sábado, 16 de mayo de 2020

Centenario de la muerte de Gallito



Iré ampliando y editando esta entrada con el numeroso material que se viene publicando estos días. ¡Viva Joselito el Gallo!

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Porque no había toro que pudiera contigo ni existía ninguno ilidiable; porque hacías fácil lo difícil; porque dominabas todos los toros y todas las suertes; porque no hay vergüenza torera como la tuya; porque nunca se había toreado así hasta que tú llegaste; porque nadie ha puesto tanto riesgo en las suertes con la torería que tú lo hiciste; porque no habrá quien te iguale; porque eres y serás el Rey de los Toreros.

Dominguillos

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Boletín monográfico sobre Joselito publicado por la Asociación El Toro de Madrid



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Homenaje en los restos de la fachada de la Monumental de Sevilla.


16 de mayo de 2020


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Crónica de Gregorio Corrochano para ABC, testigo presencial de la fatal cogida


       Todo lo que ocurre me parece una pesadilla. Lo he visto y no lo creo. Me cuesta un esfuerzo horrible escribir: a Joselito le ha matado un toro. Pero es así, así ha ocurrido: a Joselito le ha matado un toro en Talavera de la Reina. Estoy bajo la terrible impresión de la tragedia. No quisiera ser el cronista a quien la fatalidad le reservó esta narración. Estoy entristecido y, sin embargo, tengo que escribir. Escribiré; sería mi sino: como el del pobre Joselito sería venir a morir aquí.
 
Lo que más me preocupa, lo que me obsesiona, es lo que hay de fatalidad en todo esto. Joselito, desde que supo que se organizaba una corrida en Talavera, no pensó nada más que en torearla. La Empresa no quiso traerle, porque esta plaza, de poca cabida, no admite presupuestos caros. Un íntimo amigo suyo tomó el negocio a base de Joselito, y quedó Joselito contratado en Talavera. Entonces surgieron más dificultades. La Empresa de Madrid le reclamaba para ese día, llegó a intervenir la Dirección de Seguridad, y anunció que no dejaría a Joselito salir de Madrid. Este se obstinó en venir; ofreció nuevas fechas, buscó combinaciones, dio toda clase de facilidades para el nuevo abono, a cambio del favor de que le dejaran venir a Talavera. Y vino, y murió casi en el ruedo, pues entró en la enfermería con un colapso, del que no volvió.

Le ha matado el toro quinto; se llamaba Bailador, era negro, tenía cinco años, era muy chico, era corto de pitones y pesaba sólo 260 kilos; pertenecía a la ganadería de la Viuda de Ortega, una cruza de Veragua y Santa Coloma.

La corrida se deslizaba alegre y animosa. Había un lleno imponente. Se le recibió a Gallito como reciben estos pueblos, con entusiasmo y gratitud; como se recibe al artista que hace el favor de ofrendarles su arte: dándose perfecta cuenta de su papel de favorecidos. Gallito brindó animoso, y aún recuerdo el brindis, que fue una evocación: «Brindo por el presidente, por su distinguido acompañamiento y por el pueblo de Talavera, adonde tenía muchas ganas de torear, porque esta plaza la inauguró mi padre, por cuya memoria brindo también».


