El sábado, en la jornada vespertina, vimos una corrida de toros de Hijos de don Celestino Cuadri con algunos ejemplares monumentales, de ovación en cualquier plaza de primerísima categoría, como los sorteados en primer, cuarto, quinto y sexto lugar. De escaso juego, mansos en varas, con la fuerza justa y descastados en la muleta. Salvaron el honor de la divisa el quinto, Pantanoso, que dio muchas opciones en redondo, y sexto, único del encierro que soportó tres puyazos y embistió con pujanza por ambos lados: Goyesco.
Los toreros. No cabe duda que no tuvo el mejor lote, no obstante, por mucho que me duela, hay que decir que da pena ver el estado de Uceda Leal en los últimos tiempos: inhibido, taciturno, sin recursos, medroso y superado por sus oponentes. Y es que nada queda del torero de corte clásico, puro, poderoso y excelente matador que no hace mucho conocíamos. Ha llegado el momento de pararse a recapacitar.
Robleño sin embargo es el ídolo local, máxima autoridad en Céret. Por la mañana fue homenajeado, descubriéndose una placa en la fachada del coso en recuerdo a la gesta -esta sí, de verdadero mérito- de matar seis pavorosos ejemplares de Escolar con total solvencia, dominando a todos ellos y en algún caso toreando como el mejor de los toreros de arte. Por la tarde y más aún con los escolares en la jornada dominical, no dejó en mal lugar a sus partidarios, es decir, a todos los aficionados ceretanos, por mucho que algún aficionado iconoclasta todavía niegue la mayor. Falló a espadas pero dio una gran tarde de toros.
Joselillo, para pulir sus cualidades y hacerse con un hueco en el escalafón necesita torear más, máxime con el ganado al que se enfrenta. Matar toros de verdad y quedar bien con la afición es tarea harto complicada si sólo se torean cinco tardes por temporada, como es el caso del torero castellano.
Fernando Robleño, héroe local, agasajado al romper el paseillo.
No tuvo posibilidad alguna Uceda Leal con este Misterioso, ni por la vía de la épica, y menos aún por la de la estética. Bien toreado a caballo por Pedro Iturralde, se desentendió de la pelea en varas. Y bien lidiado por Juan Manuel Molina, llegó al tercio de muleta flojo y muy quedado, tanto es así que se echó a principio de faena. Poco que hacer con él. Uceda Leal se lo quitó de en medio de una gran estocada, no merecía tanto.
El segundo, de nombre Mandadero, fue recibido por Robleño con un gran toreo de capa, consiguiendo parar al animal, cosa de mucho mérito en un ruedo tan pequeño. Le permitió gustarse con la franela toreando de uno en uno, tratándolo con mucho temple. La bravura del bicho no daba para más, como ya adelantó en varas, esperando a que el piquero le provocara a corta distancia, nunca tuvo ansia de repetir las embestidas. Dos pinchazos y un bajonazo estropearon su labor, dejando al público disgustado.
Aquí vemos a Formal, el primero del lote de Joselillo. Rajado en varas, perdió las manos más de una vez a lo largo de la lidia y fue noble y humillador para la muleta. Joselillo empezó bien pero al final emborronó todo pasándose de faena y dando un mitin con la espada. Toro mediano, con posibilidades en la muleta.
Salero, el cinqueño jugado en cuarto turno era un pavo. Cangrejeó en el caballo y fue pésimamente lidiado por los peones. Orientado y con la cara alta en la muleta, Uceda Leal no tuvo ninguna intención de someterlo y pasó un quinario para conseguir tumbar a tan imponente animal.
Pantanoso, a pesar de su tremendo volumen y de las bastas hechuras del toro de Cuadri, fue un toro de bella lámina. Además, un buen toro, gracias, todo hay que decirlo, al coleta que le tocó en suerte. En varas completó una pelea regular, siendo bien tratado por la cuadrilla, tuvo un comportamiento franco en la muleta, con poco recorrido. Robleño lo fue haciendo poco a poco hasta lograr dos tandas de derechazos desmayados que caldearon el ambiente. La naturalidad, la altanería del torero pasándose ese tren de mercancías producían una maravillosa estampa; carteles de toros. Nuevamente se estropeó todo a espadas y Robleño no consiguió rematar la faena como se merecía.
El toro de la tarde fue Goyesco. Tito Sandoval le dio tres varas midiendo el castigo. A la muerte llegó con pies, embistiendo con brío por ambos pitones, mejor por el lado natural. Joselillo realizó una faena acelerada y movida, soportando las acometidas de Goyesco como buenamente podía, desconociendo adónde quería llegar, al menos, esa fue la sensación que transmitió. Pinchazo y estocada de la que salió volteado, aparentemente sin lesiones graves. Dio una vuelta al ruedo, en compensación al esfuerzo puesto en liza.
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