lunes, 28 de enero de 2013

Cuando no había tapadera

Deseando despedirse dignamente del público de esta Corte, que tanto les ha distinguido, los aplaudidos espadas Lagartijo y Frascuelo, y de acuerdo con la empresa, dispuesta siempre a proporcionar al público todo género de novedades, han convenido, guiados sólo por su afición y su constante deseo de agradar al público, en lididar los días 3 y 10 de noviembre dos corridas extraordinarias matando en la del día 3 los seis toros Rafael Molina Lagartijo y en la del día 10 los seis toros Salvador Sánchez Frascuelo, y presenciando la función el que no trabaje desde un palco de la plaza, dispuesto a reemplazar a su compañero en caso desgraciado.
Exigiendo la índole de estas corridas toda la posible igualdad en las condiciones del ganado, los doce toros que han de correrse en ambas funciones, serán de la misma ganadería.
Las cuadrillas de picadores y banderilleros trabajarán unidas las dos tardes.
La empresa, por su parte, ha acordado, en obsequio y atención a las especiales circunstancias de estas corridas, una rebaja de precios.
 
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Es lo que rezaban los carteles que inundaban Madrid allá por el año 1872. Aquellos aficionados no tenían a la mejor empresa taurina de la historia (sic), pero se encontraban, para culminar la temporada, con que los dos mejores espadas se encerraban con seis toros en sincera competencia, allá por el mes de noviembre (!!). Debe ser que en el siglo XIX aún no se había inventado el frío y no era necesario una cubierta insalubre para proteger a los aficinados de las terribles inclemencias que, como todos sabemos, suele soportar Madrid en el mes de abril. Estos empresarios de la prehistoria, como diría el señor Choperita, todavía se permitían el lujo de hacer rebaja en el precio de las localidades. Cómo eran los antiguos.

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Lean a Rafael Cabrera y José Ramón Márquez sobre el atentado perpretado vilmente a la Plaza de Madrid por políticos y taurinos, cuya onda expansiva puede que nos alcance en los rigores de la primavera, despojando al rito de uno de sus elementos: el cielo; testigo secular de la batalla librada por hombre y toro sobre la arena del coso, confiriendo solemnidad al espectáculo. 
Se recomienda también el gran artículo que El Entendío ha escrito sobre este tema.


 
¡Adiós, Madrid!
 

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