CÓMO OCURRIÓ LA COGIDA

Salió el quinto toro, tan certero como suelen ser todos los toros cornicortos, y sin recargar, sin llegar apenas a los caballos, pues fue el menos bravo, mató tantos como varas tomó. Joselito me indicó con el gesto que el toro no le gustaba, yo le contesté que a mí tampoco me agradaba... Uno de tantos comentarios mudos como Joselito y yo hacíamos en las corridas. Más tarde le indiqué que el toro era burriciego, él me dijo que el toro había perdido la vista en los caballos. Y salió a matar. El toro se defendía y estaba bronco. José medio lo dominó con la muleta y el toro se fue a las tablas, cerca de mi barrera del 1. Oí perfectamente que le dijo al Cuco dos veces: «Quítate, Enrique, que está el toro contigo y por eso no toma la muleta». El Cuco se cambió de lugar. Joselito lo sacaba con pases de tirón, muy trabajosamente, pues el toro apenas le embestía. José, que estaba muy cerca, dándole con la muleta en la cara, se retiró, y entonces el toro, acaso porque le viera mejor por el defecto de la vista ya apuntado, se le arrancó fuerte y pronto, inesperadamente, en un momento en el que el torero no hacía nada, sino que se disponía a hacer. A José, a quién indudablemente, había sorprendido el toro, no le dio tiempo de nada, ni de darle salida ni de quitarse de allí, a pesar de sus facultades. No hizo más que adelantarse la muleta para taparle y parar el golpe. El toro le cogió de lleno, le enganchó por el muslo derecho, y en el aire le dio una cornada seca y certera en el bajo vientre, como las que había dado a los caballos. Cayó José mortalmente herido, se contrajo, y el toro le derrotó en el suelo pero no lo recogió.
 
Cuando le incorporaron me miró con cara de angustia, y me señaló con la mano la ingle, al mismo tiempo que se recogía los intestinos, que le asomaban. Al Cuco, que le llevaba a la enfermería, le dijo: «A Mascarell, que avisen a Mascarell». Y ya no hablo más, le dio el colapso.
 
Sus íntimos amigos Leandro Villar y Darío López salieron, sin perder un minuto, para Madrid en busca de los doctores Mascarell y Goyanes. Todo inútil. Apenas recorrerían unos minutos, ya su pobre amigo no tendría necesidad de la ciencia que iban a buscar. A Sánchez Mejías le ocultaron la gravedad, y lidió el sexto toro, vengativo, descompuesto, haciendo tantas y temerarias cosas, que ya temíamos por el segundo percance.
 
Mientras tanto, en la enfermería, los médicos Sanguino, Ortega, Muñoz, Luque, Pajares, y no sé si alguno más, cuidaban de reaccionarle con suero, cafeína, alcanfor...; nada, todo inútil porque el pobre torero no reaccionaba. Sólo hubo un momento de esperanza, en que movió los brazos, para caer nuevamente en el sopor, y cuando su cuñado, Sánchez Mejías, muerto el último toro, entraba corriendo en la enfermería ya alarmado por el rumor de la plaza y el ir y venir de la gente por el callejón, expiraba Joselito, de schot traumático.

Yo le he visto muerto, le he visto y no lo creo. He visto como le quitaban del cuello un retrato de su madre y una medalla de la Virgen de la Esperanza, deformada por un toro en San Sebastián. Me parecía dormido. No puedo creer que esté muerto quien unos minutos antes era la alegría de esta plaza y el sueño de todos las Empresas. Me parece mentira que haya muerto quién llegó hace unas horas conmigo, y al montar en la estación en un coche, como esos que van en Madrid con bodas a la Bombilla, empezó a cantar alegremente y fue hasta el hotel gritando como un chico: «Viva la novia». Me parece mentira, pero es la realidad, la trágica realidad: a Joselito le ha matado un toro y yo tengo que contarlo, que es otra dolorosa realidad. Porque lo terrible no es que a un torero le mate un toro, sino la manera, la forma, las circunstancias de este caso concreto. Con Joselito no ha muerto solamente un torero, sino la figura representativa del toreo, y quién sabe si la Fiesta misma.


