jueves, 19 de septiembre de 2019

Robleño y Matorrito, de La Quinta



      No quería dejar pasar la semana sin atestiguar en el blog la tarde de emociones que vivimos el pasado domingo en la corrida concurso de ganaderías que la empresa tuvo a bien organizar, aunque el público no terminó de responder, bien es verdad que el temporal fue el protagonista hasta antes de celebrarse y que el festejo fue televisado por Telemadrid, cosa que con toda seguridad echó para atrás a mucha gente. 

Me limitaré a comentar lo que aconteció en el primer acto principalmente, pero antes me gustaría decir que la corrida no estuvo nada mal en lo que al apartado ganadero se refiere, fíjense hasta qué punto que no salió ningún manso declarado en varas y, de algún modo o de otro, todos se arrancaron al caballo en tres encuentros (a excepción del sobrero de Rehuelga, Rubén Pinar sabrá porqué). Ya es raro que en una concurso suceda esto o que al menos tres o cuatro toros no resulten unos pregonados.

La nota negativa fue la cornada y pitonazo en la cara que se llevó Javier Cortés por torear con firmeza a un bravucón, bronco y geniudo ejemplar de Marqués de Albaserrada que en un pase de pecho buscó al torero. Peligra la pérdida de visión de un ojo, así que desde aquí lo mínimo que puedo hacer es desearle la mejor de la suertes y que se recupere lo antes posible. 

Los picadores, como pronostiqué, dieron un verdadero recital de cómo no se ha de picar, especialmente agarrando a los toros penosamente. Son muy malos o tienen muy mala leche, una de dos. La gente se fue mosqueando progresivamente, un día más, y ya en el sexto tenían a la afición de uñas. 

Finalmente el toro de La Quinta se alzó con el trofeo al toro más bravo, no lo veo muy claro pero a alguien había que darle el premio. Uno de los toros más grandes que hemos visto esta temporada, precisamente de La Quinta, que tanto se jactan de que el toro de su casa es más bien chico y para venir a Madrid lo sacan de tipo, especialmente cuando -según los ganaderos- no funcionan las cosas en Madrid. El toro era monumental y ganó el premio gracias al torero que tuvo delante, no duden de esto, que no es otro que Fernando Robleño. 

Acudió tres veces al caballo con un trote cochinero, como si le costara moverse, de hecho al principio parecía que iba a ser blando pero fue un espejismo. El toro fue un prenda que marcó claramente los casi seis años que tenía, guardaba toda la fuerza dentro, y nunca pasó por las telas convencido y entregado. Cuando sintió el hierro simplemente se dejó pegar y no empujó de manera especialmente reseñable. 

En banderillas persiguió en algunos pares y mostró cierta codicia. A continuación, Robleño, con la sabiduría y la maestría que le mantiene al pie del cañón todos estos años, fue madurando a Matorrito, que así se llamaba el toro, y a pesar de que tenía un pitón derecho por el que se ceñía y cortaba una barbaridad, porfió por ahí a ver si se olvidaba y, sin terminar de desengañarlo por ahí se paso a la mano izquierda, su mano. Poca gente comenta el poderío y la verdad que tiene el toreo al natural de Fernando Robleño, pero continuemos. 

El pitón zurdo de Matorrito era el menos malo, como dije nunca pasaba convencido, y por ahí fue donde Fernando Robleño le robó a ese tren algunos muletazos que calaron en muchos aficionados. Por momentos, el torero madrileño escuchó algunos rugidos de Madrid. La faena no fue redonda ni mucho menos, pero no había ninguna duda que en aquella lid fue el matador el que se impuso claramente. Qué emoción.

La cosa se torció a la hora de matar, el toro no paraba quieto y no había manera de cuadrarlo, empezaron a sonar los avisos. Dos o tres pinchazos y una estocada corta, no recuerdo exactamente, todos ellos arriba y entrando sin contemplaciones, esto si lo tengo claro, y siempre se ha dicho que valen más, para los buenos aficionados, tres pinchazos arriba entrando bien que una estocada saliéndose. En uno de estos pinchazos el morlaco le arrancó una hombrera y si no es por el capote providencial de un subalterno Matorrito ya estaba dispuesto a comerse al torero cuando yacía en la arena. Al final sonó el último aviso cuando estaban apuntillando al toro y una mayoría de los concurrentes aplaudió fuerte al torero a pesar de la deshonra de los avisos. La emoción lo puede todo. 

Una nueva lección del torero de San Fernando de Henares, para el que lo quiera ver.


Saludos a la afición.





Foto: Susana Ortiz


Foto: Susana Gómez


Foto: Ana Escribano






1 comentario:

Anónimo dijo...

Se fue sin torear, el torero en ningún momento pudo con el animal y se dio cuenta del toro en la décima tanda como siempre. Pobre toro que encima tuvo que aguantar en pie hasta el tercer aviso.