Después del fenomenal triunfo de junio del 63 que contamos en esta entrada, Antonio Bienvenida no es anunciado para torear en Las Ventas en la siguiente temporada, don Livinio Stuyck no tuvo a bien contratarlo para la feria de San Isidro del 1964.
¿Y qué fue lo que pasó? ¿Acaso necesitó asociarse con más toreros, fundar un grupo de "ges" para hacer la puñeta a los empresarios (fastidiando de paso a los aficionados que quieren verlos) y contar sus penas en los medios de comunicación? No, para uno de los toreros con más vergüenza torera que jamás hubo, la solución era más fácil que todo eso. Así lo cuenta Filiberto Mira en su biografía:
Jamás llegaremos a entender la política de los taurinos, decimos esto porque Antonio con el cartel recrecido tras el sensacional triunfo del 30 de junio de 1963, no lo contratan para 1964 en Las Ventas. Se queda sin torear en San Isidro en la primera de Madrid. Va a la segunda: la de Vista Alegre, que en aquel mayo fue de verdad: "La Catedral del Toreo".
A los empresarios madrileños les replica Antonio encerrándose solito el día 15 de mayo en Carabanchel, con asaltilladas reses, cárdenas y entrepeladas de Félix Moreno de la Cova. No elige para la nueva gesta ganado de suavidades sino encastado en una de las razas de más solera.
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No solo se encerró con seis toros de Saltillo, sino que se organízó una miniferia con dos novilladas incluidas |
A través de las fotografías y artículos que publicó la revista El Ruedo, veamos qué fue lo que sucedió...
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Antonio salió cubierto. Pero tal fue el clamor en el púbico que hubo de quitarse la montera en mitad del paseo, y hacerlo descubierto. Antonio, gran torero: el público lo descubrio
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El problema, ante el cartel de los seis toros de Saltillo, no era el de qué sabría hacerles Antonio, que bien probada tiene su clase impar en muchos años de veteranía en los carteles, sino qué ánimos traería a la plaza, la incógnita quedó pronto despejada: el paseo no lo hacía mi tocayo "Don Antonio", sino Antoñito Bienvenida, el torero joven, alegre, despreocupado, fácil, elegante, que sin esfuerzo resuelve problemas, cuida la lidia, pone garbo en cuento hace o dirige, y entre pase y pase encuentra tiempo para comunicarse con el público, trasmitirle la emoción del gran toreo, sonreír a Luis Miguel, a quien había brindado, como diciéndole:
- ¿Ves como tú también podrías estar en la arena y ayudar a poner las cosas en su sitio?
Fue, realmente, una corrida difícil de olvidar. No solamente por el gesto no nuevo de encerrarse con seis toros, sino porque en su lidia asistimos a una reivindicación apasionada y moza del toreo eterno, del gran toreo.
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Cuando hubo que torear por lo hondo, cargar la suerte y asentar los pies en la arena, el capote de Antonio se movió con esa sencilla armonía llena de poderío en el mando
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La sevillanía de la verónica temblaba la acometida, con la cara alta del saltillo |
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Sexto toro. Quite por verónicas. Pero el toro se revuelve rápido y no deja sitio para el nuevo lance. Antonio sale del embroque con el garbo tangencial de la garbosa chicuelina |
Ya no se trataba solamente -para la afición enfervorizada- de asistir al triunfo clamoroso de un torero con privilegiadas dotes parra el arte, sino de entablar polémica sobre los rumbos actuales del toreo. Y cuando el tendido hizo callar a la banda de música durante la lidia del sexto toro, no fue solo porque el pasodoble tenía signo contrario al de la faena, sino porque cuando esta es grande la mejor música, la incomparable, es la de los "olés". Hasta en eso fue original, y variada, y torera la gran tarde de Antonio: es la primera vez en mi vida que he visto una faena remontarse por encima de la música que la amenizaba.