Gregorio Corrochano


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Plaza de toros de Talavera de la Reina en la actualidad


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Artículo de Ángel Antonio Sánchez-Carrillejo para el Ateneo Orson Welles


El mismo cielo que a las seis y veinte de la tarde va a desplomarse amanece cerrado como una flor nocturna sobre Madrid y Petra, la misma Petra a la que tendrán que sujetar mañana para que no se desplome también al ver entrar por la puerta el cadáver de Joselito, ahora lo nota ausente tras dejarle una segunda infusión sobre la mesilla, y antes de retirarse, en un impulso, se gira y le dice: “no vaya, señorito”. ¿Habrá escuchado Joselito? Desvelado hace rato, dándole vueltas a la tarde anterior, a ese “ojalá te mate un toro en Talavera” que le había gritado uno del diez y eso sí lo había oído, porque todos los toreros escuchan lo que les vocean desde los tendidos pero a Gallito el amor propio le impide además olvidarlo enseguida. Se dice a sí mismo que si hubieran salido las sardinas de Albaserrada no se habrían caído tanto pero el público hubiera estado lo mismo, porque lo único que pasa es que se han cansado de Juan y él. Pero tanto da si ha escuchado a Petra o si anda todavía haciéndose cruces con lo que le gritaron la tarde anterior porque una voluntad superior no cede a la superstición. “No vaya” repite Petra, todavía sin acabar de irse, y ésta vez sí lo ha escuchado porque responde sin mirarla: “no tengo más remedio”. Los augurios son para los que ignoran que la muerte siempre es un burriciego que no falla, y Gallito esto ya lo tenía aprendido, cuando con veinte años explicaba a la prensa la grave cornada sufrida por su hermano en Algeciras, resumiendo que un toro ciego le había cogido “como le podía haber cogido un tranvía”. Desde la barrera había visto cómo el tranvía de la muerte pasaba al lado de Rafael aquella tarde pero El Divino Calvo, siempre haciéndose esperar, había preferido no subir. Pero lo que vale para Rafael no vale para José, porque él no acostumbra a hacerse esperar y además es de los que creen que nada hay más lejos de la muerte que el deseo y es su deseo torear por la tarde en Talavera.


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José Ramón Márquez en Salmonetes ya no nos quedan

II

Joselito Maravilla viene a Talavera tras sufrir la dureza de Madrid del día anterior. La insobornable dureza de la Plaza contra la sospecha del abuso, del acomodamiento, de la facilidad, del engaño. La actitud avizor y la exigencia suma de esta Plaza con el que todo lo tiene:

-Un día me voy a sentar en un pitón, dice Gallito.


III

José va a Talavera para congraciarse con el crítico don Gregorio Corrochano que le había retirado su apoyo. La corrida la organizan los primos del crítico, Venancio y David Ortega Corrochano. El ganado es de la señora viuda de Ortega, doña Josefa Corrochano, tía del crítico. Al fondo, el pleito con los Maestrantes sevillanos. Parece algo de hoy en día.



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JOSELITO EN 1920

 

Rafael Cabrera BonetPresidente de UBTE y director del Aula de Tauromaquia de la Universidad CEU San Pablo

 

       Cúmplanse este año los 100 redondos que marcan el centenario de la tragedia de Talavera. Inopinadamente, esa tarde desaparecía de los ruedos, de la vida, el más grande de los toreros de la historia, José Gómez Ortega, Joselito. El asombro y la estupefacción recorrieron España, primero, y luego el orbe taurómaco por completo. El héroe de tantas tardes, el diestro más alabado, ensalzado, temido u odiado por algunos, caía en la toledana plaza víctima de un toro. 

De un toro, además, de ganadería secundaria, de un Bailaor, de la Sra. viuda de Ortega, del que nadie hubiese previsto mayor complicación. Mezcla de sangres, al intento de unir el comportamiento espectacular en el primer tercio de las reses del duque de Veragua con la bravura duradera de las del conde de Santa Coloma. Bailaor y Ortega, dos palabras que marcaron la vida y la muerte de José: su madre Gabriela Ortega, bailaora, fallecida apenas un año y cuatro meses atrás, y este toro camino de unas prometedoras patas blancas. Sin duda fue el sino... 

