geniudo,
cortando el viaje y tirando el hachazo, harto difícil para el toreo. En su
haber apuntamos una media verónica de categoría y algunos naturales de excelente
propuesta con el tercero de la tarde. Estuvo desastroso con la espada. Escaso
bagaje para un torero que apunta maneras, habrá más oportunidades en las que
poder resarcirse.