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"Brindo por el señor presidente y por la afición que ha venido a verme", dijo Antonio en su primer brindis. Y, efectivamente, eso fue la corrida. Una reválida para la eterna afición |
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Suave facilidad en el toreo en redondo. Armonía en el ruedo y pasión en los tendidos. Fue una corrida polémica sobre los rumbos del toreo. Se oyó: "Lo que se ha perdido don Livinio" |
De las seis faenas -piezas de antología, cada una en su género- me quedo con la realizada al quinto toro. Un entrepelado, cornicorto y apretado, un tanto débil de patas, al que hubo que cambiar con un buen puyazo. Fue el brindado a Luis Miguel. Fueron diecinueve pases los que conté: tres por alto, para desengañar al toro, ligados a dos redondos tan bellos, tan fáciles, tan emotivos, que afloran las sonrisas al rostro lidiador y entabla ese diálogo de miradas con el brindado:
- ¿Verdad que esto es el toreo?
Y el público dice que sí.
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El abrazo de Luis Miguel y Antonio. ¿Por qué se fue el uno? ¿Por qué se reserva el otro? Lamentaciones por los rumbos del toreo. Invitación al examen de conciencia de todos y cada uno |
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En el remate de trincherillas, cambios, giros -todo intacto, todo inspirado, todo creado para el momento- está todo un tratado de estética, que ni se aprende ni se puede aprender
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Los espontáneos se precipitan, pero Antonio quiere abrazar a su padre y saludar y agradecer a sus cuadrillas antes de la salida en triunfo. Esta se hace con una vuelta a hombros y luego en una fuga juvenil, divertida, que rompe esa tradición de la preparada foto a hombros por la puerta grande. Salida triunfal de Antoñito, que en momentos magistrales reivindica su lugar de gran artista y director de lidia en todo cartel de auténtico postín. Lo demás, el peso de los años, la prudente cautela, el gesto de miedo quedan -en un gabinete íntimo de su casa- atormentando su retrato, el retrato de la plenitud torera de Antonio Bienvenida.
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Abrazo de Antonio a su padre, don Manuel, entre el fervor de las tres cuadrillas. Los entusiastas esperan impacientes el momento en que el matador triunfante se deje llevar a hombros
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El desplante, que no es alarde de temeridad, sino muestra de poder ante un toro dominado. Dominados fueron los seis saltilleros. Cinco orejas, traje limpio, peinado, impecable: Toreo |
Vicente Zabala escribía un artículo titulado "Gracias, Antonio", del que entresacamos estas líneas:
Es curioso que para consumarse un hecho histórico, tal vez trascendental en la tauromaquia, como en cualquier faceta de la vida, se tenga que acumular un sinfín de circunstancias favorables y adversas. Una y mil veces me alegro de su no contratación en Las Ventas. Nos alegramos todos los aficionados, porque ha hecho posible que se puedan escribir estas efemérides inamovibles en la historia del toreo. Los jóvenes hemos visto torear. Los viejos han vuelto a ver torear. Pero no como José, aunque allí hubiera cosas de José -los jóvenes lo intuíamos; tampoco como Juan, porque aquello era el mismísimo Pasmo de Triana en versión quintaesenciada-. Y todo el toreo posterior. El arranque del inolvidable Manolo Bienvenida; la ciencia de Domingo Ortega; el poderío de Pepote; el duende de Cagancho y Curro Puya; la finura de Antonio Márquez... Todo, absolutamente todo, volvió a cobrar vida en la arena de Carabanchel. Y yo, que no había visto a todos esos toreros -y como yo todos los jóvenes- tuvimos que inclinar la cabeza reverenciosos y emocionados ante la verdad, ante el arte sin deformar, ante el toreo mismo que resucitaba entre repiqueteo de palmas y pasodobles.
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El natural fue en Bienvenida instrumento de elegante belleza y pleno domino. Eso es naturalidad
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Un momento muy de Bienvenida. El abaniqueo con la muleta desplegada, tomada por el extremo del palillo. De pronto la espada armará la muleta, y el remate será un grito: "¡Kikirikí!" |
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¿Hay poco de esto ahora o es solo una sensación mía?
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