Terminaba el miniciclo francés con la corrida de José Escolar, triunfadora en Céret los dos o tres últimos años. Los días previos al festejo, se habló mucho de la presencia del encierro, la corrida se exhibía en los corrales de la plaza y, claramente, se veían dos o tres sardinillas. Los rumores decían que vino un camión a última hora con un par de toros, los cuales tampoco convencieron a la exigente afición francesa. Todo apunta a que el ganadero ya había exprimido la cabeza de camada en todas esas plazas de España y Francia donde había lidiado anteriormente, y es que los toros abulenses de José Escolar son muy demandados por los aficionados de todo el orbe taurino, ansiosos por ver la autenticidad del toro de siempre, ese que legitima y da sentido a este tinglado que llamamos Fiesta de los Toros.
Finalmente se confirmaron las sospechas y vimos un encierro desigual, los tres primeros justos, muy justos, el resto cuajados, serios, eso sí, sin mucho desarrollo de armas. El primero llevaba una cornada en la paletilla izquierda y fue devuelto, así como el sexto, que blandeó de salida, aunque Matías -que también presidió esta corrida- se apresuró con el pañuelo verde y debió esperar a ver cómo evolucionaba. El primer sobrero fue de Escolar y el segundo de Fidel San Román (antes de este último fue devuelto otro por inválido, también de Fidel San Román).
Los toros de José Escolar, al contrario de lo que sucede con otras divisas que admiten todo tipo de terrenos, lidias, enganchones y marrullerías varias... aprenden, desarrollan sentido y se ponen ásperos cuando los de a pie no hacen las cosas como conviene, es decir, son toros en el más puro sentido de la palabra. Fernando Robleño mata toda la camada de Escolar y lo sabe mejor que nadie, su cuadrilla está prevenida, sabe lidiar, y él sabe hacerlos, consentirlos y exprimir todo lo que llevan dentro. Salió triunfador cortando una oreja del cuarto tras una faena de muchos quilates.
No sucedió así con Fernando Cruz, él y su cuadrilla llenaron el ruedo de pánico y anduvo a la deriva toda la tarde. El torero madrileño aún no ha recuperado el sitio que le quitó un toro de Gavira.
Rubén Pinar se limitó a hacer lo mismo que en una plaza de pueblo de su tierra allá en La Mancha, esto es, pedir el cambio en varas rápidamente, prolongar las faenas de muleta hasta el infinito y salir a saludar o dar la vuelta al ruedo a la que se oye el zumbido de una mosca.
El primero bis, un toro ligero y cornicorto de nombre Capitán, tomó tres varas con casta de Juan Alfonso Doblado, arrancándose al galope antes de escarbar y olisquear la arena. Robleño lo había parado en el saludo capotero, lo colocó bien en varas y cuajó una faena inteligente por el derecho, sacando muletazos de mucho mérito. Capitán se creció en la muleta, cazaba moscas por el izquierdo y se revolvía como un gato en los remates de pecho, así que Robleño jugó muy bien las bazas que le quedaban, quitándoselo de en medio de una estocada corta y una gran estocada rinconera. Palmas para ambos.
El segundo, Castellano II, sin hacer un mal gesto en toda la lidia, sembró el pánico en el ruedo y recibió tres puyazos de muerte, con un tres en uno en el primero y una carioca en el segundo encuentro por parte de Rafael Saúco. La cuadrilla pareó mal y a toda prisa, y Fernando Cruz no hizo más que pajarear antes de tumbarlo de un bajonazo precedido de un pinchazo. Aplausos para el toro.
El tercero estaba haciendo una buena pelea en los dos primeros puyazos que cogió de Agustín Moreno, quien hizo muy bien la suerte, pero incomprensiblemente Rubén Pinar pidió el cambió y Matías lo concedió. Se protestó por ello, y Rubén Pinar hizo una faena vulgar basada en la nobleza del pitón derecho del toro. Pinchó y dejó una estocada en la cruz. Aplausos para el toro y vuelta al ruedo para Pinar sin que nadie la pidiera.
Camorrista fue un señor toro, muy serio de hechuras y juego, sin duda uno de los toros de la feria. Tan solo entró dos veces en la jurisdicción del picador, siendo castigado muy trasero y sacado por las cuadrillas rápidamente, con buen criterio. Aquí también echamos en falta, al menos, un tercer puyazo que esclareciera la verdadera bravura de Camorrista. Se le dio buen trato en banderillas y Ecijano II saludó una ovación. El toro presentaba todas las complicaciones del encaste en la muleta, si bien era agradecido en la sabia muleta de Robleño, que estaba haciendo una faena brillante hasta que se echó la muleta a la mano izquierda por segunda vez, cuando parecía que no lo iba a intentar más, después de una tanda al natural en la que el toro protestó muchísimo. Fue en ese momento cuando vimos los mejores lances del fin de semana, nadie en la plaza lo esperaba, Robleño se acercó al toro y pegó cuatro o cinco naturales tremendos, soberbios, de esos que permanecen indelebles en la memoria del aficionado. Fue como una alucinación: naturalidad, verticalidad, medio pecho, compás abierto, pata alante, bragueta y mano baja. Los tendidos se llenaron de emoción y sonrisas; el toreo. Media estocada en la yema entrando derecho y un golpe de descabello le valieron con creces una oreja. Camorrista fue ovacionado y Robleño paseó la oreja entre vítores, demostrando una vez más porqué es el ídolo en una plaza tan seria y exigente como Céret.
El segundo de Fernando Cruz fue otro toro maltratado en varas con dos cariocas, ante la pasividad del matador, quien se confió después de unos templados muletazos de inicio y sufrió un revolcón en la primera tanda, aparentemente sin consecuencias graves. Después pudo dejar dos tandas de derechazos aseadas, pasaportándolo de un pinchazo y media en buen sitio. Cuidadoso quedó inédito.
En la foto superior vemos el toro de Escolar devuelto por su presunta invalidez, de nombre Corredor II. Finalmente se lidió el ejemplar que vemos sobre estas líneas, un toro voluminoso de Fidel San Román, feo de cara. Cumplió en tres encuentros con la caballería y no paró de embestir en la muleta de Rubén Pinar, por ambos lados. La faena no caló en los tendidos, seguramente por el estilo anodino y periférico del diestro. Estocada en buen sitio y saludos, nuevamente por su cuenta, con ademán de vuelta al ruedo que no llegó a producirse.
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