CAPÍTULO LVIII (2ª parte)
Que trata de cómo menudearon sobre
don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras
Y con gran furia y muestras de enojo se levantó de la silla,
dejando admirados a los circunstantes, haciéndoles dudar si le podían tener por
loco o por cuerdo. Finalmente, habiéndole persuadido que no se pusiese en tal
demanda, que ellos daban por bien conocida su agradecida voluntad y que no eran
menester nuevas demostraciones para conocer su ánimo valeroso, pues bastaban
las que en la historia de sus hechos se referían, con todo esto, salió don
Quijote con su intención, y puesto sobre Rocinante, embrazando su escudo y
tomando su lanza, se puso en la mitad de un real camino que no lejos del verde
prado estaba. Siguióle Sancho sobre su rucio, con toda la gente del pastoral
rebaño, deseosos de ver en qué paraba su arrogante y nunca visto ofrecimiento.
Puesto, pues, don Quijote en mitad del camino, como se ha
dicho, hirió el aire con semejantes palabras:
CAPÍTULO LVIII (2ª parte)
Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras
—¡Oh vosotros, pasajeros y viandantes, caballeros, escuderos,
gente de a pie y de a caballo que por este camino pasáis o habéis de pasar en
estos dos días siguientes! Sabed que don Quijote de la Mancha, caballero
andante, está aquí puesto para defender que a todas las hermosuras y cortesías
del mundo exceden las que se encierran en las ninfas habitadoras destos prados
y bosques, dejando a un lado a la señora de mi alma Dulcinea del Toboso. Por
eso, el que fuere de parecer contrario acuda, que aquí le espero.
Dos veces repitió estas mismas razones y dos veces no fueron
oídas de ningún aventurero; pero la suerte, que sus cosas iba encaminando de
mejor en mejor, ordenó que de allí a poco se descubriese por el camino
muchedumbre de hombres de a caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos,
caminando todos apiñados, de tropel y a gran priesa. No los hubieron bien visto los
que con don Quijote estaban, cuando volviendo las espaldas se
apartaron bien lejos del camino, porque conocieron que si esperaban les podía
suceder algún peligro: sólo don Quijote, con intrépido corazón, se estuvo
quedo, y Sancho Panza se escudó con las ancas de Rocinante.
Gustave Doré (1832 - 1883), ilustraciones para El Quijote |
Llegó el tropel de los lanceros, y uno dellos que venía más
delante a grandes voces comenzó a decir a don Quijote:
—¡Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán
pedazos estos toros!
—¡Ea, canalla —respondió don Quijote—, para mí no hay toros
que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas!
Confesad, malandrines, así, a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he
publicado; si no, conmigo sois en batalla.
No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote le
tuvo de desviarse, aunque quisiera, y, así, el tropel de los toros bravos y el
de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a
encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron
sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos
en tierra, echándole a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho,
espantado don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico Rocinante, pero en
fin se levantaron todos, y don Quijote a gran priesa, tropezando aquí y cayendo
allí, comenzó a correr tras la vacada, diciendo a voces:
—¡Deteneos y esperad, canalla malandrina, que un solo
caballero os espera, el cual no tiene condición ni es de parecer de los que
dicen que al enemigo que huye, hacerle la puente de plata!
Pero no por eso se detuvieron los apresurados corredores, ni
hicieron más caso de sus amenazas que de las nubes de antaño. Detúvole el
cansancio a don Quijote, y, más enojado que vengado, se sentó en el
camino, esperando a que Sancho, Rocinante y el rucio llegasen. Llegaron,
volvieron a subir amo y mozo, y sin volver a despedirse de la Arcadia fingida o
contrahecha, y con más vergüenza que gusto, siguieron su camino.
José Segrelles (1885 - 1969), ilustraciones para El Quijote |
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Es curioso cómo en tiempos ya históricos, el toro se crió asociado a las cuencas de los ríos principales y a algunos de sus afluentes, y también a ciertas serranías. Los límites de la crianza del toro han sido Duero y Ebro hacia el Norte, Tajo en el Centro y Guadiana y Guadalquivir en el Sur...
En los siglos en que el toreo caballeresco predominaba, solíase mencionar la procedencia del ganado bravo adscribiéndolo a un lugar geográfico, hidrográfico más bien, toda vez que a los nombres de ciertos ríos se asociaba la bravura y la acometividad de los ejemplares que en sus riberas se criaban.
Para la entrada en Madrid de la Reina Margarita, esposa de Felipe III, en el mes de octubre de 1599, mandó el concejo de la Villa se compraran cuarenta toros "procurando sean muy buenos, así de los que suelen traer otras veces de Zamora como los de la ribera del Jarama".
Jarama tuvo, en efecto, gran predicamento entre los buenos aficionados. Y los caballeros alanceadores y rejoneadores los preferían. En Madrid, por su cercanía se lidiaban muchos jarameños.
Nuestros literatos citan con frecuencia esos lugares geográficos e hidrográficos en sus escritos.
[Francisco López Izquierdo; Historia del toro de lidia (De la Prehistoria a nuestros días); edición Agualarga; página 91]
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