Madrid, 30 de junio de 1963. En la Plaza de Toros de Las Ventas se corrieron toros de Núñez Hermanos para la confirmación de alternativa de Antonio Medina, en presencia de Curro Romero y ejerciendo de padrino Antonio Bienvenida.
A continuación algunos retazos y fotografías que publicó la revista El Ruedo sobre esta tarde histórica, (lo pies de foto son de mi cosecha).
Esta ha sido la semana de don Antonio Bienvenida.
Con veintiún años de alternativa sobre los hombros y cuarenta y uno de vida sobre las espaldas; con una docena de cornadas duras sobre el cuerpo y una familia sobre la conciencia, don Antonio -y nadie le birle el don- ha puesto una pica en Flandes. Ha mantenido en vilo durante sus dos faenas a la primera afición del mundo.
La gente joven, que, afortunadamente, vuelve a ocupar los tendidos, hastiada de fútbol, vio por vez primera el pasado domingo eso tan aparentemente sencillo que es torear.
Don Antonio dirigió la lidia de sus toros y de los toros de los demás; colocó las reses ante los caballos y no junto a los caballos o debajo de los caballos; hizo del quite lo que es: recurso de S.O.S. o respiro para una congestión del cornúpeta; clavó banderillas por la derecha y por la izquierda, al cuarteo y al quiebro, en los medios y en las tablas, trasteó con gracia, macheteó con donaire, intercaló alegrías -siempre serenas, medidas, sobrias-, e hizo, sin enhebrar monotonías, algo mejor que las series: la inconsútil unidad de la armonía.
Con todo merecimiento, allá se fue a hombros del pueblo por la puerta grande, calle de Alcalá adelante.
Obsérvese los ojos del caballo y cómo es posible cumplir con las condiciones indicadas en el Reglamento |
Obsérvese los pies de don Antonio, queda demostrado que se pueden clavar banderillas sin necesidad de pegar brincos |
Era plenamente consciente en el tendido de que asistía a un solemne acto de contrarreforma, a un Trento taurino. Me sentí testigo histórico. Todos los jóvenes nos sentimos testigos históricos.
En mi cuaderno de notas nada anoté sino estas preguntas ateridas de pasmo: "¿Qué es esto? ¿Qué me sucede? ¿Por qué he aplaudido antes de ahora?"
Un caballero atildado, pulquérrimo, no miraba al ruedo. Me miraba a los ojos y a las manos con escrutadora impertinencia, con descaro inquisititivo.
- ¿Acaso no le emociona don Antonio?
Y con la sonrisa blanda de la beatitud me contestó:
- Me emociona más su emoción de usted. Me emocionan esos tendidos convertidos. Ustedes, los mozos, acaban de probar el vino añejo y estoy seguro de que no volverán a confundirlo con el peleón. Creo que no volveré más a la Plaza. He esperado mucho este momento y he sufrido mucho hasta vivirlo. Ahora la tradición está asegurada.
De aquí y de allá, terminada la corrida, saltaban costaleros voluntarios. Iban a izarlo con el fervor procesional de los abriles.
Entonces ocurrió algo que tío Ernesto no se hubiera atrevido a imaginar para "Fiesta". Un obrerillo joven, despechugado, encendido del sol de los andamios, clavó su rodilla en tierra, tomó reverente la diestra de don Antonio y se la besó con unción casi sacra.
Solo le dijo:
- Gracias.
Y a nadie pareció ridícula la escena.
Obsérvese las condiciones en las que sale a hombros el maestro y compárese con las puertas grandes que vemos hoy en ese botellódromo que llaman San Isidro |
La gente que llenaba la Plaza, al salir, salía como chico con zapatos nuevos. Y allí nada nuevo había ocurrido. Solo habían pasado dos cosas ya muy viejas, aunque no frecuentes: EL TOREO Y UN TORERO.
Antonio Bienvenida ha demostrado que para torear bien solo es necesario esto: maestría. Con dos toros distintos, dos faenas distintas. Faenas distintas, precisas, completas, de principio a fin. Desde la salida de los dos toros hasta la hora de matar, todo perfecto. Con la capa, maravillas. Con las banderillas, elegancia. Con la muleta, bordados. Y con la espada, valentía, precisión y eficacia. Sumen esto a un sentido de la lidia de privilegio. Siempre atento. Sabe mandar en la cuadrilla y en el toro. Sin descomponerse. Siempre vigilante y oportuno, siempre torero en sus toros, en los toros de los compañeros. Siempre torero: al empezar y al acabar. Ha enseñado a llevar el toro al caballo con el mínimo de capotazos y hasta con florituras de ensueño. Ha marcado el natural con la izquierda y el pase con la derecha con olor y sabor de torero consumado. Ha manejado la capa como nadie: al pasearla por la Plaza, al dibujar la verónica, a la hora de amparar a todos los compañeros de a pie y montados. Ha tenido delicadeza con los morenos y con los de sombra. Se ha dejado besar por su hermano al acabar las faenas. Ha sido esta una tarde redonda para Antonio Bienvenida. Ha toreado a gusto y ha dado en el clavo. A los aficionados maduros se les caía la baba. A los jóvenes les ha convencido de que el toreo bien hecho es una obra de arte incomparable, llena de sugerencias y matices, preñada de incitaciones, donde aparece todo menos la violencia.
Antonio Bienvenida sale de la Plaza a hombros con tres orejas en su haber: dos de su primero y una de su segundo. Nada ha importado que los toros de Núñez Hermanos no fueran de esos a los que se les pueden hacer "monerías". EL TOREO y UN TORERO estaban en la Plaza Monumental de Madrid. EL PÚBLICO acaba de ver eso, ni más ni menos que esto: EL TOREO Y UN TORERO.
El Toreo y un Torero. Obsérvese cómo no es necesario poner posturas raras para que el de negro lleve el hocico a rastras por la arena |
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