viernes, 25 de julio de 2014

Los toros, ¿espectáculo democrático?

  Aunque la crítica taurina está sujeta a las normas generales de toda crítica (conocimiento, neutralidad y capacidad de comunicación) tiene su especificidad, su propio perfil. La materia sobre la que discurre es un acto fugaz e irrepetible; no queda constancia de él salvo en el congelamiento de una fotografía o en un recuerdo deformado y borroso. Y si la fotografía es testimonio muerto, el recuerdo es una pasión imperfecta. Esta naturaleza súbita e imprevisible del acto creador se corresponde con la condición cambiante e individualista del espectador. Todo aficionado se considera depositario del secreto y expresa un juicio inapelable. De ahí surge la extraña convicción de que las plazas de toros son el ágora ateniense, templos de la democracia. Afirmar que la relación entre aficionados y corrida es genuinamente democrática es inexacto. La supuesta soberanía del público nace de la presunción sancionadora que los espectadores otorgan a sus ovaciones y silbidos. Pero estas sanciones carecen de la verdadera sustancia democrática, que es la capacidad para modificar el desarrollo y organización de los acontecimientos, en este caso de las corrida de toros. 

Javier Villán;  Antología de La crítica taurina.

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  Recordé ayer este texto cuando a Miguel Ángel Perera le pusieron la alcachofa del Plus en la boca en la Plaza de Santander y, una vez más, arremetió contra el presidente por no conceder la segunda pelúa que el público pidió, amparándose en la supuesto carácter democrático del espectáculo. Es muy recurrente que en estos casos se les llene la boca a toreros y taurinos con la dichosa democracia taurina. Poco les falta para reivindicar el espíritu del 15M. Sin embargo, cuando reciben una bronca demonizan al público con toda clase de calificativos despectivos, e incluso, ciertos periodistas reivindican el espíritu tan democrático del paredón para acabar a tiros con esos aficionados que protestan. Parece ser que esto de la democracia en los toros va por barrios.

  Volviendo a las palabras de Villán, me pregunto qué capacidad soberana tiene el público de toros en España, qué poder intervencionista hay, al margen de aplaudir todo lo que suceda en el ruedo y agitar el pañuelo cada vez que el de negro cae patas arriba. ¿Acaso es el público el que pide que este torero se enfrente a aquel y dejen de lado al gallito de turno, o que vayan siempre anunciados con la ganadería de mengano? ¿Es el espíritu democrático de la afición de Sevilla el que decide quedarse sin ver a cinco toreros de las llamadas figuras? ¿Las ganaderías condenadas al ostracismo, lo fueron por expreso deseo del público? ¿Responde al carácter democrático de la tauromaquia que Juli pasee una oreja regalada en Madrid ante las protestas de una clara mayoría de espectadores? ¿Ha elegido el público soberano prescindir del tercio de varas; y el torillo insignificante que vimos ayer en la corrida de Garcigrande? ¿De verdad hemos demandado que haya empresarios-apoderados-ganaderos, o toreros-ganaderos-empresarios? ¿Es la democracia la que pide que todavía hoy, en pleno siglo XXI, se sigan viendo toros con claros síntomas de afeitado? ¿Los democráticos espectadores de Las Ventas prefieren tener una carpa-bar o una discoteca en las galerías de la plaza antes que ver las corridas en El Batán? Etcétera.

  Donde unos ven democracia otros vemos dictadura. Y a Perera una recomendación: léase el Reglamento, la democracia tiene unas reglas.

Golpe de estado a la democracia en Santander

1 comentario:

Xavier González Fisher dijo...

Pedro: Sin recordar las palabras de Javier Villán me preguntaba yo algo similar ayer cuando escuchaba la diatriba de Perera.

Es contradictorio que cuando las cosas no le salen a los toreros "a pedir de boca", apelen al argumento de autoridad que representa la soberanía popular, pero, cuando se trata de los actos previos a cualquier festejo (contratos, toros, fechas, alternantes y otras "minucias"), repelen ese mismo argumento, aduciendo que ellos son "los profesionales, los que saben de esto" y que nosotros, los que pagamos por verlos, no tenemos ni voz, ni voto en el asunto.

Vaya "democracia" a la que apelan, reducida a la del papel de meros palmeros de sus desfiguros, porque no encuentro otro vocablo en el diccionario para definir lo que hacen en esos ruedos de Dios y que exigen se les premie como si fueran verdaderas hazañas.

Enhorabuena por la reflexión.