1920 no fue sólo el año trágico, aunque es cierto que hubo cierto desencanto, cierto hastío y alguna pesadumbre. 1920 fue una temporada brillante para José, con triunfos por doquier salvo, quizá, menores en Madrid y Sevilla donde sus resultados no fueron como deseara. Gallito chico se veía constantemente apremiado, casi perseguido y acosado, por su propia fama, por la gloria de sus propias hazañas, porque los públicos, siempre inmisericordes, pretendían que cada tarde estuviera mejor, más completo, inconmensurable ante cualquier toro y en cualquier situación. Lo que para otros diestros hubiera sido de aplauso, en él se censuraba a veces porque querían ver más, y algunos, ciegos por la pasión belmontista, le negaban aun el pan y la sal.

A todos los grandes toreros, de casi cualquier época, les ha pasado otro tanto. Los aficionados de más edad aun recordaban lo que se reclamaba a Lagartijo y Frascuelo, lo que echó de los ruedos a Guerrita, los recientes desencantos de Ricardo Torres Bombita. 

Pero, con ello y todo, hubo muchísimas más alegrías que pesares. La de 1920 fue una temporada de sonados triunfos y recompensas, que comenzó, atípicamente, en tierras americanas, en Perú, en cuya plaza limeña de Acho actuó en el tránsito entre 1919 y el fatídico 20. Fueron hasta once los festejos de aquella temporada invernal, y de ellos seis desde enero, logrando triunfos notables y reconocimiento general a su labor. Volvería a España a continuación para comenzar la temporada nacional en Sevilla, el domingo de Resurrección. ¡Vaya cartel el de aquella tarde! José, Juan, el valiente Sánchez Mejías y el incomparable Chicuelo. Solamente el ganado desdijo de aquella ocasión, preparada para mayor gloria del arte del toreo. Y luego diecinueve corridas más; veinte festejos en total para redondear con la fecha en un arcano trágico. Sólo los aceros le distrajeron de un recorrido glorioso. Los cortes de oreja abundaron también este año: en Madrid una oreja en la Corrida de Beneficencia el 5 de abril; en Sevilla otra el 28 del mismo mes; en Barcelona dos orejas en la corrida del 6 de mayo en la Monumental; eso sólo en plazas de primera categoría; hubo vueltas al ruedo en muchas de estas apariciones en cosos de importancia, como las cuatro de Sevilla, o aquella de Madrid del 5 de mayo. En Murcia cortaría dos rabos, otro y cuatro orejas en Játiva, trofeos obtiene asimismo en Jerez, en Andújar, o en Écija. Su temporada se va desarrollando –con el paréntesis madrileño- entre muchas actuaciones memorables y alguna tarde de menor relieve. 

Y lo verdaderamente trascendente para la historia taurina, su toreo ya manifiesta la inequívoca transformación, puesta en marcha en campañas anteriores, hacia la posteridad. Cuando comenzó su carrera, sus modos y formas se adecuaban al toreo preliminar, si bien a unos niveles que, en conjunto, nadie había alcanzado en la historia del arte de Montes. Su toreo evoluciona en consonancia con los nuevos tiempos, sin perder la gracia, la elegancia, los adornos o la variedad de sus primeros años. El público exige ya una mayor quietud, más exposición del diestro, más colocación y más dominio sobre la fiera. Y busca, además, mayor belleza estética en todo cuanto se hace, más reposo, más temple y ligazón. En apenas una década se han transformado las apetencias del respetable a la luz del toreo épico de José y Juan. Algo que apenas diez años antes no se podría haber solicitado, ni aun intuido. 

José ha sido capaz de transformarlo y de transformarse, ya no sólo se cuentan los pases ceñidos o los lances capoteros ligados; se pondera, además, la exquisitez con que se realizan, la belleza y la estética en la figura del lidiador y en el vuelo de los engaños. Y con el toro de entonces, nada que ver con las pastueñas y boyantes reses de hogaño. 

