Por segundo año consecutivo, después de aquella corrida tan brava del 2013, Juan Luis Fraile volvía a Cenicientos. Merecía un coso de mayor rango pero al menos volvió donde triunfó, que no es poco tal y como se las gasta el mundo del toro. El encierro ha sido una escalera, desigual de lámina, y ha ofrecido un juego variado, siempre con el denominador común de la casta, la acometividad, el poderío, la viveza, el sentido, la nobleza a pesar de todas la perrerías y las lidias desastrosas que se hicieron -con algunas honrosas excepciones- y la dureza a la hora de morir. En resumidas cuentas: lo que viene siendo el toro de lidia.
Todos dieron juego en mayor o menor medida y quisieron caballos, quitando el cuarto que quedó inválido, blandurrón, quién sabe si por condición intrínseca o por la lidia y el puyazo asesino que le dio el picador, recargando en el morrillo del animal con alevosas intenciones. Y es que la corrida tuvo un punto que originaba desazón: El Toro, el Señor Toro del Valle del Tiétar; los aficionados de sombra, del pueblo, de serranía, de todos los puntos de la Región, de diferentes lugares de España e incluso de Francia, serios, circunspectos; el sol con su bulla y sus charangas; la banda de música y el pasodoble taurino. Sumémosle unas cuadrillas y unos matadores como sacados de una película de la posguerra, lívidos, sin saber dónde meterse y qué hacer con aquellos animales, llenos de furia, y nos da como resultado un ambiente esperpéntico. Esas fueron las primeras sensaciones observando cómo banderilleaban al primero aceleradamente, pasando el falso una y otra vez, sin que las cuadrillas se percataran que el caballo de picar que tenían delante de sus narices aún no había salido del redondel y sin que nadie en el ruedo encontrara soluciones a este desatino. Una vez acostumbrado a este clímax de fiesta nacional en las profundidades de esta piel de toro llamada España, me fui centrando en la corrida.
Es el primero, Jaquetón, ¡qué gran nombre para un toro! De salida ya se comió al matador, como a sus compañeros de terna, pues todos ellos soltaron el capote de salida y salieron de najas. Así es como daba comienzo la lidia de cada toro. Este en concreto recibió los puyazos mejor señalados de la corrida, en el hoyo, eso sí, al relance. El tercio de varas no ha existido en toda la corrida, tercio de desangrar es como apropiadamente hay que denominarlo. Imposible calibrar de este modo la verdadera bravura de los toros. La faena fue a base de latigazos, tirones y mucho espacio entre toro y torero. A mi me pareció un buen toro pero, con semejante lidia, ¡vaya usted a saber!
Se me olvidaba: observen el detalle del mono. Por lo visto no es suficiente con que metan los toros debajo del peto, con que el picador monte una mole como un elefante, protegido con material antimisiles, ahora, como novedad, se auxilian en todo momento de un mono que amarra las riendas, da golpes con la vara en el hueco del estribo y sujeta y dirige ese gigantesco conjunto que son caballo y picador. Ya basta de adulteraciones.
Rondino, el segundo. Recibió un señor puyazo trasero en el tercio de desangrar. Decenas de pasadas sembraron el ruedo de banderillas y, como ven, dos capotes ofreciéndose simultáneamente, incumpliendo una de las máximas de la lidia. No pareció gran cosa en la muleta, cualquiera sabe...
Cuando mis pensamientos empezaban a divagar sobre la cuestión del toro ilidiable que un servidor ya empezaba a barajar, apareció Raúl Cervantes en el ruedo para desmontar el discurso de los villasusos de turno, la estupidez más gorda que dicen los del mundillo: el toro que no tiene lidia. A este Rondero que hacía tercero le pegaron un puyazo largo en el que empujó codicioso, saliendo como una locomotora, y otro al relance, sin colocarlo en suerte. Embestía con pujanza, pero eso no fue ningún problema para Cervantes, sino todo lo contrario, deleitando al personal con una lujosa lidia, cada capotazo jaleado por los aficionados, así que la cuadrilla tuvo que desmonterarse. José Manuel Mas le pego dos o tres tandas cadenciosas, de más a menos, y al final parece que Rondero se aburrió e hizo ademán de rajarse. Estocada tendida y oreja. Buen toro.
Ahí ven a Caño, que despúes del tercio de desangrar y el espectáculo cómico-taurino en banderillas quedó blando y parado en la muleta.
El quinto dio un gran espectáculo en el caballo, derribó en el primer encuentro y recibió otros tres o cuatro puyazos sin ningún orden ni concierto. Rondero, qué gran toro. Esta vez andaron ligeros en banderillas y a pesar de la sangría en el caballo el animal siguió embistiendo unas cuantas series en la incapaz muleta del matador. Un toro guapo y serio, aunque tenía un bulto en la axila izquierda que hubiera impedido su lidia en plaza de categoría.
Ahí está Cardillero cerrando el encierro. Un toro grande, muy rematado. Recibió dos puyazos verdaderamente asesinos en el tercio de desangrar, el picador barreno y recargó hasta la saciedad. Aún así embistió codicioso y con nobleza en la muleta de Mas, permitiéndole redondear varias tandas. El más puesto de la terna con diferencia. Un pinchazo y una estocada entrando en la rectitud, oreja. Y ovación para Cardillero, un toro de primera.
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