Su toreo de capote se suaviza, se prolonga sobre sí mismo, se curva para recoger la embestida y ligarla de inmediato, ya no despide los toros con el mismo alzamiento de brazos que realizara en sus años iniciales, a lo más se rematan los lances a la altura del hombro, porque es preciso ligarlos. En las crónicas aparecen con frecuencia cinco o seis verónicas, dos de ellas superiores, excelsas, bellísimas, como puede suceder hoy en día. La variedad en quites y lances es prodigiosa, nadie como él domina tantas suertes, y aun los galleos, capote sobre los hombros, o el bú, son lances que pueden contemplarse bellamente ejecutados por Gallito chico. El propio Antonio Fuentes, el de la elegancia innata, diría de él que “Había perfeccionado la suerte [a la verónica] hasta marcar los tiempos de manera matemática y de un temple y suavidad exquisitos”. 

Prodigioso también en banderillas, aunque los más entendidos echaran en falta algunas de las gallardías de Fuentes, la maestría del Guerra o la elegancia y dominio del gran Lagartijo. Solamente le faltaba practicar más los pares de poder a poder, dando todas las ventajas al toro, aunque la reunión con el toro y la colocación, según el propio Fuentes, eran inigualables.

Pero donde su importancia cobra auténtica trascendencia es en la transformación del toreo de muleta. Antes los pases se contaban por unidades: Fulano dio quince pases entre naturales, de pecho y por la cara. Pero en esta década, José y Juan y a su sombra varios más, han transformado la concepción de la faena de muleta.

 Los lances se cuentan ya por tandas o series; se describe la sucesión de la faena, se habla –por ejemplo- de cinco naturales ligados, o se comentan los tres pases de rodillas seguidos de cuatro con la derecha y tres al natural, rematados con un molinete y uno de pecho. José torea ligado y en redondo tantas tardes... Ya no despide al animal en cada muletazo, se remata el lance según el canon clásico –ahora sí hecho efectivo- para intentar ligarlo con el siguiente, y por ende, dejando al toro colocado a la espalda del lidiador. José, en esto, es el verdadero revolucionario, el diestro que empieza a comprender la necesidad de ligar y de llevar al toro en redondo, el primero también que lo ejecute con la necesaria continuidad y brillantez. Fíjense lo que de él dice Enrique Vargas Minuto: “...hoy no me encuentra usted un torero de más bonita figura, que más le diera el parón y que más cerca le pasaran los toros”, y “Empieza usted por el pase natural, esos los daba por series; se liaba a dar vueltas con el toro y lo mareaba”. Ligazón y toreo en redondo, con aquellos toros y en aquella época, algo que no había hecho nadie antes con la regularidad precisa. 

Manejó el acero con cierta desenvoltura, y aunque sus estocadas pecaron de caídas en muchas ocasiones; alcanzó a matar con seguridad y con un tranquillo que hoy no nos resulta extraño: el salto a la hora del embroque para superar el pitón derecho de la res. 

Todo, inexorablemente, se fue cumpliendo para la consagración del mito. Un torero singular, único, revolucionario, con un dominio tal de toros y lances como hasta entonces no se había conocido, un diestro alegre en las formas, trascendente en el fondo, que no rehuía los alardes temerarios de valor –de ahí que abundara en el toreo genuflexo y el agarre de pitones de aquellas reses, en desplantes constantes, en alardes mirando al tendido-, que era un prodigio banderilleando –especialmente al quiebro-, y que poseía un enorme repertorio tanto con el percal como con la franela. 

De ahí que la sorpresa de su muerte fuese superlativa y que algunos concibieran negros presagios para al arte de la tauromaquia. Pero al morir José en Talavera se convertirá en auténtico héroe y se le elevará a los altares del rito taurómaco. Héroe, mito, leyenda, siempre con una base de realidad palpable, fundada, fundamentada, pero al que la muerte envuelve en un aura luminosa y eterna que lo ensalza y realza por encima del común de los mortales. Joselito así, vive para siempre.


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Dibujos de Enrique Martín.


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